InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2010

25.08.10

Contemplativas

Este verano he tenido una experiencia nueva: predicar los ejercicios espirituales a unas monjas contemplativas. Durante una semana, he intentado ayudarles en esa tarea de revisar ante Dios la propia vida, para tomar impulsos en orden a una entrega más generosa a la propia misión.

Creo que, más que yo a ellas, me han ayudado ellas a mí. Y lo han hecho con su solo ser y estar. Un monasterio es, por sí mismo, una prueba de la existencia de Dios, de su grandeza y, a la vez, un signo de lo que constituye la razón de ser de cada uno de nosotros: dar gloria a Dios, tratando de buscarle cada día, intentando caminar hacia Él y en Él.

En medio de la ciudad, donde proliferan los negocios y los oficios, un puñadito de habitantes hace suyo un único negocio: la alabanza divina. De algún modo, cada monasterio es como una embajada del cielo, una porción de tierra que se convierte en anticipo del cielo.

Para los que vivimos en el mundo, solicitados por múltiples quehaceres, supone un recuerdo necesario el fijar, en exclusiva, si podemos decirlo así, la mirada en Dios. No quiero decir con esto que las monjas no vivan en el mundo o que de desentiendan de él. En absoluto. En Dios nos reencuentran a todos y encuentran todo. Sin salir a la calle, su vida es un eficaz apostolado.

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¿Por qué decimos que la fe es un don de Dios?

En la confesión de fe de Cesarea de Filipo, a la pregunta de Jesús: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”, “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro da la respuesta exacta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pedro acierta plenamente y es capaz de formular, en una breve frase, el misterio de la misión y de la identidad de Jesús. Él es el Salvador, porque es más que un profeta; es el Hijo de Dios hecho hombre.

El alcance de la confesión de Pedro excede las posibilidades meramente humanas. Pedro, por sí mismo, no iría más allá de lo que podrían decir “los hombres” y tampoco adelantaría en perspicacia el sentir de los demás discípulos. El Señor comenta, al respecto: “No te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

En esta singular forma de conocimiento que es la fe se da una desproporción, una distancia, que sólo Dios puede salvar. En realidad, solamente Dios se conoce a sí mismo y nosotros podemos avanzar en el conocimiento de Dios si Él nos hace partícipes, por pura gracia, de su propio conocimiento.

El objeto del creer, la realidad divina en sí misma, es sobrenatural. Dios no es un objeto más entre la serie de objetos que componen el mundo. Dios es Dios, aquel “mayor del cual nada puede ser pensado”, como decía San Anselmo. Para que el conocimiento sea posible debe existir una adecuación entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Sin un telescopio no se pueden observar en detalle las galaxias y sin un microscopio los pequeños organismos se sustraen a la potencia de nuestra vista.

Algo análogo sucede con el conocimiento de Dios que proporciona la fe. No somos nosotros los que, con nuestras solas fuerzas o capacidades, podemos adentrarnos en el misterio del ser divino, en su vida íntima. Es el Espíritu Santo, que sondea las profundidades de lo divino (cf 1 Co 2,10), “quien nos precede y despierta en nosotros la fe” (Catecismo, 683).

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24.08.10

¿Qué significa creer?

La fe es la respuesta del hombre a la revelación divina (cf Dei Verbum 5). Dios ha querido comunicarse a sí mismo, darse a conocer, para invitar a los hombres a participar de la vida divina. La revelación, que tiene su punto de partida en la misma creación y que se ha ido desplegando en la historia de la salvación, encuentra su centro y plenitud en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. A través de la mediación de la Iglesia, la revelación divina llega a nosotros.

Creer a Dios significa escuchar y obedecer. Escuchar a Dios, oír su palabra. La escucha es posible porque la predicación de la Iglesia hace resonar de modo vivo, hoy, en el mundo, la palabra de Dios. San Pablo recuerda que “la fe viene de la predicación, y la predicación, a través de la palabra de Cristo” (Rm 10,17). Pero, en la fe, la escucha se convierte en obediencia, en sumisión libre a la palabra escuchada y en abandono a Dios que se revela.

En el creer se entrecruzan el asentimiento, la confianza, la obediencia y la entrega. Estas actitudes las vemos reflejadas en los grandes modelos de creyentes que nos presenta la Sagrada Escritura. Por ejemplo, en Abraham, que no se limitó a escuchar lo que Dios le comunicaba, sino que, inmediatamente, lo puso en práctica: “Por la fe, Abrahám obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba” (Hb 11,8).

En la Virgen María se unen, igualmente, la escucha y la obediencia. A las palabras del ángel, que le transmiten lo que Dios espera de ella, contesta con un asentimiento obediente: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Por eso, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la Virgen realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe”.

Solamente Dios, que es nuestro Creador y nuestro Señor, puede pedir una entrega tan plena y absoluta, un acto de expropiación de uno mismo motivado por el reconocimiento hacia Él, por la adoración a Él. En realidad, en el sentido teológico del término, el creer está dirigido únicamente a Dios. No sería sensato depositar una fe semejante en una criatura.

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El blog más leído

No es el mío. Es, como todos saben, el de D. Francisco José Fernández de la Cigoña. A unos les encanta y a otros les enerva. Pero leído, lo es y mucho.

Pues bien, desde su “Torre” ha tenido la ambalidad de hablar de mi blog, en términos muy elogiosos. Y yo se lo agradezco sinceramente. Porque centra su análisis en los lectores del blog. Que es, digámoslo abiertamente, lo que llama la atención de todos. Más de una persona me lo ha dicho: sus lectores y comentaristas son de lo mejor. Algo que sé de sobra. Y que es verdad.

Nunca he pretendido ser original, ni polémico, ni especialmente “combativo". Para mí no es lo mismo escribir como seglar - donde todas las opciones caben, salvo que sean incompatibles con el Evangelio - que como sacerdote - donde lo que impera es lo común, dejando un amplísimo margen a la libertad de pensamiento de los demás -.

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22.08.10

Cosas del blog

Hace poco más de una semana hablaba con un buen amigo que es, a la vez, uno de los bloggers más leídos de todo este peculiar mundo virtual. Me decía él – y yo comprendí que era como si Napoleón le dirigiese unas palabras de ánimo a un soldado novato – que estaba gratamente sorprendido por la evolución de mi blog: “Hay muchos comentarios”; “hay una gran fidelidad de los comentaristas”; “es una verdadera parroquia virtual”.

Sea como sea, no pude negar nada. Decía, él, la verdad. Este blog ha sido, lo es aún, “exitoso”. En el sentido de que – los visitantes - entran y salen, leen y comentan. Y, en general, valoran mucho lo que se escribe. Ya sé yo que no es para tanto, pero como la gratitud y la correspondencia no son las monedas de cambio más habituales, uno se siente especialmente agradecido.

Hacia finales de Junio, por razones más que justificadas, aunque no del todo públicas, decidí concederme un descanso. Por un mes o por dos. Yo pensaba que, tras ese paréntesis, todo, o casi, se iba a diluir en la nada, como un azucarillo se deshace en una taza de café caliente. No ha sido así. El último post en el que se admitían comentarios – del 28 de Junio – ha alcanzado, en estos momentos, la insólita cifra de 568.

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