15.05.08

Mayo virtual: Pentecostés

14. A la espera de Pentecostés

“Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1,14).

La Virgen estuvo presente en el primer grupo de los discípulos de Cristo, esperando la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente: “La que esperó en oración la venida de Cristo invoca al Defensor prometido con ruegos ardientes; y quien en la encarnación de la Palabra fue cubierta con la sombra del Espíritu, de nuevo es colmada de gracia por el Don divino en el nacimiento de tu nuevo pueblo”, canta uno de los prefacios de la Virgen.

En un cuadro que se conserva en el Museo del Prado, El Greco representó la escena de Pentecostés. La Virgen, sentada, preside la imagen. Y, en torno a Ella, se agrupan los apóstoles y la Magdalena. La luz que ilumina el conjunto procede de la paloma, símbolo del Espíritu Santo. Hacia esa luz que viene de lo alto dirige su mirada María. Esta obra es un bello icono de la Iglesia que, como en Pentecostés, se une a la Virgen para recibir permanentemente del Espíritu la luz y la fuerza para anunciar el Evangelio y extender a todos los hombres el misterio de la comunión con Dios.

María es modelo de la Iglesia por su oración admirable y por su obediencia a la voz del Espíritu Santo. La Virgen es el “Sagrario del Espíritu Santo”, la mansión estable del Espíritu de Dios. Así como el Espíritu habita en María, habita también en la Iglesia, que es su templo: “Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (San Ireneo de Lyon).

Por la gracia del Bautismo también los cristianos somos hechos templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia. En la secuencia de Pentecostés pedimos al Espíritu: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”. Como María, estamos llamados a secundar los deseos del Espíritu Santo y a cumplir la ley nueva del amor (cf Romanos 8,2.27).

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14.05.08

Mayo virtual: Regina coeli

Día 12: “Regina coeli”

“De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: - ‘Alegraos’. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: - ‘No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mateo 28,9-10).

Una antífona sustituye el “ángelus” durante el tiempo pascual: el “Regina coeli”. “Reina del cielo, alégrate, aleluya; porque el Señor, a quien has merecido llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya”. “Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque ha resucitado el Señor verdaderamente, aleluya”.

Si Dios, por la resurrección de su Hijo, ha llenado el mundo de alegría y ha llevado el entusiasmo a la Iglesia naciente, ¿cómo describir la alegría de la Virgen Madre al saber de la resurrección de Cristo? La Liturgia se desborda y le dice a María: “Alégrate, Madre de la luz, porque Cristo, el sol de justicia, ha vencido las tinieblas del sepulcro e ilumina el mundo entero”.

La Resurrección del Señor es el premio de la fe de María. Desde los primeros siglos del cristianismo, se creyó que Jesús se apareció a su Madre después de resucitar. Así lo proclamaba San Romano el Cantor (s.VI), entre otros Padres de la Iglesia. Ella concibió a Cristo creyendo, y creyendo aguardó la buena noticia de su triunfo sobre la muerte: “Fuerte en la fe contempló de antemano el día de la luz y de la vida”, dice uno de los prefacios.

No faltan, para nosotros, las noches. Ni está ausente el peso de la muerte, que nos recuerda nuestra caducidad, nuestra limitación, nuestro pecado. Pero Cristo es el Viviente, que sale a nuestro encuentro y nos infunde confianza: “No tengáis miedo”. Él ha vencido; nosotros venceremos en Él y por Él.

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11.05.08

Mayo virtual: Las apariciones de Fátima

Día 13. Fátima, una invitación a la esperanza

“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: - ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’ . Pero él repuso: - ‘Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’ ” (Lucas 11,27-28).

Con frecuencia, Dios nos desconcierta y nos sorprende. Las apariciones y las “revelaciones privadas” – que se distinguen de la “revelación pública”; es decir, de la manifestación que Dios hace de sí mismo en Jesucristo – despiertan en nosotros el asombro y hasta la perplejidad. Desearíamos, quizá, que Dios se sometiese a nuestros cánones, que nos pidiese permiso para actuar en la historia, pero Él desborda nuestras previsiones y nuestra lógica.

La Virgen Santísima quiso manifestarse, y así lo podemos creer prudentemente, aunque este asentimiento no vaya más allá de la “fe humana” - y no sea, por ello, “obligatorio” para un católico - , a tres pastorcitos portugueses casi a comienzos del siglo XX: a Francisco, a Jacinta y a Lucía. Si quisiésemos resumir el mensaje que María les transmite a estos niños podríamos hacerlo repitiendo una misma palabra: “Penitencia, penitencia, penitencia”.

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10.05.08

Mayo virtual: Refugio de los pecadores

Día 11. Refugio de los pecadores

“En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios” (2 Corintios 5,20-21).

Uno de los prefacios de las Misas de la Virgen María alaba a Dios porque dio a la Virgen un corazón misericordioso con los pecadores: “Éstos, percibiendo su amor de madre, se refugian en ella implorando tu perdón; al contemplar su espiritual belleza, se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, y, al meditar sus palabras y ejemplos, se sienten llamados a cumplir los mandatos de tu Hijo”.

¿Quiénes son los pecadores? Somos cada uno de nosotros, que no nos cansamos de acudir a la intercesión de Nuestra Señora: “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. La Hermana Lucía, en sus Memorias, se pregunta con gran acierto, refiriéndose a Santa María: “¿Quién mejor que este Inmaculado Corazón nos podría descubrir los secretos de la Divina Misericordia?”.

En la basílica romana de Santa María in Trastevere se conserva, en la capilla Altemps, un precioso y antiguo icono de la Virgen de la Clemencia, Virgo Clementíssima, que nos recuerda que el corazón de María refleja la bondad de nuestro Dios, “lento a la cólera y rico en piedad”.

A pesar de la vida nueva recibida en el Bautismo, no desaparece la debilidad de nuestra naturaleza ni la inclinación al pecado. Cristo, el Señor, quiso, por ello, instituir el sacramento de la Reconciliación, para que los bautizados que, por el pecado, nos hemos alejado de Él, podamos retornar a Él. En este camino de conversión nos guía María, pues de Ella nació Jesucristo, reconciliación de los pecadores.

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Pentecostés

La solemnidad de Pentecostés clausura el tiempo pascual: La plenitud de la Pascua llega con el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Así como Cristo fue enviado por el Padre, para redimirnos del pecado y darnos una nueva vida – la vida de los hijos de Dios - , así también el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es enviado por el Padre y por el Hijo como el principal don de la Pascua.

El Señor Resucitado “exhaló su aliento” sobre los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. La misión del Espíritu Santo es devolvernos la semejanza divina perdida por el pecado, uniéndonos a Cristo, y haciéndonos vivir en Él. El Espíritu nos injerta en la Vid verdadera, que es Cristo, para que demos abundantes frutos.

En la Sagrada Escritura encontramos diversos símbolos que hacen referencia al Espíritu Santo: el agua viva, la unción con óleo, la nube y la luz que revela al Dios vivo, el sello con el que nos marca el Padre, la imposición de las manos, etc. En el relato del acontecimiento de Pentecostés resalta uno de estos símbolos: el fuego. El fuego, para nosotros, puede ser un signo de muerte, porque sabemos el poder devastador que tiene un incendio. Después de un incendio, no queda nada, apenas algunas cenizas. Pero este no es el sentido que tiene el fuego cuando simboliza al Espíritu Santo.

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