InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2011

31.12.11

Santa María, Madre de Dios

Homilía para la solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Un pasaje del libro de los Números (6,22-27) recoge una fórmula con la que los sacerdotes del pueblo judío transmitían la bendición divina: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. El nombre del Señor se pronuncia sobre las personas para establecer una relación personal entre Dios y ellas.

El Señor nos bendice para que vivamos alejados de los peligros, especialmente del pecado; nos sonríe con benevolencia para que podamos reconocer su amor y su generosidad. Nos otorga el don de la paz, que más que la ausencia de conflictos equivale, en la mentalidad bíblica, a la abundancia de bienes.

Pero, como señala el papa Benedicto XVI, la paz no es solo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir: “Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos” (Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz).

Cristo es nuestra paz. Él ha sido enviado por el Padre para nacer de una mujer (Ga 4,4) a fin de que nosotros recibiéramos la condición de hijos de Dios por la gracia. De la Santísima Virgen María, Madre de Dios, hemos recibido a Jesucristo, el autor de la vida. Por su intercesión materna pedimos a Dios que nos conceda llenarnos de gozo al celebrar el comienzo de nuestra salvación y asimismo poder alegrarnos un día de alcanzar su plenitud.

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27.12.11

Los santos anónimos

No todos los santos están, ni estarán, en el Martirologio. A muchos santos solo los habrán conocido, en la tierra, quienes han convivido con ellos. Y tengo la convicción de que todos, más o menos, hemos conocido a santos. No a personas perfectísimas, no. A personas limitadas que, a su modo, según sus posibilidades, han respondido a la gracia de Dios. Personas que nos han querido, que se han sacrificado por nosotros y que, a pesar de sus límites, han sido íntegras, coherentes, fieles a sí mismas y, sobre todo, fieles a Dios.

Recuerdo a un familiar que, cuando ya la muerte se aproximaba, decía: “Tengo ganas de abrazar a mi madre”. Para él, y para muchos otros que la habían conocido, su madre era una santa. El deseo del cielo se encarnaba de ese modo tan cercano y próximo. Ver a Dios se traducía en abrazar de nuevo a su madre. Y no me parece una idea disparatada. Solo Dios puede lograr que, en Él, volvamos a encontrarnos unos a otros. Si Dios nos ama – y de esta verdad no podemos dudar – amará también a quienes amamos. Y los amará con una fuerza capaz de hacer lo que nosotros no podemos hacer: mantenerlos en vida; es más, darles vida.

Cuando irrumpe la tremenda separación de la muerte nos hacemos conscientes de nuestra debilidad y de nuestra dependencia. Por más que queramos no podemos preservar la vida de los seres queridos, de nuestros amigos, de aquellas personas a las que debemos tanto. Solo Dios puede hacerlo. Y no cabe duda de que lo hace.

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24.12.11

El misterio de la Navidad

Homilía para la solemnidad de la Natividad del Señor (Ciclo B)

Dios se da a conocer en los acontecimientos de la historia de la salvación. La luz de la fe permite descubrir la verdadera profundidad de los hechos e interpretarlos auténticamente. Con el Nacimiento de Jesús se cumple el anuncio del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y es su nombre ‘Mensajero del designio divino’ ” (Is 9,5).

La noticia de su nacimiento es una proclamación de alegría porque en Él, en Jesús, Dios ha venido para consolar a su pueblo, para iniciar su Reino (cf Is 52,7-10). Nadie puede, en consecuencia, sentirse al margen de este evento: “Los confines de la tierra han proclamado la victoria de nuestro Dios” (Sal 97).

¿Quién es este Niño? ¿Cuál es su identidad? La Carta a los Hebreos nos dice que Jesús es el Hijo de Dios: “Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa” (Heb 1,3). El Hijo de Dios, la Palabra preexistente, creadora, conservadora y redentora se ha encarnado en Cristo, trayendo así el mensaje definitivo.

La condescendencia de Dios, su afán de aproximarse a nosotros para que nosotros tengamos acceso a Él, llega a su plenitud con la encarnación del Verbo. El papa Benedicto XVI, empleando una expresión patrística y medieval, dice que “el Verbo se ha abreviado”: “El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance” (Verbum Domini, 12).

En cierto modo, en el misterio de la Navidad se identifican la misericordia y la humildad. El amor fiel y compasivo de Dios, su bondad y ternura, se revela en la humildad del Nacimiento de Jesús: “ha nacido por nosotros, Niño pequeñito, el Dios eterno” (San Romano Melodo). Jesús encarna y personifica la misericordia: “El mismo es, en cierto sentido, la misericordia”, decía Juan Pablo II. Debemos abrir nuestro corazón para que este amor divino nos transforme y nos haga a nosotros humildes para así poder nacer como hijos de Dios.

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22.12.11

¡Feliz Navidad!

Este año el blog ha ido a un ritmo muy lento, no sin lectores, no sin muchos lectores, pero menos que en el año anterior.

Es algo normal. Si hay menos posts, hay menos entradas. En cualquier caso, no me supone un motivo de disgusto. He optado por la calma, por el sosiego, por no forzar la escritura de artículos.

He intentado concentrarme en las homilías de los domingos. Forma parte, esta tarea, de un proyecto personal: Completar los textos de las homilías dominicales de los tres ciclos litúrgicos. Un proyecto parcialmente logrado, aunque quede como desafío el actual “ciclo B".

No quiere decir que, a lo largo de estos años, no haya preparado con atención las predicaciones de cada domingo. Creo que, en eso, con mayor o menor acierto, me he comprometido a fondo. Pero me falta todavía culminar ese trabajo.

Han salido ya tres libros, que recogen sustancialmente el ciclo C, dos de ellos, y el último la primera mitad del ciclo A. Si Dios quiere, saldrá alguno más.

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17.12.11

El trono de David

Homilía para el IV Domingo de Adviento (Ciclo B)

El Libro Segundo de Samuel recoge la promesa hecha por Dios al rey David a través del profeta Natán: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y el será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre” (2 Sam 7,12.14.16).

Dios quiso fundar para David una casa, una línea sucesoria. Esta promesa está en el origen de la esperanza mesiánica: Dios enviará al Rey-Mesías, descendiente de David, para reinar para siempre.

Esta promesa tiene su cumplimiento en Jesucristo. El evangelio de San Lucas recoge el anuncio del ángel Gabriel “a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María” (Lc 1,27).

El ángel le dice a María: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 31-33).

El plan de Dios se realiza de un modo sorprendente e imprevisto. El Hijo de María será no solo el sucesor de David, sino verdaderamente el Hijo de Dios. A la pregunta de la Virgen: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”, el ángel responde diciendo que su Hijo no tendrá un padre humano, sino que será concebido por obra del Espíritu Santo.

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