Benedicto XVI y la centralidad de Dios
Recuerdo aquel 19 de abril de 2005 cuando, poco antes de las seis de la tarde, comenzó a salir la fumata blanca que anunciaba la elección del nuevo Papa. Me encontraba en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Era un integrante más de aquella muchedumbre de personas que prorrumpió en aplausos y aclamaciones cuando el cardenal protodiácono pronunció el “Habemus Papam” – “¡Tenemos Papa!”- .
El elegido era el cardenal Joseph Ratzinger, quien escogió para sí el nombre de Benedicto XVI. De modo tímido, saludó a los fieles desde el balcón principal de la Basílica: “Después del gran Papa, Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo, humilde, trabajador en la viña del Señor”. Delante de mí estaba un grupo numeroso de seminaristas del Colegio Norteamericano de Roma que mostraban un entusiasmo incluso superior al que se suele ver en un animado partido de béisbol. El 24 de abril, en una soleada mañana, tuve también el privilegio de participar en la Misa del Inicio del Pontificado.
En esos días, paseando por el puente de Sant’Angelo, me encontré con el cardenal Carles, entonces arzobispo de Barcelona. Lo saludé y le agradecí que los cardenales hubiesen regalado a la Iglesia un papa como Benedicto XVI. Él me contestó sencillamente: “Hemos elegido al mejor”. Era una certeza que muchos compartíamos. La excelencia de Joseph Ratzinger era tan destacada que sería imposible ocultarla: como teólogo y profesor, como arzobispo de Múnich y Frisinga, como Prefecto de la Congregación de la Fe en Roma… Y, estaba seguro de ello, también como Papa.

En su obra “Rosario”, el obispo y poeta Gilberto Gómez González pone en labios de la Virgen unas palabras que describen su asombro como madre al contemplar a Jesús recién nacido: “Dichosos estos ojos que te miran/ deslumbrados - mis ojos que te comen -, / oh Hijo del Altísimo. / Dichosas estas manos que te palpan/ temblorosas – por miedo a que te rompas -, / oh carne de mi carne, carne mía”.
“La Chiesa è per l’evangelizzazione”
La Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales de la Conferencia Episcopal Española ha concedido el premio “Bravo”, en la categoría de comunicación diocesana, a Monseñor Alberto Cuevas, sacerdote y periodista. La Comisión Episcopal reconoce con estos premios “la labor meritoria de todos aquellos profesionales de la comunicación en los diversos medios, que se hayan distinguido por el servicio a la dignidad del hombre, los derechos humanos y los valores evangélicos”.






