Todo es relativo a Cristo
El eje en torno al cual gira el papel de la Santísima Virgen en la historia de la salvación es Jesucristo: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” (Marialis cultus, 25). En razón de Cristo, María se convirtió en Madre de Dios. Ella es la primera redimida, la Madre del Salvador, la esclava fiel, la compañera del Redentor, la discípula que supo escuchar y guardar la palabra de Dios. En razón de Cristo, fue hecha una criatura nueva por el Espíritu Santo y convertida de modo particular en su templo. Por la fuerza del Espíritu, concibió en su seno virginal a Jesucristo y lo dio al mundo.
Con una expresión aparentemente paradójica el undécimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 675, se refirió a María como “hija de su Hijo”: “el que en cuanto Dios creó a María, en cuanto hombre fue creado por María: Él mismo es padre e hijo de su Madre María” (Enchiridion Symbolorum, 536). Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es, en cuanto Dios, el Creador de María. La santísima Virgen, siendo su Madre, es a la vez hija suya en el orden de la gracia; la Madre del Redentor y el “fruto excelente de la redención” (Sacrosanctum Concilium, 103), habiendo sido redimida “de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (Lumen gentium, 53).
La gracia de Cristo inundó desde el primer instante de su Concepción -desde la raíz de su ser - a María, llena de gracia, totalmente santa e inmaculada (cf Efesios 5, 27), inmune de toda mancha de pecado. Como canta agradecida la Iglesia, en el prefacio de la solemnidad de la Inmaculada, “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.
Para ser Madre de Cristo, María fue preservada limpia de toda mancha de pecado original “por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf Catecismo, 411). También a nosotros que, a diferencia de Nuestra Señora, hemos nacido con una naturaleza herida e inclinada al mal, Cristo nos da, por medio de la fe y del Bautismo, la vida de la gracia, que borra el pecado original y nos devuelve a Dios concediéndonos la justificación; “la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (Catecismo, 1992).
Guillermo Juan Morado.

La nueva ministra de Defensa, Carme Chacón, se ha convertido en un icono. Carme es joven – 37 años - , es guapa, y ha triunfado en la vida. Pero a mí lo que me llama la atención de la nueva ministra es el hecho de que esté embarazada. Consciente o inconscientemente, se ha asumido el prejuicio de que la maternidad es incompatible con el trabajo o con el éxito. Y en muchos casos, por desgracia, lo es. Para muchas mujeres, el embarazo supone el primer riesgo laboral, incluso un obstáculo. Un signo preocupante, un indicio de una cultura pervertida que, por el influjo de los intereses económicos, presiona a la mujer para que no sea madre; para que pague el siniestro tributo de sacrificar, en aras del ascenso social, la capacidad de concebir, albergar y dar a luz una nueva vida.
La Real Academia Española define “parir”, dicho de una hembra, como “expeler en tiempo oportuno el feto que tenía concebido”. Para algunos, parece que la posibilidad de parir da, sin más, derecho a “decidir”. ¿A decidir qué? ¿A decidir cuando expulsar el feto concebido? ¿A decidir si expulsarlo vivo o muerto? ¿A decidir trocearlo, triturarlo, envenenarlo?
La liturgia de este IV Domingo de Pascua proyecta ante nuestros ojos la imagen de Cristo como Buen Pastor y como Puerta del aprisco, así como la imagen de la Iglesia como redil.
En la conferencia dedicada al “mensaje de Jesús”, José Rico Pavés, ponente en las Jornadas Bíblicas de Vigo, proporcionó dos nuevas claves de intelección del libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”: la idea, expresada por el Papa, de que los santos son los auténticos intérpretes de la Sagrada Escritura y, en segundo lugar, el subrayado de la importancia de la tipología cristológica empleada en la exégesis patrística.






