Oración y Transfiguración
Homilía para la Fiesta de la Transfiguración del Señor (Ciclo C)
Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar (cf Lc 9,28-36). En ese contexto de oración, “Cristo les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de su divinidad”. Comentando el misterio de la Transfiguración, San Juan Damasceno dice que “la oración es una revelación de la gloria divina”. La majestad de Dios se transparenta en el cuerpo del Verbo encarnado, que se convierte así en sacramento del encuentro misterioso entre el Dios vivo y verdadero y el hombre que busca a Dios.
Cada uno de nosotros está llamado a experimentar este encuentro, subiendo a lo alto del monte de la humildad, donde el hombre es ensalzado por Dios. La comunión con Cristo, la mediación de su Cuerpo, no es un obstáculo para la relación viva con Dios, sino el cauce que Él mismo ha elegido para acercarse a nosotros. En el cuerpo de Jesús, Dios “que era invisible en su naturaleza se hace visible”. En su cuerpo eucarístico, el Señor nos eleva a la comunión con Él. Haciéndonos su Cuerpo, convirtiéndonos en su Iglesia, no sólo nos reúne en torno a Él, sino que nos unifica en Él.
Sólo la oración es capaz de suscitar la mirada de la fe, de despertar el recuerdo de Dios y la memoria del corazón, a fin de poder superar el escándalo que provocan en la mirada del mundo los caminos elegidos por Dios para salvarnos: el camino del ocultamiento en la Encarnación, el camino del dolor en la Cruz, la peregrinación de la Iglesia por la historia y el desafío de la muerte como acceso a la vida.

Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Homilía para el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C).
Melitón había acreditado en muchas ocasiones su valor, su valentía, además de sus dotes de mando, habían sido premiadas con el grado de decurión, el más joven de toda la V Legión (Macedónica), requiriendo un permiso del centurión, y la recomendación por escrito del legatus, pero a Melitón nada parecía fuera de su alcance, lo que se proponía lo conseguía. Podía contarse con él, su cohorte le admiraba, su turma le adoraba, pues daba la cara por sus hombres, y, no solo en la retaguardia sino en la batalla: más de la mitad de sus hombres, mayores, en edad que él, le debían la vida, pues, heridos, había cargado con ellos, bajando del caballo, hasta lugar seguro, antes de proseguir el combate, todos, desde el prefecto hasta el último recluta, sabían de qué materia estaba hecho Melitón, su lema era Gloria victore, honor victe.
Homilía para el XIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)






