Lecturas: R. Fisichella, Il nodo ligneo. Sul rapporto fede e ragione

Rino Fisichella, Il nodo ligneo. Sul rapporto fede e ragione, Edizioni San Paolo (collana Sub lumine fidei), Cinisello Balsamo 2021, 254 páginas, ISBN 9788892226043, 25 euros.

 

Il nodo ligneo. Sul rapporto fede e ragione es un nuevo volumen de la colección de escritos de Mons. Rino Fisichella, arzobispo presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que la editorial San Paolo recoge bajo el título genérico Sub lumine fidei.

El subtítulo de la obra – Sul rapporto fede e ragione – nos sitúa ante la temática abordada: la relación entre fe y razón; relación que, a la postre, incide en el vínculo entre verdad y libertad. Una cita de la encíclica Fides et ratio de san Juan Pablo II abre la introducción a este libro: “Una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente” (FR 90).

El primado de la libertad, sin referencia a la verdad, resulta engañoso. Si la razón se debilita, la libertad se desvanece. Es preciso, entonces, retornar a la verdad para que la razón se fortalezca y, de este modo, poder caminar en la libertad. La dictadura del relativismo es aliada de la pérdida de autonomía personal y conduce a dejarse manejar por los intereses de los poderosos.

Restituir la fuerza de la razón es necesario para la misma fe. Así lo atestigua la encíclica Fides et ratio, que aboga por una razón que se abra a las aportaciones de la revelación y por una fe que supere el riesgo de dejar de ser una propuesta universal.

Mons. Fisichella plantea este volumen como un comentario a la Fides et ratio y, con esta finalidad, revisa e integra diversos estudios que había propuesto en diferentes ocasiones para “suscitar interés por la investigación y permitir a la razón y a la fe explicarse y comprenderse recíprocamente” (p.15).

En el capítulo I se delinea el sendero a recorrer explicando el sentido de la propuesta de un uso coherente de la filosofía en teología, que se expresa con la fórmula oportet philosophari in theologia. No cabe renunciar a la especulación teológica y ha de integrarse la reflexión filosófica en el momento mismo en el que se procede teológicamente. La teología no puede instrumentalizar a la filosofía ni dejar de ser lo que es, olvidando el vínculo prioritario con la revelación, un evento portador de su propia evidencia. El diálogo entre ambos saberes ha de conducir a una coherente integración, a fin de que la búsqueda de la verdad contribuya al sentido de la existencia.

El capítulo II aborda la cuestión de la verdad en la cultura posmoderna: “El tema de la verdad, que parecía haber desaparecido en el curso de los últimos decenios, llama de nuevo a la puerta en este período de cambio epocal, y pide que se le abra” (p.39). Pero, ¿cómo pensar la verdad? ¿Cómo presentar apologéticamente al “otro” de la fe la verdad que se conoce por revelación para que pueda ser acogida y compartida? Mons. Fisichella propone un razonamiento que integra la concepción de la verdad como don, la visión de la verdad como una realidad interna al amor y la apelación a la libertad personal: “La verdad en su ofrecerse como don del todo gratuito que en el amor se hace visible como incondicionado, gratuito y sin pretensión de respuesta, abre al descubrimiento de una libertad personal que tiene necesidad de referirse a aquella originaria que se dona sin constricciones y en plena autoconciencia” (p.51).

La búsqueda de la unidad del saber se presenta como un objetivo a lograr si se quiere dar una respuesta al problema del sentido de la vida (capítulo III). La fragmentariedad de los saberes ha conducido a un pensamiento débil carente de real fundamento, comprometiendo la misma unidad de la persona. La Fides et ratio expresa la convicción de que “el hombre es capaz de alcanzar una visión unitaria y orgánica del saber” (FR 85). Es preciso reencontrar la dimensión sapiencial de la filosofía, que gira en torno a la búsqueda de sentido, pasando – la filosofía y la teología – del fenómeno al fundamento. La Encarnación es el universale concretum que invita al pensamiento a realizar ese paso, posibilitando el acto de fe como expresión plena de la libertad personal.

La unidad buscada y realizada (capítulo IV) entre fe y razón se ha expresado en diversos modelos a lo largo de los siglos: en la Iglesia antigua predomina el interés por el estilo concreto de vida. San Agustín lleva a cabo la primera síntesis, comprendiendo la fe como un momento del amplio proceso del conocimiento. Verdad revelada y verdad racional convergen una hacia la otra. En el Medioevo sobresalen las aportaciones de san Anselmo – el credo ut intelligam, la prioridad de la fe, no impide, sino que estimula la búsqueda de la comprensión de aquello que se cree - y de santo Tomás, con la distinción entre la ciencia y la fe, que deben convivir sin desintegrarse ni absorberse la una a la otra.

El drama de la división (capítulo V) es expuesto fijándose en el pensamiento de un filósofo – Heidegger – y de un teólogo – Rahner -. Para Heidegger, filosofía y teología son inconciliables por sus respectivos puntos de partida: la existencia, en un caso; la revelación, en otro. En el fondo de su planteamiento, subyace la idea de una pura fe fiducial, sin más relación con la razón. Rahner propone en términos modernos la relación entre filosofía y teología. Para él, la filosofía es un momento intrínseco de la teología. No obstante, observa críticamente Fisichella, en su planteamiento no parecen quedar convenientemente salvaguardadas la especificidad de la revelación cristiana ni la autonomía de la teología (cf p.134-135).

Para reconstruir la unidad (capítulo VI) entre fe y razón, filosofía y teología, es preciso relacionar ambos componentes de cada binomio con la verdad. La revelación constituye el eje en torno al cual gira la reflexión y el criterio veritativo de toda teología. En su búsqueda de la verdad, también la filosofía ha de encontrarse con la revelación. La centralidad de la revelación para la teología exige pensar en la revelación como fundamento, como principio epistémico, del pensar teológico; fundamento que es acogido como un don gratuito mediante el conocimiento de fe. Asimismo, es preciso admitir la novedad radical que la revelación porta consigo, novedad que se expresa en el ámbito del contenido y de la comprensión y que llega a su definitividad en Jesús, revelación de la forma arquetípica del amor como forma de realización personal. Una tercera exigencia que deriva de la centralidad de la revelación es la aceptación de la historicidad de Jesús de Nazaret que se expresa en su autoconciencia, en la globalidad de su persona y, sobre todo, en la muerte de cruz y en el significado salvífico de la misma. La centralidad de la revelación supone, en definitiva, asumir la dialéctica que supo expresar magistralmente Pascal: Jesús debe permanecer oculto para ser percibido en toda su plenitud. En definitiva, la revelación de Jesús siempre es más grande que cualquier posible comprensión que el hombre pueda alcanzar (cf p.154-156).

En el capítulo VII, interpretando FR 14, Mons. Fisichella comenta la relación que vincula la revelación, la fe, la razón y el misterio - es decir, el momento sacramental del actuar salvífico del Padre en la historia - : “la revelación se pone como tema central que permite crear una relación determinante entre la fe y la razón en el momento en el que vienen a encontrarse relacionadas con el misterio, sea con respecto a la vida de Dios sea con respecto a la existencia personal y a las preguntas perennes que prueban su enigmaticidad” (p. 160). La revelación, argumenta, constituye el centro de la Fides et ratio y la clave hermenéutica para comprender su enseñanza (cf p.161-168). La encíclica explicita la vía del conocimiento por revelación, como cauce para un conocimiento cada vez más profundo del misterio y del ser. El contenido revelado resulta significativo no solo para la fe, para la teología, sino también para la reflexión filosófica. La revelación “produce pensamiento” (FR 15), porque permite inserirse en el horizonte del misterio. La revelación crea un puente entre la filosofía y la teología, ya que ambas pueden dialogar sobre el tema de la verdad y sobre su valor de salvación para el hombre.

El capítulo VIII está dedicado a la fe como forma de conocimiento. Existen diversas formas de conocimiento: el conocimiento sensible, el saber crítico, el conocimiento por discernimiento – ligado a la praxis y a la acción personal -, el conocimiento por testimonio – que implica al sujeto en su credibilidad -, etc. Absolutizar una sola forma cognoscitiva comprometería la totalidad del conocer personal (cf p. 183). El creer es una modalidad cognoscitiva; se conoce a través de la fe. Este conocimiento por fe está determinado por su objeto – la revelación – y hace posible que el hombre se realice plenamente en la relación perenne con Dios. El conocimiento por fe se caracteriza por el primado que le corresponde a la gracia, que habilita al hombre para creer. La fe implica a la inteligencia, introduce en la celebración de la liturgia y en el testimonio de la caridad que hace visible la decisión de vivir el seguimiento de Cristo. A su vez, la fe no puede separarse, sin perder la propia identidad, de la esperanza y de la caridad. La fe es un conocimiento global que apunta al horizonte de la verdad revelada, a la adquisición del sentido último y definitivo de la existencia. La fe es un conocimiento por asentimiento, ya que requiere la adhesión plena y total, como ha estudiado Newman; es un conocimiento que se realiza a la luz de la memoria, de la anámnesis; y es un conocimiento que, como ya se ha apuntado, se encuentra, inevitable y libremente, con la verdad, es decir, con el evento histórico de la revelación en la historicidad de Jesucristo, universale concretum.

El capítulo IX presenta, siguiendo la Fides et ratio, la revelación como una oportunidad para la razón. La encíclica, interpreta Mons. Fisichella, piensa la relación entre fe y razón en clave de unidad y no de dualismo, pero no llega a explicitar en qué modo esta unidad se produce (cf p. 209). Se puede ir más allá del dualismo entre fe y razón focalizando la atención en la revelación inserida en la historia, realizada de modo culminante en Jesús, dotada de un valor universal para cada persona, vinculada al sentido de la existencia personal (cf p. 201). La revelación alarga la perspectiva de la razón porque se abre al “misterio”, entendido no como límite, sino como “el auténtico horizonte de comprensión” (p. 205): “De la revelación divina a la experiencia humana el arco del misterio abraza la totalidad de la existencia personal tensa entre la comprensión de sí y el acto fiducial de obediencia a Dios” (p.205-206). La razón y la fe se unen en respuesta al deseo del hombre de conocer la verdad, que irrumpe en la Encarnación, el misterio que abre espacios de comprensión infinitos.

La diaconía de la verdad (capítulo X) es uno de los servicios que la Iglesia debe ofrecer a la humanidad, afirma Fides et ratio 2. La Universidad es el lugar más autorizado para el diálogo y para obtener la unidad del saber. No obstante, no cabe silenciar que son muchas las voces que apuestan por orientar la investigación académica hacia una “racionalidad instrumental” al servicio de fines utilitarios, de fruición o de poder (cf. p. 215). La búsqueda de la verdad encuentra su fin en la respuesta a la pregunta por el sentido. Esta es también la meta hacia la que apunta la vía de la fe. La “diaconía de la verdad” es una misión que exige caminar, junto a los demás hombres, en fidelidad a la conciencia, pero también hacerse cargo del anuncio de las certezas adquiridas – entre ellas, la convicción de la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida -, sabiendo que el anuncio cristiano porta un mensaje de alcance universal y que es preciso considerar la unidad profunda de la verdad, sin detenerse en sus fragmentos. La teología no debe temer la confrontación con el nihilismo, que hace de la investigación un fin en sí misma, que proclama el primado de lo efímero y la fugacidad y el carácter provisional de todo (cf FR 46). La verdad es el descubrimiento de un don que permite llevar a cumplimiento la existencia personal y la capacidad de producir pensamiento. La teología no puede ignorar su tarea primordial, la presentación de la inteligibilidad de la revelación. Ha de volver a encontrar la dimensión sapiencial, recuperando la interlocución privilegiada con la filosofía y respondiendo a las dificultades que ese diálogo plantea: la relación entre significado y verdad, el valor universal de los enunciados dogmáticos, la elaboración de un pensamiento especulativo capaz de dar espesor a la inteligencia de la fe y la recuperación de la interdisciplinariedad.

Entre filosofía y teología se establece una circularidad (capítulo XI) que garantiza la autonomía de ambos saberes: La teología se funda en la revelación, en la Palabra de Dios. La filosofía, la razón filosófica, permite expresar el dato teológico de la revelación “en un lenguaje conceptual no solo accesible, sino de por sí universal” (p. 239). Se trata de que lo que el creyente conoce por fe lo pueda expresar también por la vía de la razón: “En suma, existe una prioridad teológica que desemboca en lo filosófico del que no se puede prescindir sin arriesgarse a hacer del contenido de la fe algo no comunicable, para concluir en el dato teológico del remitir más allá hacia la contemplación” (p. 242).

Como indica Mons. Fisichella en la conclusión, esta obra intenta “mostrar que la razón no está excluida de la fe y esta, si quiere corresponder a su naturaleza, no puede prescindir de la razón” (p. 246). Filósofos y teólogos “tienen la tarea de hacer salir a la razón del túnel de la desconfianza en la que ha estado relegada, y de facilitar la mirada hacia el horizonte caracterizado por la novedad radical que proviene de la encarnación del Hijo de Dios. Es importante que también la filosofía reconozca la necesidad de novedad que la Revelación le propone. Un camino común con la teología, pues, para ser capaces de portar luz sobre la única verdad que marca la apasionada búsqueda de sentido propia de cada hombre” (p.250).

Se trata, en definitiva, de un ensayo que ayuda a profundizar en el contenido y en las implicaciones de la Fides et ratio, en la tarea teológico-fundamental de reflexionar sobre el estatuto epistemológico de la teología, sobre el valor cognoscitivo de la fe, así como sobre el vínculo que une a la filosofía y a la teología en la búsqueda de la verdad que da sentido a la vida.

 

Guillermo Juan Morado.

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