La fe es luz

Se dice muchas veces que “la fe es ciega”. Si se explica esta afirmación, se puede entender en parte. Aun así, no es una afirmación muy afortunada. La fe es “ciega”, porque no se apoya en la evidencia de que “dos y dos son cuatro”, sino en la confianza en Dios.

Pero, salvo en ese aspecto, la fe no es ciega de ningún modo. La fe es luz – “Lumen fidei” es el título de la primera encíclica del papa Francisco - . El profeta Isaías habla de una luz que invade Jerusalén: “Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora”. A Jerusalén llega una luz que va a iluminar todos los pueblos de la tierra.

¿Cuál o quién es esa luz? Es Jesucristo, que ha venido para salvar, para iluminar. Para llegar a Él solo hace falta dejarse atraer por su luz, como los Magos, que se ponen en camino para adorarlo.

Los Magos buscan, viajan, preguntan… Y encuentran: A Jesús, con María, su Madre. Lo encuentran y lo adoran. De rodillas. Y le ofrecen regalos: oro, incienso y mirra.

¿Qué hace falta para creer? Ante todo, un corazón atento, dispuesto a descubrir las múltiples pistas que Dios pone en nuestro camino: la naturaleza, obra del Creador; la propia vida, en la que Dios interviene; la voz de la conciencia. La predicación de la Iglesia.

La fe, el creer, se expresa en el adorar. Creer es algo práctico. Creer es adorar. Como amar es amar. Nunca podría ser mera teoría.

Y adorar es testimoniar la reverencia a quien se adora. A Cristo, al Verbo encarnado. Como los seres humanos no somos ángeles, esta reverencia ha de ser, a la vez, espiritual y corporal. Sacramental. Lo visible y lo invisible. El cuerpo y el espíritu. El vínculo entre lo divino y lo humano sellado en palabras y gestos.

Los seres humanos no somos ángeles, no somos puros espíritus. Santo Tomás de Aquino dice que “lo connatural en nosotros es llegar por lo sensible a lo inteligible”. Tiene razón santo Tomás.

Los Magos adoran de rodillas a Jesús. Lo exterior, el gesto de arrodillarse, no es vano, no es superfluo. Lo exterior expresa lo interior, nuestra dependencia de Dios.

Debemos adorar a Jesús. Con la mente y con el cuerpo. La fe, alimentada por la adoración, nos permitirá vivir con amor sincero el misterio de Cristo. Así seremos testigos creíbles de la alegría del encuentro con el Señor.

 

Guillermo Juan Morado.

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