Primera Santa Misa en la “desescalada”

Desde el 14 de marzo he estado celebrando la Santa Misa sin la presencia física de los feligreses. Nunca he dudado de que la Santa Misa es el memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. El “Catecismo” nos recuerda: “A la ofrenda de Cristo se unen no solo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo”.

No ha estado “prohibida”, en sentido estricto, la celebración de la Santa Misa con algunos fieles. El “Decreto del estado de alarma” decía, en su artículo 11, que la asistencia a los lugares de culto y a las ceremonias se condicionaba a la adopción de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones de personas, en función de las dimensiones y características de los lugares. También es verdad que, en el artículo 7 del mismo Real Decreto, no se señalaba de modo explícito el ir a Misa como motivo para circular por la vía pública.

Las normas de los obispos establecían, en general, que se suspendían las celebraciones comunitarias y públicas de la Santa Misa hasta ser superada la actual situación de emergencia. Y añadían también que los sacerdotes continuarían celebrando diariamente la Eucaristía, rezando por el Pueblo de Dios, siendo posible la asistencia de un pequeño grupo de fieles.

Todo es, según cómo se considere, muy lógico y, en la práctica, algo confuso. Se suspende, se permite… Un poco de ambigüedad, si somos honestos, hay que reconocer que ha existido. Pero comprendo perfectamente que haya sido así. En lo fundamental, y el derecho a la libertad de culto es fundamental, no se puede ceder. No obstante, al mismo tiempo, ese derecho, completamente básico, no puede ser ejercido de modo irresponsable. A veces, por simple imposibilidad física – no hay quien desinfecte los templos, no hay quien limpie… – , ese ejercicio resulta, en una situación concreta, casi imposible.

Las restricciones a la libertad de culto pienso que han sido, en cierto modo, razonables. Y no soy yo, más bien liberal, partidario de “restricciones". No se han debido a una persecución. Y no creo que pretendan, hoy por hoy, perpetuarse en el tiempo. No han diferido mucho los “Reales Decretos” y las Normas de los obispos. Creo que, tanto el Estado como la jerarquía de la Iglesia, han buscado, en este aspecto, un mismo fin: proteger la salud de las personas. En cierto modo, yo, como simple cura de parroquia, se lo agradezco. Creo que, aunque de modo doloroso, han protegido tanto a mis feligreses como a mí mismo.

Es evidente que, superada o controlada la pandemia, lo que ha valido en circunstancias extraordinarias, ya no valdrá. Los obispos no nos van a decir que seguirá valiendo y, eso espero, las autoridades del Estado no van, todas ellas, a dar por clausurada la democracia.

Cualquier persecución me va a tener enfrente. Pero, por favor, seamos muy serios. Por respeto a nuestros hermanos perseguidos. Que son muchos y en demasiados lugares del mundo. No nos hagamos los mártires sin serlo. Y tampoco ayudemos, de ningún modo, a que no se respete, a que se tome a broma, el derecho a la libertad religiosa.

Ya se puede celebrar la Santa Misa, como lo he hecho este lunes con más holgura. Han asistido, y han ayudado a desinfectar el templo – somos muy rigurosos en estas cosas – las personas que se toman con más coherencia, cada día, ya antes de la pandemia, la Santa Misa. Estas personas, hombre y mujeres, son, de modo muy concreto, la Iglesia. No perseguida, sino responsable.

Y ha habido abusos. Sin duda. Interrumpir, en la catedral de Granada, la celebración del Viernes Santo, no tiene pase. Y como ese caso, otros. Más de uno. Algunos han querido convertir el sencillo gesto de acercar, en Valencia, a la puerta de la iglesia la imagen de Nuestra Señora de los Desamparados en una especie de desacato irresponsable. ¡Un poco de cordura!

No cedamos en nada esencial. No podemos hacerlo. No exageremos tampoco. Y, si hace falta, a los tribunales. Como todos.

Guillermo Juan Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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