InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2011

29.08.11

Mario Vargas Llosa y la JMJ

Estamos tan acostumbrados a lo anormal y a lo esperpéntico que, a estas alturas, un gesto de normalidad se agradece. Que una persona inteligente diga a propósito de la JMJ que “todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática” parece de sentido común. Ni siquiera los amargados consiguieron empañar ese espíritu de alegría; sobre todo, de alegría.

O sea, nada especial lo que ha escrito Mario Vargas Llosa, agnóstico y liberal según se define él mismo, en un artículo titulado “La fiesta y la cruzada” publicado en “El País”. Pero, atendiendo a las circunstancias, lo obvio parece incluso extraordinario. Y Vargas Llosa dice unas cuantas cosas obvias; por ejemplo: “Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su “adicción” al Papa ("Somos adictos a Benedicto” fue uno de los estribillos más coreados)”.

Pero, yendo más allá del fenómeno, el premio Nobel de literatura se pregunta por lo que subyace a la apariencia y adelanta una hipótesis interpretativa: La JMJ se puede entender “como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla”.

Para Vargas Llosa la reducción en número de los fieles católicos no es un síntoma de la ruina de la Iglesia, sino “más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI”. En realidad, no es cierto – como supone el escritor - que el número de católicos disminuya, si consideramos el mundo entero. Sí lo es, sin embargo, entre nosotros.

En el campo de lo opinable se inscribe la valoración que hace sobre los dos últimos papas, aunque a mí, al menos, me resulta agradable que un escritor tan destacado diga sobre los textos de Benedicto XVI: “su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes”. Comparto también, hasta cierto punto – aunque no comparta del todo el modo de decirlo – lo que dice sobre el progresismo y el conservadurismo eclesiales.

Pero la parte más importante del artículo de Vargas Llosa es la final. “¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad?”, se pregunta. Y, como respuesta, hace unas consideraciones interesantes desde la perspectiva política y desde la filosofía de la cultura, revisando algunos falsos dogmas concernientes a la secularización entendida como un proceso irreversible y casi determinista, tal como había preconizado Comte.

Desde la perspectiva política, no dejo de apreciar cierta contradicción en lo que afirma Vargas Llosa: “Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad”.

Leído así, tal cual, casi tiendo a pensar que se aboga por una visión utilitarista de la fe religiosa, un poco al modo del “Catecismo Imperial Napoleónico”. Vale, la fe religiosa, en cuanto ayude a combatir a los enemigos de la sociedad democrática. Pero con una condición: que el Estado sea laico e independiente. Pues depende de qué se entienda por “laico” y por “independiente”.

Es verdad que sin una motivación profunda – religiosa - es muy difícil, a la larga, sostener los fundamentos de la ética. Pero, a mi modo de ver, el papel de la religión – y me refiero, en concreto, al catolicismo – no se limita a combatir los excesos, sino a velar por los principios básicos que, se quiera o no, han de sustentar una democracia que no degenere en totalitarismo: la ley moral natural. Esa dependencia de la ley moral natural no equivale a la “sumisión” a la Iglesia, pero sí al reconocimiento del Creador y de un ordenamiento moral que es previo al político y que es “conditio sine qua non” de la justicia en el orden político.

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27.08.11

El desconcierto de Pedro

Homilía para el domingo XXII del TO (Ciclo A)

El anuncio de la pasión muestra que el Señor acepta cumplir hasta el final el plan salvador de Dios; un designio que se orienta a la vida, a la resurrección, pero que incluye también el padecimiento y la cruz (cf Mt 16,21). La palabra de Dios encuentra en el mundo rechazo y, en ocasiones, se convierte para quien la proclama en motivo de burla, de oprobio, de desprecio (cf Is 20.7-9). Jesús, que es la Palabra hecha carne, ha de asumir este rechazo que se plasma en su muerte en la cruz.

La reacción de Pedro: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte” (Mt 16,22) expresa el desconcierto no solo del apóstol, sino de cada creyente cuando ha de confrontarse con el misterio de la cruz. ¿Por qué la cruz?, ¿por qué Dios permite el sufrimiento y la muerte del Inocente? En definitiva, ¿por qué los planes de Dios no son los nuestros ni sus caminos nuestros caminos?

A la luz de la resurrección se comprende mejor que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El amor de Dios, que no se deja vencer por el odio, por el pecado y por la muerte, sino que en cierto modo los asume para vencerlos, es un amor fecundo que da frutos de regeneración y de vida.

Jesús nos propone a cada uno de nosotros recorrer, detrás de Él, el itinerario que Él mismo abre: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). Posponer las propias expectativas humanas es necesario para ser discípulo de Cristo. Como explica Benedicto XVI: “La cruz forma parte de la subida hacia la altura de Jesucristo, de la subida hasta la altura de Dios mismo”.

Nada que sea importante se puede alcanzar sin renuncia; tampoco el camino hacia la vida verdadera y la realización de la propia humanidad. La fuente de la alegría es el amor, pero el amor, si es auténtico, resulta costoso: “En último término, la cruz es expresión de lo que el amor significa: solo se encuentra quien se pierde a sí mismo”, comenta también el papa.

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26.08.11

¿Teología feminista?

Nunca he tenido muy claro lo del “feminismo”. En un sentido muy amplio, el feminismo pide para las mujeres iguales derechos que para los hombres. Creo que, en este punto, nada se puede objetar. Los derechos corresponden a la persona y la persona humana puede ser varón o mujer, sin que el sexo suponga, en este aspecto, ninguna ventaja o desventaja.

Si un hombre puede votar en unas elecciones, una mujer también. Si un hombre puede decidir libremente si casarse o no, una mujer también. Y viceversa. Y soy consciente de no distinguir, para estos fines, entre derechos políticos y derechos humanos. Ellos y ellas, o ellas y ellos, han de poder ejercer tanto unos derechos como otros. Con absoluta libertad y sin discriminación de ningún tipo.

Sin embargo, el sexo no es un mero accidente. Somos varones o mujeres. El sexo forma parte de nuestra naturaleza. Y la naturaleza comprime y a la vez hace posible el despliegue de nuestra libertad. Sería absurdo rebelarse contra el hecho de no poder volar. El ser humano no tiene alas y, en consecuencia, no puede volar como pueden volar las aves. Tampoco puede vivir en el mar, como los peces.

Un varón no puede reivindicar el derecho a ser madre, a dar a luz, porque sencillamente no puede serlo. Su naturaleza no se lo permite. Ni una mujer puede apelar a un Tribunal Internacional de Derechos Humanos porque nazca con dos cromosomas X en lugar de con un cromosoma X y otro Y. Podrán inventarse miles de subterfugios, pero las cosas, al final, son como son.

En el ámbito de la teología, el feminismo – un término muy vago – hizo, hace ya tiempo, su irrupción. Entre otras razones, porque algunas mujeres empezaron a ver con desconfianza a la Iglesia y a las confesiones cristianas. ¿No serían las “Iglesias” – permítaseme el plural – una de las causas de la subordinación de la mujer? ¿Acaso no eran las “Iglesias” responsables, en cierto modo, de que la mujer fuese considerada como una propiedad del varón, como un peligro o como una figura idealizada y, a la vez, necesitada de protección?

La causa de la teología feminista se organizó, en primer lugar, como una protesta. Una crítica contra todo y contra todos; en concreto, contra la tradición cristiana como sospechosa de encubrimiento de los intereses de los poderosos – ante todo, los hombres- frente a los débiles – las mujeres, pero no solo ellas, sino ellas como símbolos por antonomasia de los oprimidos -.

En segundo lugar, y el orden no es estrictamente cronológico, como una reivindicación de la memoria. Se trataba, y se trata, de hacer emerger el protagonismo de las mujeres en la historia, también en la historia del cristianismo. Y es verdad que no se puede negar que ha habido – y que hay – santas y mártires, sabias y emprendedoras, mujeres que han sido protagonistas y que han alcanzado los más altos niveles de vida cristiana.

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24.08.11

Es de bien nacidos

Está muy bien dar las gracias. Con frecuencia, quizá, no lo hacemos. A poco que hagamos memoria recordaremos a una infinidad de personas que, en alguna ocasión de nuestra vida, nos han ayudado de un modo completamente gratuito.

No sé por qué me viene a la mente ahora uno de esos episodios. Hace ya muchos años me tocó ir al servicio militar. El período de instrucción lo pasé en una base cercana a Madrid. Llevaba bastante equipaje y desde las tres de la tarde – hora de ingreso – hasta las once de la noche tuve que ir de un lado para otro. Ya no podía ni conmigo ni con el equipaje – la ropa necesaria para un mes, más o menos - . En uno de esos infinitos traslados, un compañero – no recuerdo su nombre, solo sé que era de Segovia – me ayudó cargando con una parte del peso que yo llevaba. Le di las gracias en ese momento, pero nunca más me lo volví a encontrar.

Quizá la evocación de ese día responda a la mezcla de sensaciones que pude experimentar en aquel entonces. Un lugar nuevo, una sensación nueva, una toma de conciencia de la propia indigencia. Pero no ha sido la única vez en la que he vivido algo así. Han sido ya muchas veces y por razones muy diferentes.

En lo que atañe al agradecimiento la justicia es, como en todo lo humano, imperfecta. En realidad, con muchas, con la mayoría de las personas, siempre permaneceremos en deuda y puede suceder también que, excepcionalmente, alguien permanezca en deuda con nosotros. Lo más sabio es, pienso yo, apelar a una especie de ley de la compensación: “Sé agradecido con quienes te han hecho bien y si no lo son contigo, no olvides que tú tampoco lo has sido la mayoría de las veces”.

En la vivencia cristiana la acción de gracias es esencial. Damos gracias a Dios en la Santa Misa por habernos creado, por habernos redimido, por habernos dado a Jesucristo y a su Madre Santísima. Ninguno de estos dones nos es debido. No tenemos “derecho” a ser creados – sería como si un cuadro inexistente se rebelase contra el pintor por no haberlo pintado -, ni tenemos, menos aun, “derecho” a ser redimidos - ¿qué habrá visto Dios en nosotros, me pregunto tantas veces? - , ni “derecho” a que Cristo sea Dios y hombre y la Madre de Cristo, Madre de Dios y Madre nuestra.

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22.08.11

Ha estado muy bien

La visita del papa a España ha sido para los católicos un motivo de gozo. No cabe más que alegrarse cuando el mensaje del Evangelio es proclamado con claridad, con firmeza, con amabilidad y con enorme respeto hacia todos. Y estas cualidades caracterizan el estilo de Benedicto XVI. Bueno, en realidad, caracterizan sin más el estilo cristiano.

El papa no se presenta como un líder “apocalíptico” (permítaseme la licencia en el lenguaje), que anuncie la inminente “cólera” de Dios, sino como un testigo, como un maestro y como un pastor. Y creo que en ese orden. Es un testigo porque lo que dice se corresponde con lo que vive. Es un maestro, porque a lo largo de toda su vida ha pensado la fe, sin renunciar ni al saber ni al creer. Es un pastor, porque para este ministerio ha sido elegido por Cristo y por su Iglesia.

Benedicto XVI es muy claro. Sabe por qué y para qué ha venido a España: “Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia. Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de intensa actividad pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos”, decía en Barajas.

El papa es, asimismo, firme y valiente a la hora de proclamar la verdad cristiana. Una verdad que le sobrepasa y le sobrecoge: “Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad” (Plaza de Cibeles, 18-VIII-2011).

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