El grano de trigo
La imagen del grano de trigo que cae en tierra y muere y, así, da mucho fruto, nos ayuda a comprender el sentido de la muerte de Jesús como principio de vida para los creyentes. La fecundidad de esta muerte tiene una relevancia universal: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).
Nadie puede quedarse al margen de esta atracción suave que causa el Corazón traspasado de Cristo: “La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por él. Sin embargo, aceptar su amor no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo «me atrae hacia sí» para unirse a mí, a fin de que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor” (Benedicto XVI).
En la proximidad de la Semana Santa, que actualiza la Pasión y la Glorificación de Cristo, debemos dejarnos atraer por Él. Contemplaremos, en el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, esa dinámica de humillación y exaltación que caracteriza la Pascua: “Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo” (cf Flp 2,6-11).

No sé quién es el autor. Así como lo he recibido, por e-mail, así lo cuelgo en el blog. Está en italiano, pero creo que se entiende perfectamente. Algo falla, de todos modos, en la gestión de la información de la Santa Sede:
Asistimos a la enésima polémica con ocasión de palabras pronunciadas por el Papa. No se explica que en un mundo tan laico y autónomo los oídos de tanta gente, y de tantos medios, estén siempre ávidos de dar cobertura y de debatir las afirmaciones del “Siervo de los siervos de Dios”, el humilde Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal. Se entiende que la palabra del Papa tenga repercusión en los católicos o, incluso, en las gentes de buena fe que reconocen que la Iglesia es maestra en humanidad. Se entiende menos la obsesión - ¿enfermiza? – de quienes, renegando del Papa y de la Iglesia, dedican tantas horas de su tiempo a atacarlo o a combatirlo. Máxime si consideramos que el Papa no tiene un ejército a su disposición que sea capaz de imponer, por vía de coacción, la moral pura que se deriva del Evangelio, y hasta de la recta razón del hombre.
“Toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe”, escribió el Papa Juan Pablo II en la encíclica “Evangelium vitae”. Es decir, la cuestión de la defensa de la vida humana no es en absoluto una cuestión meramente “política” – con minúscula - , procedimental, opinable, sujeta al vaivén de los partidos, de los votos y de las mayorías. No es, tampoco, una cuestión extraña a la ética. Ni mucho menos ajena al núcleo de la fe católica: “El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús”, decía también Juan Pablo II.






