La Fraternidad San Pío X
Me alegraría enormemente que la mano tendida por el Papa a los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X fuese definitivamente acogida a fin de que, como debemos desear todos, esa Fraternidad llegue a alcanzar una posición canónica en la Iglesia.
Un paso muy importante hacia la plena reconciliación lo supuso la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados en 1988 por Mons. Lefebvre sin mandato de la Santa Sede; un hecho gravísimo que “significa el peligro de un cisma”. Se trata de un gesto de misericordia de Benedicto XVI, pues esos obispos habían sido ordenados “válida, pero no legítimamente”, como señala el Papa en la “Carta a los obispos de la Iglesia Católica” de 10 de marzo de 2009.
La Fraternidad San Pío X era “un grupo eclesial implicado en un proceso de separación”. Negarlo sería negar lo evidente. Con la remisión de la excomunión, la situación ha mejorado, pero no se ha solventado completamente. No se ha alcanzado aún la vuelta a la unidad.
¿Qué problemas subsisten? Se trata de problemas doctrinales con repercusiones institucionales y ministeriales. Como explica el Papa: “hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia”.
¿A qué se refieren esos problemas doctrinales? Se refieren “sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas”, sigue diciendo Benedicto. De lo que podemos inferir claramente que la aceptación del último concilio ecuménico y del magisterio pontificio subsiguiente no es opcional para los católicos, sino obligatorio.
El magisterio ordinario pide, en línea de principio, “un asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio de los Obispos, en el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y de las costumbres , aunque no sea su intención proclamarla con un acto decisorio”; por tanto, “los fieles cuiden de evitar todo lo que no sea congruente con la misma” (CIC, c. 752).
Es decir, a un católico no le basta con no ser hereje. Ha de adherirse, también, al magisterio ordinario, aunque no proponga formalmente una doctrina como “divinamente revelada” ni como “definitiva” (cf “Ad Tuendam Fidem”).