InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Mayo 2009

23.05.09

La Ascensión y la dignidad de cada hombre

La solemnidad de la Ascensión del Señor se sitúa en la dinámica de la Pascua, del paso o éxodo de Cristo de este mundo al Padre. Jesucristo, vencedor de la muerte, entra para siempre con su humanidad glorificada en la esfera de Dios; en ese ámbito divino simbolizado en la Escritura por la nube y por el cielo.

El movimiento del ascenso, de la subida, nos hace pensar en el descenso, en la Encarnación: el que vuelve al Padre es el que salió del Padre (cf Juan 16, 28). Entre la salida primera y el retorno hay una diferencia. Cristo “sale” del Padre para, sin dejar de ser Dios, hacerse hombre, verdaderamente hombre, semejante a los hombres en todo, menos en el pecado.

Como canta la liturgia: “Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”. Pero este “hacerse hombre” no es un acontecimiento pasajero, como si el Hijo de Dios se revistiese de un modo puramente externo de la condición humana. No, la Encarnación es un acontecimiento definitivo, irreversible. Para siempre, el que era sólo Dios es también hombre. Por su Ascensión, un hombre, uno de los nuestros, con un cuerpo como el nuestro, ha entrado para siempre en Dios.

Si la Encarnación supone la máxima cercanía de Dios a los hombres, la Ascensión supone la máxima cercanía de la humanidad y del mundo a Dios. El camino hacia Dios, el itinerario que marca para el hombre la meta definitiva, no es un camino cerrado, un callejón sin salida, un esfuerzo imposible. Es una realidad; es un camino ya transitado. El “territorio de Dios” no está vedado; la frontera se ha alzado para siempre: “Dios está abierto respecto del hombre” (J. Ratzinger).

Todo esto no carece de consecuencias para nosotros. Por la Ascensión, la naturaleza humana ha sido “extraordinariamente enaltecida”, hasta el punto de participar de la misma gloria de Dios. Nadie, salvo Dios, puede exaltar de tal modo la condición humana, elevarla a la dignidad suprema de lo divino.

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21.05.09

Hablando claro sobre el aborto

Abortar es interrumpir el desarrollo del feto durante el embarazo. El aborto puede ser natural o provocado. Si es provocado, interviene la voluntad de alguien que, por medios farmacológicos o quirúrgicos, mata al feto para expulsarlo del útero materno antes del nacimiento.

Si quien está embarazada es una mujer, el embrión o feto es un embrión o feto humano; es decir, un ser humano en sus primeras fases de desarrollo. Si es un ser humano, un individuo de la especie humana, es también una persona, única e irrepetible, poseedora de una dignidad innata, que merece ser reconocida y tratada como tal.

El mismo hecho de que exista un debate en torno al aborto muestra claramente que lo que está en juego es la vida de un ser humano en sus primeras, o no tan primeras, etapas de desarrollo. Si en vez de un ser humano, se tratase de un mosquito, pongamos por caso, o de una planta, o de un animal cualquiera – salvo que estuviese en peligro de extinción – , no habría motivo para tal contienda.

Cuando se protege a un animal perteneciente a una especie en peligro de extinción no se protege a ese ejemplar concreto, por ser lo que es, sino exclusivamente en tanto que pertenece a una especie amenazada. Cuando se protege a una persona, se le protege por sí misma, sin que sea necesario que la especie humana corra el riesgo de desaparecer. Se pueden comprar o vender cachorros de perro, pero no se pueden comprar o vender bebés humanos. Las personas tienen dignidad, no precio.

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20.05.09

El dolor del feto

El dolor comprobado del feto hace reflexionar a los científicos
Entrevista con el doctor Carlo Bellieni (publicado en ZENIT)
ROMA, miércoles, 11 mayo 2004
El dolor del feto, comprobado por la ciencia, plantea serias reflexiones a los científicos, y demuestra que es «acientífico» tratar «la vida prenatal como si fuera de segunda clase», advierte el neonatólogo italiano Carlo Bellieni.
En esta entrevista el especialista alerta de que la ciencia no puede contradecir el hecho de que el feto sea persona.
¿Qué experimenta un feto? ¿Cuáles son sus derechos? ¿Qué dice la ciencia al respecto? ¿Es la fecundación artificial verdaderamente inocua? Son cuestiones que ha abordado el doctor Bellieni sobre la base de una profunda y precisa documentación científica en el libro «L’alba dell’io: dolore, memoria, desiderio, sogno del feto» –«El amanecer del yo: dolor, memoria, deseo, sueño del feto»– (Editorial SEF).
El doctor Bellieni lleva años ocupado en la investigación del dolor del feto y del neonato con su trabajo en el departamento de Terapia Intensiva Neonatal del Policlínico Universitario «Le Scotte» de Siena (Italia).

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Ser humano

La ministra de Igualdad ha sentenciado que un feto (humano) de trece semanas de gestación es un ser vivo, pero no un ser humano. “Vivo” significa que tiene vida. Diciendo que es un ser vivo, lo único que se afirma es que no está muerto y, de paso, que el aborto consiste en matarlo. Pero no se puede estar vivo, sin más, sino que hay que ser algo o alguien para poder, además, estar vivo o no estarlo.

Y del ser, y no sólo del estar, va el debate. Un primer interrogante es negativo: ¿Si el feto que crece en el vientre de una mujer no es humano, entonces qué es? ¿Una planta, un mero animal? Ya sabemos, porque está vivo, que no es una piedra. Pero del amplio espectro de los seres vivos, ¿a qué especie pertenece?

Pues bien, la ciencia nos da una primera pista. Así el catedrático César Nombela ha explicado que “un ser humano tiene varias etapas de vida y una de ellas es su etapa fetal”. En realidad, el cigoto es ya un nuevo ser humano, diverso y distinto de sus padres, con un genoma humano. Entre esa célula resultante de la unión del gameto masculino con el femenino y un individuo adulto no hay saltos cualitativos. Con el tiempo, el jovencísimo ser humano pasará a ser un niño, un adolescente, un adulto y, si la suerte lo acompaña, hasta un anciano.

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16.05.09

El amor más grande

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El amor “más grande” es el amor de Dios; es Dios mismo. Todo amor meramente humano es limitado, parcial, finito. Sólo el amor de Dios consigue transformar el amor humano y vencer sus límites. “En esto consiste el amor – nos dice San Juan - : no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

Es decir, la realidad del amor, su esencia, no se define partiendo de los hombres, sino partiendo de Dios. San Agustín dice que “aunque nada más se dijera en todas las páginas de la Sagrada Escritura, y únicamente oyéramos por boca del Espíritu Santo ‘Dios es amor’, nada más deberíamos buscar”. Saber que Dios es amor es el conocimiento fundamental, porque equivale a saber quién es Dios y qué es el amor.

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