La Apologética: la defensa de la fe
La Apologética se ocupa de la “apología” de la fe cristiana. Y la “apología”, si acudimos al Diccionario, es un discurso, de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de algo o de alguien. Podemos pensar, por ejemplo, en la célebre obra de Newman “Apologia pro Vita Sua”, un texto en el que el futuro Cardenal se defiende de acusaciones injustas, motivadas por su conversión al Catolicismo.
En los primeros siglos del cristianismo, la apologética se esfuerza por presentar el hecho cristiano; defendiendo tanto la praxis de los seguidores de Jesús como su enseñanza. Frente a los errores y a las calumnias, había que defender la fe, que ampararla, que librarla de falsas acusaciones.
En la Edad Media, hace falta hablar a los no cristianos. Los no cristianos conocidos eran, únicamente, los judíos y los sarracenos o musulmanes. Se sabía, por otra parte, que algunas verdades eran accesibles a la razón y otras, sin embargo, sólo cognoscibles a la luz de la fe.

Que una parroquia, durante veintiún años, sea capaz de publicar una revista es un hecho destacable y casi milagroso. Que, además, por el tipo de impresión, por su apariencia formal y por su contenido la revista sea perfectamente presentable, y hasta interesante, supera todo cálculo prudente. Aunque las cosas están cambiando y hay, como en todo, gloriosas excepciones, lo eclesiástico tiende a ser “pobretón” y hasta cutre. Como si la Iglesia, por decadencia o por otros motivos, olvidase, o ya no pudiese ejercer, su fructífero mecenazgo en favor de lo bueno y de lo bello.
Casi al final de la Carta a los Filipenses San Pablo exhorta a la perseverancia y a la alegría (cf Flp 4,6-9). Tres actitudes emergen como propias de un cristiano: la paz, la oración confiada en toda circunstancia y la valoración de lo auténticamente humano.
La Biblia, el conjunto de los libros que conforman la Sagrada Escritura, sigue despertando en los hombres de hoy, como en los de otras épocas de la historia, un gran interés. Karl Jaspers afirmaba que mediante la Biblia se abren en nosotros las profundidades que nos permiten atisbar el fundamento de las cosas. ¿Quién no ha visto reflejadas las grandes experiencias de los hombres y de los pueblos en las páginas de la Escritura? ¿Cómo no pensar en Job a la hora de enfrentarse al problema del mal? ¿Cómo no evocar el Cantar de los Cantares para descifrar la indescifrable hondura de los multiformes rostros del amor? ¿Cómo no conmoverse ante los relatos de la Pasión de Cristo que nos ofrecen los Evangelios? ¿Cómo no hacer memoria del Éxodo cuando un pueblo pasa de la esclavitud a la libertad?












