InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Abril 2008

28.04.08

Rosa d’abril

Con estas palabras, “Rosa de abril”, comienza el famoso himno, el Virolai, dedicado a Nuestra Señora de Montserrat. El autor de la letra fue el sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer y el de la música, el maestro Josep Rodoreda. Es especialmente emotivo escuchar el canto de este himno, interpretado por la escolanía, en ese santuario mariano.

Este año se celebra en Italia una “semana montserratina”, que incluye diversos actos. Entre ellos, una conferencia del P. Abad, Josep M. Soler, sobre “Los santos peregrinos de Montserrat”. Han sido muchos. El más ilustre, sin duda, San Ignacio de Loyola. Pero también han peregrinado a Montserrat santos de nuestros días, como San Josemaría Escrivá de Balaguer. María ha sido, a lo largo de la historia, y sigue siendo en el presente, el mejor camino para llegar a Jesús.

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27.04.08

Bien por el alcalde de Zaragoza

A algunos políticos parece que les ha entrado la fiebre laicista. O más que laicista, anti-religiosa, con una especial querencia por lo anti-católico. A algunos les estorba el crucifijo; como si la cruz de Cristo fuese una ofensa o un reto a las instituciones públicas.

Un debate similar tuvo lugar en su día en Italia. Y el crucifijo fue respetado como “signo de civilización”, de ciudadanía, como huella de una realidad –el cristianismo – sin la cual no se pueden comprender las instituciones en las que vivimos; tampoco las políticas.

¿Qué simboliza la cruz? El amor de Cristo. Un amor universal, reconciliador, pacificador. En el aeropuerto de París, en el Charles de Gaulle, es posible ver, en diversos paneles que adornan los muros interiores, fotografías de personajes que han obtenido el Premio Nobel de la Paz. Son retratos de figuras conocidas, de diversos credos, de distintas procedencias, de avatares biográficos variados. Pero están allí, convocados por una especie de ecumenismo de lo humano que sabe apreciar lo mejor de lo que somos, las posibilidades que nuestra condición puede alumbrar y hacer florecer.

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26.04.08

Si me amáis...

La caridad, el amor, guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14, 15). Por la virtud teologal de la caridad, nuestra capacidad humana de amar se ve purificada y elevada a la perfección sobrenatural del amor divino.

Cristo nos amó primero y nos amó hasta el final (cf Juan 13, 1), entregando su vida por nuestra salvación. Amar a Cristo, con el amor con que Él nos ama, excede las posibilidades humanas. Pero Jesús pide al Padre que nos dé otro Defensor, el Espíritu de la verdad; el Espíritu Santo, que Dios derrama en nuestros corazones.

El Espíritu Santo es el Don del Padre y del Hijo. Y Dios da lo que Él es. Dios es Amor (cf 1 Juan 4, 8.16) y su Don es el Amor; el Espíritu de Amor, la fuerza que nos introduce en la vida misma de la Santísima Trinidad, al permitirnos amar como Cristo nos ha amado.

La vida cristiana es vida en Dios; vida en comunión con Él. Regenerados por el Espíritu Santo nos unimos a Cristo y, unidos a Cristo, estamos unidos al Padre: “Yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Juan 14, 20), nos dice Jesús.

La unión con Dios es fecunda. Sus frutos son la caridad y la alegría, la paz y la paciencia, la afabilidad y la bondad; la fidelidad, la mansedumbre y la templanza (cf Gálatas 5, 22-23).

El Papa, en su libro Jesús de Nazaret, ha escrito que “la verdadera ‘moral’ del cristianismo es el amor”. Guiados por el amor, el cumplimiento de los mandamientos no supone una carga pesada, sino un yugo ligero y suave que conduce a la verdadera libertad; la de los hijos de Dios. El cristiano “no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del ‘que nos amó primero’ (1 Juan 4, 19)” (Catecismo, 1828).

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23.04.08

¿Ideólogos de la muerte?

Si las prácticas de un tristemente famoso “médico” abortista, que hemos conocido por la prensa, hieren la sensibilidad de cualquier persona normal, mayor gravedad reviste aun el “Documento sobre la interrupción voluntaria del embarazo” elaborado por el Grupo de Opinión del Observatorio de Bioética y Derecho del Parque Científico de Barcelona. Para mí, al menos, ese documento refleja en un texto el parecer de un comité que se perfila en mi mente como un gabinete de “ideólogos de la muerte". No es mi propósito realizar un análisis del documento – tarea que dejo para los expertos – sino simplemente manifestar mi opinión sobre el mismo.

Todo razonamiento parte de unas bases, de unos primeros principios. Para este Grupo de Opinión no se puede discutir públicamente sobre el aborto más que partiendo de “los valores de cientificidad, laicidad y pluralismo democrático”, debiendo quedar excluidos del debate “criterios procedentes de concepciones religiosas, sobre el bien o la vida ideal, apropiadas para imponerse a uno mismo voluntariamente, pero no materia de corrección moral interpersonal que pueda imponerse a los demás”. Ninguna razón seria avala esta opción que, a mi juicio, es incompatible con el pluralismo democrático. Un “pluralismo” poco plural, habida cuenta de que, menospreciando abiertamente un derecho fundamental como es el derecho a la libertad religiosa, priva de legitimidad a la palabra y a los argumentos que partan de una visión del hombre que no se reduzca a las pautas marcadas por un cientificismo laicista.

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22.04.08

Piedad mariana

La piedad es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. La piedad es devoción, dedicación a la persona amada. Es también compasión y misericordia. Es, asimismo, uno de los dones del Espíritu Santo y una virtud, derivada de la justicia, “por la que rendimos honor a Dios ofreciéndole nuestra devoción, nuestra oración, los sacrificios, los ayunos, la abstinencia, el respeto, el culto, es decir, todo el conjunto de deberes por los que le reconocemos como nuestro Soberano Señor” (A. Gardeil, El Espíritu Santo en la vida cristiana, Madrid 1998, 61).

La piedad mariana es, en sentido subjetivo, la piedad de Nuestra Señora. Ninguna creatura ha vivido como Ella la devoción, la entrega generosa a Jesús, su Hijo; ni la compasión, ni la ofrenda de su vida entera a Dios nuestro Señor. Tampoco nadie como Ella ha vivido el amor fraterno, donde se encuentra la piedad (cf 2 Pedro 1, 7).

En sentido objetivo, la piedad mariana es la devoción a la Santísima Virgen. Ella es la Madre de la Misericordia, la Madre de la divina gracia: “Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión - por decir así - materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas” (Juan Pablo II, “Audiencia”, 15 de Octubre de 1997). Ella participa, de algún modo, de la paternidad divina y tiene derecho a nuestra piedad filial. En la Virgen vemos reflejado el rostro materno de Dios (cf Síntesis de los aportes recibidos para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 189).

El Papa Pablo VI señaló que “la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad” (Marialis cultus, 39).

En definitiva, “la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas. […] la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección” (Juan Pablo II, “Audiencia", 5 de Noviembre de 1997).

Guillermo Juan Morado.