Lecturas: Benedetto XVI, "Che cos'è il cristianesimo"

Benedetto XVI, Che cos’è il cristianesimo. Quasi un testamento spirituale, a cura di Elio Guerriero e Georg Gänswein, Mondadori, Milano 2023, ISBN: 978-88-04-726807, 190 p., 20 €.

 

En la “premessa”, Elio Guerriero explica cómo se gestó la publicación de este libro póstumo del papa Benedicto XVI. En un determinado momento, Guerriero le propuso al papa recoger en un volumen y publicar juntos los textos escritos tras la renuncia al pontificado. Benedicto XVI accedió a esta petición, pero con una condición: que el libro solo podría ser publicado tras su muerte, argumentando que quería ahorrarse, y ahorrar a la cristiandad, la furia de los círculos a él contrarios en Alemania; una furia tan fuerte, “que la aparición de cada palabra mía enseguida provoca de parte de ellos un grito asesino” (p. VIII). El libro se presenta como algo más que una recolección de textos, como casi un testamento espiritual.

El volumen está estructurado en seis capítulos - precedidos de un prefacio del propio Benedicto XVI - : 1. Las religiones y la fe cristiana. 2. Elementos fundamentales de la religión cristiana. 3. Hebreos y cristianos en diálogo. 4. Temas de teología dogmática. 5. Temas de teología moral. 6. Contribuciones ocasionales. Se cierra con una sección de “notas”.

El capítulo 1 recoge dos contribuciones. En la primera de ellas, “El amor en el origen de la misión”, se pregunta si la misión sigue siendo actual. También hoy, nos dice Benedicto XVI, sigue siendo razonable comunicar a otros el Evangelio; entre otras razones, porque tanto el amor como la verdad exigen ser comunicados. Al final, el amor es “la auténtica prueba de la verdad del cristianismo” (p. 14). La segunda aportación, “¿Qué es la religión? Un intento de definir el concepto de religión”, plantea la alternativa, frente a los dioses de las religiones tribales, de seguir el camino de las religiones monoteístas o el de las religiones místicas con el budismo Hinayana como forma central. Para Benedicto XVI, interpretar el cristianismo al modo de una religión mística, puramente interior, contradice su más íntima intención y su concreta configuración en la historia. El centro del cristianismo es Jesucristo, que por nosotros ha soportado ser hombre hasta la muerte y más allá de la muerte.

El capítulo 2 recopila cuatro trabajos. En el primero, “Monoteísmo y tolerancia”, muestra cómo el cristianismo asume la fe en el único Dios, llevándose a cabo el encuentro entre el “Dios de los filósofos” y el Dios concreto de la religión hebraica. De este modo, la religión cristiana se presentó como la religio vera. El cristianismo se comprende como verdad y tiene pretensión de universalidad. No peligra, por ello, la tolerancia. Frente a toda forma de intolerancia, se levanta siempre la teología de la cruz. En el segundo, sobre “El diálogo cristiano-islámico”, se señalan tres elementos fundamentales que diferencian estructuralmente la Biblia cristiana del Corán, con la finalidad de evitar paralelismos apresurados: La Biblia no es un libro, sino una colección de libros; subsiste una ulterior división entre Antiguo y Nuevo Testamento; y no es posible hablar de una inspiración verbal de la Biblia. Por consiguiente, la fe cristiana no es una “religión del Libro”. La Biblia habla solo en la comunidad viviente de la Iglesia. Los dos últimos textos están dedicados, respectivamente, a la relación entre música y liturgia (la música surge del ser tocados por el misterio divino) y a la teología de la liturgia (“La causa más profunda de la crisis que ha afectado a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia”, p. 45).

El capítulo tercero versa sobre el diálogo entre hebreos y cristianos. Recoge un ensayo titulado “Gracia y llamada sin arrepentimiento. Observaciones sobre el tratado De iudaeis” (p. 49-73). El tratado De iudaeis surgió para dar respuesta, con carácter polémico, a la pregunta de cómo las dos comunidades divididas, la cristiana y la judía, y todavía unidas por la Biblia en común, se juzgan entre ellas. Tras el Vaticano II, se produjo una nueva visión del judaísmo que se puede sintetizar en dos afirmaciones: El rechazo de la “teoría de la sustitución” y la asunción de la idea de “la alianza nunca revocada”. Para Benedicto XVI, ambas afirmaciones “son fundamentalmente correctas, por muchos aspectos, no obstante, imprecisas y deben ser críticamente, ulteriormente desarrolladas” (p. 55). Sobre ambas, expresa su parecer, de modo muy matizado, el pontífice. A este ensayo, sigue un intercambio epistolar mantenido entre Benedicto XVI y Arie Folger, rabino jefe de Viena.

El capítulo cuarto aborda temas de teología dogmática. Comienza con una entrevista concedida al P. Libanori para un simposio sobre la justificación por la fe. La Iglesia no se construye a sí misma, sino que se ingresa en ella en la comunión con el cuerpo de Cristo mediante los sacramentos. La justificación por la fe se entiende mejor desde la comprensión de la misericordia divina. Un ensayo (p. 96-122) viene dedicado al sacerdocio católico, rebatiendo la tesis de Lutero según la cual los pastores y ministros de la Nueva Alianza se contrapondrían a los sacerdotes de la Antigua Alianza. Se apoya Benedicto XVI en una exégesis cristológica-pneumatológica, que no se limite al método histórico-crítico, y que permite mostrar que Jesús de Nazaret es sacerdote en sentido propio y que existe novedad a la vez que continuidad entre el sacerdocio veterotestamentario y neotestamentario. La última parte de esta sección esta dedicada al significado de la comunión (p. 123-139) con la finalidad de esclarecer la problemática de la “intercomunión” con los protestantes. La intercomunión aparece como algo natural en una situación de “protestantización muy avanzada de la comprensión de la Eucaristía” (p. 127). Las cosas resultan mucho menos obvias si se profundiza en la comprensión católica de la Eucaristía. Teológicamente es muy diferente la “Cena” protestante de la “Eucaristía” católica. Celebrar la Eucaristía no equivale a reproducir la Última Cena de Jesús, sino a encontrarse con el Resucitado en el sacramento de su entrega sacrificial: “para la fe católica en la Eucaristía siempre está presente el entero proceso del don de Jesús en la muerte y Resurrección” (p. 131). También la comprensión de la comunión es muy distinta en el catolicismo y en el protestantismo, como se evidencia en la diferente manera de entender la presencia de Cristo en el sacramento (“transustanciación” frente a “consustanciación”): La Eucaristía es “presencia de Cristo vivo, participación en su muerte y en su resurrección. La Santa Misa es el hacerse presente del sacrificio de la cruz” (p. 138). Solo afrontando las grandes cuestiones de la fe se podrá avanzar en el ecumenismo.

El capítulo quinto contiene un texto sobre “la Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales” (p. 143-160). El contexto social en el que se producen estos hechos se inicia en los años 60, con la reivindicación de una libertad sexual sin normas y con el colapso de la teología moral católica que deja a la Iglesia inerme frente a estos procesos sociales (cf. p. 145). En la moral, todo sería relativo y nada absolutamente bueno o absolutamente malo. Juan Pablo II quiso remediar esta situación con la publicación de la encíclica Veritatis splendor y, previamente, con el Catecismo de la Iglesia Católica. La disolución de la autoridad doctrinal de la Iglesia en cuestiones morales repercutió en los diferentes espacios de la vida de la Iglesia; también en el enfoque de la vida de los sacerdotes y en la formación de los seminaristas. Con los escándalos de pedofilia, que saltan a los medios en la segunda mitad de los años 80, se vio que el “garantismo” del derecho penal debía proteger no solo a los acusados, sino también bienes preciosos como la fe. Volver a poner en primer plano a Dios ayudará a no perder “el criterio y la medida de lo humano” (p.154). ¿Qué hacer?, se pregunta el Papa: “no tenemos necesidad de otra Iglesia inventada por nosotros. Lo que es necesario es, por el contrario, la renovación de la fe en la realidad de Jesucristo donada a nosotros en el Sacramento” (p. 156).

El último capítulo, el sexto, recoge algunas contribuciones ocasionales, muy breves: Un saludo con ocasión del 50º aniversario de la Comisión Teológica Internacional; un texto sobre los cien años del nacimiento de san Juan Pablo II, en el que profundiza sobre la enseñanza del papa polaco sobre la misericordia; un recuerdo de los 75 años del martirio del padre Alfred Delp; y una entrevista sobre san José, en la que resalta la significación de Nazaret para comprender a Jesús.

Tras un encuentro con Benedicto XVI, que tuvo lugar el 16 de enero de 2019, el rabino Folger escribió: “Verdaderamente, no está ya en una edad juvenil, pero siempre plenamente dueño de sí mismo desde el punto de vista intelectual. En él he encontrado un pensador muy simpático y profundo al que repugnan el antisemitismo y el antihebraísmo en todas sus formas” (cf. p. 188). En este libro póstumo de Benedicto XVI nos encontramos con el último legado de un gran creyente y de un brillante teólogo que va hasta el fondo de las cuestiones. Su pontificado ha sido un gran servicio a la verdad de la fe y del hombre.

 

Guillermo Juan Morado.

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