Lecturas. Rino Fisichella, La bellezza è la prima parola

Rino Fisichella, La bellezza è la prima parola. Rileggendo Hans Urs von Balthasar (ed. San Paolo, colección Sub lumine fidei, Cinisello Balsamo 2020), ISBN 978-88-922-2345-5, 270 páginas.

 

La editorial San Paolo presenta en la nueva colección Sub lumine fidei, título que evoca DV 24, “hombres e ideas que han marcado una etapa de la teología en su intento de escrutar el misterio del hombre en el misterio de Cristo”. Mons. Rino Fisichella (Codogno 1951) es autor de varios volúmenes ya publicados de la colección. Entre ellos, Dentro di me il tuo nome. La teologia di Giovanni Paolo II (2020), así como Il pane della vita. Eucaristia e sacerdozio (2021). Mons. Fisichella, arzobispo presidente del Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, es un destacado teólogo, especialmente relevante en el ámbito de la teología fundamental.

Igualmente, es un buen conocedor del teólogo suizo, a quien dedicó, entre otros estudios, su tesis doctoral: Hans Urs von Balthasar. Amore e credibilità cristiana (Roma 1981). En el libro que reseñamos, Fisichella lleva a cabo una revisión sintética del pensamiento de este autor, sin dejar de advertir que no es “fácil de estudiar”, que su estilo es “extremadamente difícil” (p. 15), pese al carácter sistemático de su obra, no siempre percibido por todos. Fisichella confiesa que el encuentro con la teología de von Balthasar – siguiendo el consejo del P. Zoltan Alszeghy de leer el primer volumen de Gloria - abrió para él, entonces joven estudiante de la Gregoriana, “un horizonte hasta aquel momento inesperado” (p.12). Como un guía experto, Mons. Fisichella nos acompaña en la tarea de adentrarnos en la obra de von Balthasar, citando muchos de sus textos, contextualizándolos y comentándolos.

El libro está estructurado en ocho capítulos. En el primero de ellos (“Testigo de la palabra”), se habla de la identidad del teólogo, siempre referido a la Palabra de Dios, y se señalan las etapas fundamentales de la vida de von Balthasar, así como las fuentes decisivas de su pensamiento; entre las más significativas se cuentan las intuiciones de Erich Przywara y de Adrienne von Speyr. Con esta última, Balthasar se encuentra en 1940 y comienza una relación espiritual que lo llevará a fundar con ella, en 1944, el Instituto secular “La comunidad de san Juan”.

Nacido en Lucerna el 12 de agosto de 1905, en 1929 entra en la Compañía de Jesús y es ordenado sacerdote en 1938. A partir de 1948 se establece en Basilea. Juan Pablo II anunció en 1988 su elevación a la dignidad cardenalicia, pero murió de modo imprevisto el 26 de junio, dos días antes de ser creado cardenal. Previamente a su plena dedicación a la teología, von Balthasar estudió la poesía alemana, publicando su tesis Apokalypse der deutschen Seele, en la que, entre otros temas, afronta el desafío del pensamiento de Nietzsche.

De Przywara aprende la importancia de la analogía entis así como el valor de la perspectiva anselmiana del id quod maius cogitari nequit. Otros maestros que influyeron en él son Gustav Siewerth y Romano Guardini, quien le mostró el “distintivo cristiano”. Entre 1934 y 1938, en Lyon, trata a H. de Lubac, quien lo introduce en el estudio de la patrística: Orígenes, especialmente, pero también Máximo el Confesor, Gregorio de Nisa y Evagrio Póntico, redescubierto por Balthasar. En ese período, traduce y estudia a escritores franceses, sobre todo a Paul Claudel, pero también Charles Péguy y a Georges Bernanos. El estudio de Karl Barth tuvo, asimismo, un enorme influjo en su pensamiento.

El capítulo segundo versa sobre “profecía y teología” y aborda el influjo de Adrienne von Speyr (1902-1967), médica suiza convertida del protestantismo al catolicismo, en la obra de von Balthasar. El teólogo deja la Compañía de Jesús y funda con ella, como se ha indicado, la Comunidad de San Juan. Fisichella traza un perfil de von Speyr incidiendo en su carisma de profecía, en su capacidad “de encontrar las modalidades más coherentes a fin de que la Palabra de Dios pueda alcanzar el corazón del destinatario, mediante un lenguaje que invita a la meditación y a la conversión del corazón” (p. 65). Hay varios rasgos en la obra de von Speyr que von Balthasar comparte plenamente en su teología: el valor normativo de la oración y de la contemplación para la vida cristiana y la teología; la intuición del misterio del Sábado Santo, expresión de la máxima obediencia del Hijo; el comentario al evangelio de San Juan; la centralidad del misterio de la Trinidad y de su revelación. Todos estos rasgos, presentes en la “profetisa” y en el teólogo, ayudan a recuperar la unidad entre teología y espiritualidad.

El capítulo tercero, “El retorno de la belleza”, se fija en el proyecto balthasariano de asumir la estética como punto de partida de su teología. Se abre así una “tercera vía” que va más allá de la cosmológica y de la antropológica, y que interpreta la revelación a la luz del amor, porque en sí misma es amor (cf. p. 77). Un amor que se ha hecho visible en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, y un amor del cual la Iglesia ha de ser signo e instrumento entre los hombres (cf. p. 79). Para Fisichella, “H.U. von Balthasar ha recorrido la vía de la belleza divina como forma de la revelación del amor trinitario. Es preciso reconocerlo con toda honestidad. Ha sido el único en el horizonte del pensamiento del siglo pasado que ha llevado a cabo una empresa tan ardua” (p. 81). Una opción plenamente actual, pues como escribía von Balthasar: “Lo bello volverá solo cuando entre la salvación trascendente, teológica, y el mundo perdido en el positivismo y en la frialdad despiadada, la fuerza del corazón cristiano será tan grande como para experimentar el cosmos como revelación de un abismo de gracia y de incomprensible amor absoluto. No simplemente de ‘creer’, sino de experimentar […]” (p.83).

El capítulo cuarto trata sobre la teología, sobre “la ciencia de Dios”. Ante la revelación, la actitud adecuada es la oración, de la cual no puede disociarse la teología en su camino hacia la verdad de Dios, hacia la unidad del misterio de la encarnación, siguiendo la lógica anselmiana de la fides quaerens intellectum. La teología, como ciencia, ha de adecuarse a su objeto de investigación, el misterio de Dios. Por ello, comprende la unidad entre espiritualidad, oración y santidad de vida (cf. p. 92). ¿Cómo ha de articularse la teología? En torno al misterio de la encarnación, combinando dos caras: una contemplativa, dirigida a la interioridad del misterio, y otra dirigida al exterior, en diálogo. El método a seguir será el de la analogia fidei y entis. La teología se puede comprender como una ciencia que integra la sabiduría del acto de creer, la universalidad de Jesús de Nazaret como salvación para todos, y la apologética, que valora el momento del anuncio y la necesidad de comunicarlo de modo coherente (cf. p. 97). La teología fundamental, que ha de ser buena teología, debe revestir tres características: 1. El subrayado de la objetividad de la persona de Jesús de Nazaret, criterio interpretativo de la revelación y de su credibilidad. 2. La caracterización trinitaria de la revelación. 3. La preocupación por el sentido de la existencia. Como escribe von Balthasar: “Solo la Palabra de Dios dispone de una tal fuerza de apelación personal al hombre que este se siente tocado por ella en el centro de su corazón” (p.115).

El capítulo cinco, “La Trilogía”, se adentra en la obra maestra de von Balthasar, cuyo objetivo, nos dice Fisichella, es “mostrar que el corazón de la revelación, Jesucristo Hijo de Dios, es todavía hoy la única realidad que posee una carga veritativa tal de ofrecerse como última respuesta de sentido” (p.119). La categoría de pulchrum, en torno a la cual se articula la primera parte de la Trilogía, Gloria, debe ser necesariamente integrada por el bonum y por el verum. La manifestación de Dios es el preludio del drama, que se desarrolla en la creación y en la historia, y que tiene como actores la libertad divina infinita y la libertad humana finita. La Teodramática permite el paso del pulchrum al verum y se funda en el concepto de misión, central en la cristología y en el seguimiento de Cristo. Entre los diversos temas de la Teodramática, sobresalen dos, señala Fisichella: “El primero se adentra en la composición de una antropología teológica. El segundo afronta la gran cuestión de la muerte de Jesucristo” (p. 132). El drama de la muerte de Cristo hace visible el límite extremo del choque entre trascendencia e inmanencia (cf. p. 133-144). La tercera parte de la Trilogía, Lógica, aborda la cuestión de la verdad en el evento de la revelación de Dios a través de la encarnación del Logos y de la efusión del Espíritu Santo. En síntesis, toda la Trilogía “se concentra en el evento irrepetible de la entera historia: la encarnación del Hijo de Dios que condensa en sí la originalidad de la acción reveladora de Dios como amor” (p.158). En el fondo, subyace la intención apologética de presentar a nuestro contemporáneo el Evangelio de siempre; la respuesta cristiana, que se concentra en dos dogmas fundamentales: el de la Trinidad y el de la encarnación.

El capítulo sexto, “La hija del Hijo”, desarrolla la mariología de von Balthasar. Siguiendo la teología de san Juan, el teólogo suizo acoge la importancia primaria de la presencia de María. Como anota Fisichella: “La Madre de Dios emerge en cada paso que se da, acompaña con discreción sin jamás ensombrecer el centro de la teología que es fuertemente cristocéntrica, y conduce hasta el umbral de la contemplación del misterio de la Trinidad, verdadero punto final de la perspectiva balthasariana” (p. 164).

El capítulo séptimo – “¿quién es el hombre?” – profundiza en el primero de los grandes temas señalados en la Teodramática, la antropología teológica. Una visión del hombre que surge como resultado de la cristología y de la consideración del drama en el cual el hombre es co-actor con Dios. El papel del hombre solo se comprende hasta el fondo a la luz de la misión que le ha sido confiada por Dios. Otro aspecto fundamental de la antropología es la relación entre la libertad finita y la libertad infinita. Para explicar esta relación, Balthasar recurre a la analogia libertatis. La libertad del hombre, finita, depende de la libertad real e infinita de las personas divinas al interno de la vida trinitaria. El hombre es visto por von Balthasar como imagen de la Trinidad, solo desde esta óptica se descubre la plenitud de su misterio. El capítulo abarca, asimismo, la reflexión sobre el significado teológico de la mujer, donde se entrelazan la antropología, la mariología y la eclesiología.

El capítulo octavo, “Dos teólogos ante el misterio”, está dedicado a Karl Rahner, relacionándolo con von Balthasar, mostrando la diferencia, que no la oposición, del primero con relación al segundo. Un párrafo puede servir de resumen: “Ciertamente se debe afirmar con decisión que él [K. Rahner] ha representado en nuestro siglo al teólogo que más que ningún otro ha defendido de modo radical la libertad del hombre. De la misma manera, Balthasar ha sido el teólogo que más que ningún otro ha defendido la libertad de Dios” (p. 250).

En la conclusión, Fisichella destaca la importancia de la aportación de von Balthasar a la teología y explica en qué sentido se puede hablar de un “primer” y de un “segundo” Balthasar. No hay contradicción entre estos supuestos dos momentos, entre el hombre del universalismo cristiano, que pide “derribar las murallas” y abrirse al diálogo, y el hombre maduro que subraya la especificidad cristiana. En definitiva, “la reflexión teológica se concentra sobre la Trinidad y sobre el amor revelado plenamente en Cristo” (p. 263).

Se trata de una obra muy recomendable, que no solo permite “releer” a von Balthasar, sino asimismo conocer mejor el pensamiento de mons. Rino Fisichella y, sobre todo, mantener los ojos abiertos al estupor de la belleza.

Guillermo Juan Morado.

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