Éste no debería vivir
Esta mañana he seguido parte de la retransmisión televisiva de una protesta a favor de la vida y en contra del aborto, convocada como reacción frente a un congreso de especialistas en eliminar vidas humanas antes del nacimiento.
Contaba uno de los participantes en la concentración a favor de la vida que, en un determinado momento, uno de los congresistas pro-aborto se dirigió a él. El manifestante en favor de la vida estaba acompañado por un señor aquejado de evidentes deficientes físicas y quizá también psíquicas. El congresista pro-aborto lo increpó directamente y, señalando a la persona enferma, afirmó: “Éste no debería vivir. Sólo ocasiona gastos a la sociedad”.
En este hecho, verdaderamente reprobable, se manifiesta el rostro de la ideología favorable al aborto. Quienes la sostienen se sienten por encima del bien y del mal, atribuyéndose el derecho de decidir quienes merecen vivir y quienes no.
Resulta muy cruel señalar a una persona y decir algo así como “éste se nos ha escapado”, “no ha funcionado la eugenesia con él”. Pero si es cruel decir esto de alguien ya adulto, no menos cruel es sentenciar lo mismo a propósito de un ser humano en proceso de gestación: “Por si no sale bien, para evitar la carga que supondría, hay que eliminarlo”.
Es verdad que no todos los abortos – algunos de ellos sí – obedecen a razones eugenésicas. En muchos casos, posiblemente en la mayoría de ellos, se aborta porque el bebé no llega en el momento “oportuno” y deseado, bien sea porque compromete un proyecto personal que quiere afirmar la propia independencia por encima de cualquier otra consideración, o bien porque la situación económica de la madre, o del padre y de la madre juntos, no es la más favorable para hacer frente a la responsabilidad de criar a un hijo.

Homilía. C. Domingo XXX del Tiempo Ordinario
Mientras Mohse llevaba el mulo a la caballeriza Eulogio,entusiasmado con el recorrido que había hecho, buscaba a su madre para contarle todo lo admirado y encantado que estaba, traspasó el umbral de la puerta, y cruzando en rápidos pasos el porche que llevaba a la entrada a la vivienda se sorprendió al no encontrarla, siguió adelante, hasta el patio posterior, donde, junto a la higuera, estaba con Judith.
La Iglesia, escribía Juan Pablo II en “Mulieris dignitatem”, “manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina”.
La “Carta a los seminaristas” de Benedicto XVI, en su punto quinto, aborda con densidad y con relativa extensión – proporcionada a la totalidad del documento – la cuestión de los Estudios Eclesiásticos, que los candidatos al sacerdocio han de realizar como capacitación para su ministerio.






