La paciencia
La capacidad de padecer, de soportar, de empeñarse en una tarea pesada, de esperar… no es una cualidad de segunda fila, sino muy meritoria y de primera necesidad.
Dios es paciente, nos dice la Escritura (cf 2 P 3,9). Y porque es paciente, aguarda nuestra salvación. Si nosotros fuésemos “dioses” quizá estaríamos aniquilando, día sí y día también, a quienes estimásemos incorregibles. Pero, afortunadamente, no somos dioses, sino hombres.
La caridad, el amor, lo que constituye más propiamente el ser de Dios, se caracteriza asimismo por la paciencia: “Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”, dice San Pablo. Nuestro amor, cuanto más inmaduro es, más impaciente se muestra. Tendemos a desear que las personas amadas respondan a nuestro amor marcándoles, por así decir, el ritmo. “Si me quisiera de verdad, si de verdad fuese mi amigo, si… haría lo que yo creo que debería hacer”, es el silogismo de los amores impacientes, de los amores egoístas, de los amores que no llegan a ser auténtico amor.

San Pablo, en su traslado de Cesarea a Roma, padece un naufragio en las costas de la isla de Malta. Malta, “Melite” en púnico, significa “refugio”. La isla, bajo control de Roma, era administrada por un delegado del pretor de Sicilia.
Homilía II Domingo de Pascua de la Divina Misericordia (ciclo C )
El 27 de febrero de 1841, en plena ebullición del Movimiento de Oxford, se publicó el célebre “Tracto 90”, que intentaba una lectura católica – aunque todavía no romana- de los 39 Artículos Anglicanos, en armonía con la tradición de la Iglesia. No era el primer intento en este sentido que había tenido lugar en Inglaterra, porque ya en 1646, el capellán católico de la esposa de Carlos I Estuardo había llevado a cabo una tarea similar. Aunque lo más habitual es que fuesen interpretados en sentido luterano o calvinista.






