Conocer a Cristo

Al comienzo de la Cuaresma pedimos a Dios “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo” para vivirlo en plenitud. La vida cristiana consiste en este conocimiento vital del Señor, participando en su misterio; en su pasión y en su gloria. En la Carta a los Filipenses, San Pablo lo expresa con absoluta claridad: “lograr conocerle a él [a Cristo] y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos” (3,10-11).

El acontecimiento de la Transfiguración del Señor supuso para Pedro, Santiago y Juan un paso importante en su proceso de conocimiento de Cristo. El Señor muestra, antes de su pasión, la gloria de su divinidad. Él es el Hijo amado del Padre que, a través de la muerte de Cruz, se encamina a la resurrección. Moisés y Elías, la Ley y los profetas, habían anunciado ya los sufrimientos del Mesías; unos padecimientos que tendrán lugar en Jerusalén, en el monte Calvario.

El Hijo amado del Padre es el Hijo entregado a la muerte por nosotros (cf Romanos 8,31-34). La generosidad de Dios, que no ahorra a su propio Hijo, aparece prefigurada en la generosidad de Abrahán, dispuesto a inmolar en sacrificio a Isaac, su hijo predilecto. Dios detiene la mano de Abrahán, pero acepta, por amor a nosotros, la muerte de Jesús, porque esa muerte es el precio de nuestra vida. Esta generosidad divina nos llena de admiración y de confianza: Dios, dándonos a Cristo, nos lo ha dado todo.

También a nosotros, como a Pedro, nos cuesta comprender la lógica del amor de Dios. Nos cuesta, sobre todo, entender el motivo del descenso de la montaña de la gloria para emprender el camino de la cruz. Comentando este descenso de Cristo desde el Tabor, San Agustín escribe: “Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed”.

¿Qué significa para nosotros el luminoso misterio de la Transfiguración? Supone un motivo de esperanza y de aliento en medio de las dificultades. El Cristo paciente, dolorido, desfigurado, no deja de ser en ningún momento el Hijo amado del Padre, el resplandor de su gloria. Avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo comporta no dudar, en ninguna circunstancia, del amor de Dios: “Ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo’” (San León Magno).

Conoceremos existencialmente a Cristo en la medida en que, iluminados por la luz de su Transfiguración, le acompañemos en las tribulaciones de su Pasión sostenidos por la esperanza de participar, con Él y gracias a Él, en la victoria de su Resurrección.

Guillermo Juan Morado.

2 comentarios

  
Roque
Hola:

Mi padre fue jesuita y tiene un blog de ensayos breves sobre temas sociales y religiosos, a sus 83 años su ilusión es poder difundir la doctrina de Jesucristo a través de sus artículos.

Si quieren visitarlo el blog es: www.miscelaneareligiosa.blogspot.com

Muchas gracias por su atención y un saludo cordial.
07/03/09 1:50 PM
  
pablo
Me ha llegado al corazon su post Sr. Morado. Perdono al hijo de Abrahan, pero no a su propio Hijo. Bendito sea Dios por eso. Y bueno el comentario de San Agustin. Me servira para cuando hable con otras ppersonas.
Y tambien hace Vd. referencia a la gloria y a la cruz, estrechamente ligadas. Y esto me viene bien porque hasta hace poco solo me gustaba la gloria pero para nada la cruz, no me parece nada atractiva la cru=z en mi vida, sin embargo cada vez quiero soportarla mejor.
Un saludo.
09/03/09 9:43 PM

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