31.05.08

Una encuesta: ¿Sobre qué edifica su vida?

“Meteos mis palabras en el corazón y en el alma”, dice Moisés a los israelitas. De esta manera exhortaba al pueblo a ser fiel a los mandamientos. Lejos de constituir una ley opresora, los mandamientos son un camino de vida, de liberación frente a la esclavitud del pecado. Enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo.

Jesús, nuevo Moisés, no vino a abolir la ley, sino a llevarla a plenitud. Al final del Sermón de la Montaña nos dice que el verdadero discípulo es el que cumple la voluntad del Padre (cf Mateo 7, 21-27), que se resume, fundamentalmente, en el mandamiento nuevo del amor.

El Señor nos invita a edificar nuestra propia vida sobre una base estable. Y esa base, esa roca firme, es Dios; es la escucha y el cumplimiento de la palabra de Dios; es abrirse en la fe al misterio de Dios, para que Él nos haga justos con su justicia.

Si preguntásemos en una encuentra: “¿Usted, sobre qué fundamenta su vida?” Las respuestas podrían ser variadas: Quizá sobre el afán de poder; sobre el deseo de poseer; sobre la aspiración al placer… Estos “fundamentos” resultan, a la larga, inestables. Equivalen a edificar la propia casa sobre arena. Una existencia así construida no resiste las pruebas que se pueden presentar a lo largo de la vida.

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Mayo virtual: La Visitación de la Virgen María

Día 31: La Visitación

“Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los beneficios que os ha hecho, para que todos canten himnos en su honor” (Tobías 12,6).

El mes de mayo se cierra con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Esta fiesta nos ayuda a entender el misterio de la salvación como la visita que el mismo Dios ha hecho a su pueblo para redimirlo (cf Lucas 1,68). En las palabras del Magnificat, el cántico de María, resplandece “un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre” (Juan Pablo II, Redemptoris Mater 36).

San Juan de Ávila, en uno de sus sermones, dice que María visita a quien de Dios se acuerda: “La casa donde visita la Virgen es casa de Zacarías […] Zacarías quiere decir el que se acuerda de Dios. Bienaventurado el hombre que de Dios se acuerda, pues le sabe la Virgen la casa”. Y añade: “Acordarse de Dios es acordarse de sus mandamientos, es ponerlos por obra; y así, el que olvida los mandamientos olvida a Dios, y el que no los guarda, aquél los olvida aunque los sepa de memoria”.

El recuerdo de Dios, y de sus mandamientos, no es una carga pesada para el hombre. El recuerdo es alabanza; una oración que se convierte en fuente de alegría: “Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lucas 1,46-47). Reconociendo a Dios como Dios, reconociendo su Gloria, percibimos la inmensidad de un amor que siempre se manifiesta como salvación. Dios, que recuerda su misericordia y su promesa, nos precede en este ejercicio de la memoria. Dios se acuerda de nosotros para que nosotros podamos acordarnos de Él.

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30.05.08

Trono de la Sabiduría

Día 29: Trono de la Sabiduría

“Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2,19).

La Iglesia venera a María como “Trono de la Sabiduría”: “Dichosa eres, santa María, Virgen sabia, que mereciste llevar en tu seno la Palabra de la verdad; dichosa eres, Virgen prudente, que has elegido la parte mejor”, canta una antífona de la Liturgia.

María es Madre y discípula de la Sabiduría del Padre. San Bruno de Asti, comentando el evangelio de San Lucas, escribe: “Oh Madre sapientísima, la única digna de un Hijo semejante, que meditaba todas estas palabras en su corazón y nos las conservaba, guardándolas en su memoria, para que después, al enseñarlas, narrarlas y anunciarlas, fuesen puestas por escrito, proclamadas en todo el mundo y anunciadas a todas las naciones”.

El sabio es aquel que juzga rectamente sobre las cosas divinas. La sabiduría humana se adquiere por el estudio. Pero existe también la sabiduría como don del Espíritu Santo; un saber sobre Dios que brota, como explica Santo Tomás de Aquino, de la compenetración o connaturalidad con Él. Este don proviene de la caridad, que nos une a Dios. En la Virgen vemos reflejada esta sabiduría que mana de la experiencia de Dios, de la intimidad con Él.

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29.05.08

Mayo virtual: La salutación del procurador

Día 28: El Santo Nombre de María

“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).

El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.

Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).

Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.

El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.

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28.05.08

Mayo virtual: Reina de la paz

Día 27: Reina de la paz

“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: ‘Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre Perpetuo, Príncipe de la paz’ ” (Isaías 9,5-6).

Durante la Primera Guerra Mundial, en el año 1917, el Papa Benedicto XV añadió a las Letanías lauretanas la invocación “Reina de la paz”. Al acabar la guerra, el Papa encargó, como acción de gracias, una estatua de la “Regina Pacis” para la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. La Virgen aparece representada sentada en un trono, con una nota de tristeza en su rostro, sosteniendo al Niño con la mano derecha y con su brazo izquierdo alzado, como conteniendo, con su mano abierta, el azote de la guerra.

María es la Reina de la paz porque concibió en su seno virginal a Jesucristo, el Príncipe de la paz, profetizado por Isaías, que reconcilió consigo el cielo y la tierra. Ella es la Madre Dolorosa, que se mantuvo en pie junto a la Cruz del Señor, que pacificó con su sangre el universo. En Pentecostés, María aparece como “alumna de la paz”, según una bella expresión de la Liturgia, que esperó, junto con los apóstoles, el Espíritu de la paz y de la unidad.

La paz es un don de Dios. La paz en la tierra es imagen y fruto de la paz mesiánica que nos regala Cristo, quien dio muerte al odio, reconcilió a los hombres con Dios e hizo de la Iglesia el sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unidad del género humano. Él dice en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que construyen la paz” (cf Catecismo 2305).

El Espíritu Santo nos concede la fuerza para que podamos dar frutos de paz (cf Gálatas 5,22-23), luchando contra las injusticias, contra las desigualdades lacerantes, contra la envidia, la desconfianza y el orgullo que separan a los hombres y a las naciones y atentan contra la paz.

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