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26.04.21

Lecturas. Rino Fisichella, La bellezza è la prima parola

Rino Fisichella, La bellezza è la prima parola. Rileggendo Hans Urs von Balthasar (ed. San Paolo, colección Sub lumine fidei, Cinisello Balsamo 2020), ISBN 978-88-922-2345-5, 270 páginas.

 

La editorial San Paolo presenta en la nueva colección Sub lumine fidei, título que evoca DV 24, “hombres e ideas que han marcado una etapa de la teología en su intento de escrutar el misterio del hombre en el misterio de Cristo”. Mons. Rino Fisichella (Codogno 1951) es autor de varios volúmenes ya publicados de la colección. Entre ellos, Dentro di me il tuo nome. La teologia di Giovanni Paolo II (2020), así como Il pane della vita. Eucaristia e sacerdozio (2021). Mons. Fisichella, arzobispo presidente del Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, es un destacado teólogo, especialmente relevante en el ámbito de la teología fundamental.

Igualmente, es un buen conocedor del teólogo suizo, a quien dedicó, entre otros estudios, su tesis doctoral: Hans Urs von Balthasar. Amore e credibilità cristiana (Roma 1981). En el libro que reseñamos, Fisichella lleva a cabo una revisión sintética del pensamiento de este autor, sin dejar de advertir que no es “fácil de estudiar”, que su estilo es “extremadamente difícil” (p. 15), pese al carácter sistemático de su obra, no siempre percibido por todos. Fisichella confiesa que el encuentro con la teología de von Balthasar – siguiendo el consejo del P. Zoltan Alszeghy de leer el primer volumen de Gloria - abrió para él, entonces joven estudiante de la Gregoriana, “un horizonte hasta aquel momento inesperado” (p.12). Como un guía experto, Mons. Fisichella nos acompaña en la tarea de adentrarnos en la obra de von Balthasar, citando muchos de sus textos, contextualizándolos y comentándolos.

El libro está estructurado en ocho capítulos. En el primero de ellos (“Testigo de la palabra”), se habla de la identidad del teólogo, siempre referido a la Palabra de Dios, y se señalan las etapas fundamentales de la vida de von Balthasar, así como las fuentes decisivas de su pensamiento; entre las más significativas se cuentan las intuiciones de Erich Przywara y de Adrienne von Speyr. Con esta última, Balthasar se encuentra en 1940 y comienza una relación espiritual que lo llevará a fundar con ella, en 1944, el Instituto secular “La comunidad de san Juan”.

Nacido en Lucerna el 12 de agosto de 1905, en 1929 entra en la Compañía de Jesús y es ordenado sacerdote en 1938. A partir de 1948 se establece en Basilea. Juan Pablo II anunció en 1988 su elevación a la dignidad cardenalicia, pero murió de modo imprevisto el 26 de junio, dos días antes de ser creado cardenal. Previamente a su plena dedicación a la teología, von Balthasar estudió la poesía alemana, publicando su tesis Apokalypse der deutschen Seele, en la que, entre otros temas, afronta el desafío del pensamiento de Nietzsche.

De Przywara aprende la importancia de la analogía entis así como el valor de la perspectiva anselmiana del id quod maius cogitari nequit. Otros maestros que influyeron en él son Gustav Siewerth y Romano Guardini, quien le mostró el “distintivo cristiano”. Entre 1934 y 1938, en Lyon, trata a H. de Lubac, quien lo introduce en el estudio de la patrística: Orígenes, especialmente, pero también Máximo el Confesor, Gregorio de Nisa y Evagrio Póntico, redescubierto por Balthasar. En ese período, traduce y estudia a escritores franceses, sobre todo a Paul Claudel, pero también Charles Péguy y a Georges Bernanos. El estudio de Karl Barth tuvo, asimismo, un enorme influjo en su pensamiento.

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24.04.21

El corazón de Jesús, la proximidad del amor de Dios

“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). De esta manera conmovedora, confiesa Pedro su fe en Jesús, el Santo de Dios. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Adónde ir?, ¿cómo orientarnos en medio de la fragmentación que caracteriza el espacio cultural en el que estamos inmersos?, ¿en qué lugar encontrar una palabra que salve la vida?

Como Pedro, hallaremos la respuesta depositando, de modo nuevo, nuestra confianza en el Señor, acercándonos a él, descansando en él. Es lo que el mismo Jesús nos dice en otro pasaje del evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).

Quien nos invita a ir hacia él es quien, previamente, ha venido a nosotros. Son muchos los que, de un modo u otro, buscan el sentido de su vida; quienes desean saber qué cosas verdaderamente tienen peso – pondus -; qué merece la pena; cuál es nuestro fin – telos -. Las religiones y las filosofías testimonian, incluso en nuestra época post-secular, la persistencia de estos anhelos, más o menos sofocados por la incitación a satisfacer de modo inmediato los caprichos de una voluntad encerrada tantas veces en la burbuja del propio yo.

La singularidad del cristianismo, que hoy ha de resonar para quien esté dispuesto a la escucha como resonó el discurso de Pablo en el Areópago, hace concreta la afirmación de que “Dios no está lejos de ninguno de nosotros” (Hch 17,27). Dios se aproxima en su darse, en su revelación, en su advenimiento; en su encarnación. Dios se comunica tal como es: se desvela como misterio que interpela al hombre, como amor entregado. Es esta inaudita cercanía la que hace posible caminar hacia él para encontrar descanso.

En este acontecimiento central de la fe, la encarnación del Hijo de Dios, verdadero artículo stantis et cadentis Ecclesiae, es donde encuentra su fundamento la correspondencia de amor al corazón de Cristo. La divinidad, el amor trinitario, se expresa en la humanidad de Jesús, se muestra como la humanidad de Jesús. Lo invisible se hace visible en la sacramentalidad de su cuerpo, en el símbolo universalmente concreto de su corazón.

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21.04.21

Novena a San Roque

San Roque, y quienes lo invocaban como protector frente a la peste, eran muy conscientes de su vulnerabilidad. Sabían muy bien que podían ser heridos o recibir lesión, física o moralmente. Se relacionaban, de modo cotidiano, con la muerte, encarándola, afrontándola.

Se dice que los jóvenes tienden a creerse invulnerables. No deja de ser una pretensión ilusoria. Les queda, previsiblemente, mucha vida por delante. Pero ese proyecto puede trucarse en cualquier momento, hoy mismo o mañana.

Pero no solo los jóvenes, sino también los que habitamos en países “avanzados”, sea cual sea nuestra edad, tendemos a cubrirnos, a refugiarnos, bajo una capa de protección que intenta ocultar o ignorar la amenaza de la muerte. Nos parapetamos tras nuestras perfectas (imperfectas) democracias, nos cobijamos en la tranquilidad de nuestros sistemas de salud, esperamos que el Estado impida o palíe los males mayores.

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