22.05.12

No molesta el IBI, molesta la Iglesia

Y conviene que lo tengamos claro. De los enemigos no hay que esperar gran cosa. Ya se sabe: la Iglesia es un mal, es casi “el” mal. Y el mal, así en general - estaría de acuerdo con eso - , hay que eliminarlo.

La Iglesia no se justifica, no encuentra su razón de ser, en aliviar la situación de los pobres. En un Estado moderno, en un Estado del bienestar, esa tarea le corresponde al Estado. Si este Estado es viable o inviable es una cuestión de otro tipo. Obviamente, no solo técnica, sino también moral.

Pero que en un momento de crisis - cuando estamos dando, los que formamos la Iglesia, más de lo que podemos dar - se nos agobie apretando sobre nuestras gargantas la bota de la hipocresía – la hipocresía de los opresores - es insoportable.

La Iglesia no es una entelequia. La Iglesia es, en la práctica, una red, un conjunto, de comunidades de cristianos. No hablo desde una perspectiva teológica, sino meramente sociológica.

Sobre los que vienen a Misa cada domingo recae todo: El mantenimiento del templo; los gastos de calefacción, teléfono, luz y agua; y, en una medida mucho mayor, la atención a los necesitados del barrio, de la zona más inmediata.

¿Quién paga estos gastos? ¿De dónde salen los recursos? Por lo que se me alcanza, de los feligreses de cada semana, de cada domingo. ¿Quiénes son estos feligreses? Yo, entre ellos, no reconozco a ningún magnate. A nadie poderosísimo. Las limosnas que llegan son, en su mayoría, inferiores a un euro – muy inferiores – y solo en una o en dos ocasiones he recibido –como párroco – un donativo, para fines muy concretos, la “escandalosa” cantidad de 1.000 euros.

¿Quiénes son los feligreses del día a día, del domingo a domingo? Son, en buena parte, pensionistas. Si ellos son generosos, la Iglesia no hace “más que lo que tiene que hacer”. Si ellos pueden dar menos, entonces la Iglesia se convierte en “egoísta”.

Lo que, de modo voluntario, destinan los contribuyentes a la Iglesia Católica a través del IRPF garantiza, asegura, que los sacerdotes con cargo parroquial cobren un mínimo subsidio – unos 750 euros al mes - . Si los sacerdotes dependiésemos de las aportaciones de los fieles para vivir, quizá lográsemos vivir, pero no se pagarían los recibos de la luz.

Que, con estas cifras de miseria, se ayude al Tercer Mundo y se palíen, en la medida en que se puede, las urgencias de tantas personas, cada vez más personas, es llamativo. Que se pida a la Iglesia tributar más es inconsciente.

A la Iglesia, como tal, no le iría peor. Debería hacer lo mismo que hacen otras instituciones: pasar de 50 sucursales a una. O a ninguna. Y ese vacío nadie lo iba a llenar.

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21.05.12

RINO FISICHELLA, La nueva evangelización

RINO FISICHELLA, La nueva evangelización, Sal Terrae, Colección “Presencia Teológica” 187, Santander 2012, 150 páginas, ISBN 978-84-293-2003-9, 15 euros.

El arzobispo Rino Fisichella es el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Además es un reconocido teólogo especializado en el área de la teología fundamental. El 29 de marzo de 2010, en una audiencia privada, el papa Benedicto XVI le dirigió estas palabras: “He pensado mucho estos meses. Deseo instituir un dicasterio para la nueva evangelización y le pido que sea su presidente”. Este encuentro, rememorado por R. Fisichella al comienzo de este libro (p. 8), está en el origen no solo de su nueva tarea como presidente del mencionado Pontificio Consejo, sino también, sin duda, del libro que recensionamos.

Porque este libro explica de una manera ordenada qué cabe entender por “nueva evangelización”. No se trata de una explicación “normativa”, pero sí de una explicación propia, ya que como indica el autor: “Las páginas siguientes son únicamente una interpretación personal de cómo entiendo la ‘nueva evangelización’ ” (p. 9).

La obra está articulada en 10 apartados, cuyos títulos y subtítulos resultan suficientemente elocuentes. La nueva evangelización es, en primer lugar, un desafío que, con una intuición “profética” (cf p. 11), el papa ha hecho suyo en continuidad con el concilio Vaticano II y con el magisterio del beato Juan Pablo II. El capítulo 2 explica la expresión “nueva evangelización”: el fundamento, el desarrollo, la génesis, así como las razones que llevan a preferir ese modo de decir – “nueva evangelización” – en lugar del neologismo “re-evangelización” (cf p. 29).

Particular atención merece el capítulo 3, “El contexto”, ya que, en palabras de R. Fisichella, “la exigencia de la nueva evangelización está determinada por el contexto cultural y social” (p. 31). Un contexto marcado por el secularismo, por la desorientación del hombre y por la crisis de Occidente. Más allá de la crisis, el autor indica cuál ha de ser la aportación de los cristianos para poder mirar al futuro: “En suma, tenemos la tarea de producir pensamiento que sea capaz de cimentar una época que dará cultura a las generaciones futuras, permitiéndoles vivir en la libertad auténtica porque se proyectan hacia la verdad” (p. 52).

El capítulo 4 aborda el “centro” de la nueva evangelización, que no es otro que Jesucristo. Él es el contenido esencial que, a la vez, marca el método a seguir. La centralidad de Jesucristo aparece vinculada con dos cuestiones fundamentales: la cuestión de Dios, la búsqueda de su rostro (cf p. 59), y “una nueva reflexión antropológica en clave apologética, como presentación del acontecimiento cristiano que pueda comunicarse con el hombre contemporáneo” (p. 60).

El capítulo 5 se ocupa de los “lugares de la nueva evangelización”: la liturgia, la caridad, el ecumenismo, la inmigración y la comunicación. El capítulo 6 señala algunas perspectivas: el panorama de la cultura, la misión de la Iglesia, la relación entre verdad y amor, la importancia del sacramento de la confesión, , el binomio identidad-pertenencia, la catequesis y la nueva antropología.

El capítulo 7 se titula “nuevos evangelizadores”. La llamada a la nueva evangelización es, en definitiva, una llamada común, pero esto no impide que se pueda hablar específicamente de los “nuevos evangelizadores”: los sacerdotes – y al ocuparse de este tema Mons. Fisichella escribe unas bellas páginas sobre lo que él denomina “la audacia de Dios” que “considera que un hombre, con toda su fragilidad, sea capaz de erguirse en icono de su misma presencia en la historia de los hombres” (p.105) - , las personas consagradas y los laicos, a fin de poder llegar a todas las personas.

El capítulo 8 – “La vía de la belleza” – reflexiona sobre la belleza y el arte como vías para percibir la esencia del misterio que nos envuelve. Particularmente reseñable es lo que escribe sobre la catedral como lugar de la nueva evangelización. El capítulo 9 – “El icono” – es como una ampliación y aplicación concreta del capítulo anterior: se trata de una bella meditación sobre el templo de la Sagrada Familia de Barcelona como icono de la nueva evangelización.

El capítulo 10 proporciona una “síntesis final”. Con palabras de Benedicto XVI se recuerda que realizar una nueva evangelización “quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor” (p.143). Se trata, en suma, de dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, el Hijo de Dios. No se trata de un anuncio nuevo, sino del mismo anuncio que tiene hoy “necesidad de un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible” (p. 144).

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19.05.12

Ascendió al cielo

La solemnidad de la Ascensión del Señor se sitúa en la dinámica de la Pascua, del paso o éxodo de Cristo de este mundo al Padre. Jesucristo, vencedor de la muerte, entra para siempre con su humanidad glorificada en la esfera de Dios; en ese ámbito divino simbolizado en la Escritura por la nube y por el cielo (cf Catecismo 659).

El movimiento del ascenso, de la subida, nos hace pensar en el descenso, en la Encarnación: el que vuelve al Padre es el que salió del Padre (cf Jn 16,28). Entre la salida primera y el retorno hay una diferencia. Cristo “sale” del Padre para, sin dejar de ser Dios, hacerse hombre, verdaderamente hombre, semejante a los hombres en todo, menos en el pecado. Como canta la liturgia: “Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”.

Pero este “hacerse hombre” no es un acontecimiento pasajero, como si el Hijo de Dios se revistiese de un modo puramente externo de la condición humana. No, la Encarnación es un acontecimiento definitivo, irreversible. Para siempre, el que era solo Dios es también hombre. Por su Ascensión, un hombre, uno de los nuestros, con un cuerpo como el nuestro, ha entrado para siempre en Dios.

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Juan Pablo II, el papa universal

En su día la editorial CPL de Barcelona me propuso escribir una breve biografía del beato Juan Pablo II. Por razones personales tardé un poco en cumplir ese encargo. No por falta de ganas. Yo le debo mucho a Juan Pablo II. Para mí ha sido una ayuda esencial en el plano de la fe, en el de la vocación al sacerdocio, y hasta en la percepción de la belleza y de la actualidad de la propuesta cristiana para el mundo.

En muy pocas páginas – 27 – he intentado asumir el reto. En unos pocos capítulos: 1. Wadowice. 2. Estudiante, obrero y actor. 3. Sacerdote. 4. Obispo. 5. Sucesor de Pedro. 6. “¡No tengáis miedo!”. 7. La ciudad y el mundo. 8. El atentado. 9. La enseñanza del papa. 10. Los encuentros. 11. La muerte.

Reproduzco aquí la parte que habla de su vocación:

Sintió la llamada al sacerdocio y, en 1942, tomó la “decisión definitiva” – así lo escribirá él años más tarde – de entrar en el Seminario Mayor de Cracovia, que funcionaba de modo clandestino, y de comenzar los cursos de Teología en la Universidad Jaghellonica – también clandestina -, mientras seguía trabajando en la fábrica química Solvay. Tras el cese, en 1945, de la ocupación alemana pudo continuar sus estudios de manera ya oficial.

Al hablar de los orígenes de su vocación, Juan Pablo II ha destacado la “trayectoria mariana”. Sus recuerdos están llenos de referencias a la Virgen: a la Madre del Perpetuo Socorro, de la parroquia de Wadowice; a la devoción al escapulario de la Virgen del Carmen, difundida por los carmelitas de su localidad natal; y, ya en Cracovia, a María Auxiliadora, en la parroquia de los Salesianos. Igualmente, al santuario mariano de Kalwaria, el más importante de la archidiócesis de Cracovia.

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18.05.12

Una canción eucarística en lengua gallega