Una desafortunada campaña

“Por favor, devuélvannos la santa Misa”, escuchamos en varios vídeos – con idéntico guión – que circulan en la red y que proceden, en apariencia, de Austria, de Argentina, de Colombia, de España… En diferentes lenguas y con el mismo mensaje: pedir a los obispos que les “devuelvan”, se supone que a los que salen en el anuncio, la santa Misa. Ignoro si se trata o no de actores, si es o no una campaña de desprestigio lanzada contra los pastores de la Iglesia… No lo sé, sinceramente. No obstante, me parece que es una campaña muy desafortunada.

“Devuélvannos la santa Misa”. Como si la santa Misa fuese una cosa, un objeto, propiedad de alguien. Es como si dijesen: “devuélvannos lo robado”. Ni la santa Misa es una cosa, ni nadie se la ha robado a nadie. La santa Misa es un don de Dios, no una propiedad nuestra, y no es un objeto, sino una acción sagrada: “Haced esto en conmemoración mía”.

Es muy triste que la santa Misa, o que la reserva eucarística, sea tratada como una cosa. Como algo que llevo y traigo, como quien porta un complemento de moda o un objeto piadoso. Un “Dios en el bolsillo”, una especie de ornamento que da lustre a una bendición impartida desde todos los escenarios imaginables.

Mucho menos nadie puede apropiarse de la santa Misa, nadie puede secuestrarla o robarla, nadie puede exigir, tampoco, que se le devuelva. Dios es nuestro Señor, aunque se haya hecho, por amor, nuestro esclavo. Y él ha confiado a su Iglesia, a los pastores de la Iglesia, la tarea de dispensar de manera adecuada los sacramentos, de celebrarlos de modo digno, siempre que razonablemente sea posible hacerlo.

No creo que los obispos del mundo se hayan confabulado para dispersar por todas partes un virus contagioso y mortífero. Y mucho menos pienso que se hayan confabulado para darse el gusto de privar a algunos fieles de la participación en la santa Misa. Todos los católicos deseamos poder volver a celebrar públicamente la Misa. Los pastores, tanto o más que los otros fieles. Pero los pastores, en especial los obispos, tienen el deber moral de evitar que la asamblea cristiana sea un foco de contagio. Tienen el deber ciudadano de obedecer las leyes civiles que no sean en sí inicuas. Tienen la responsabilidad social de no provocar el escarnio contra la fe y contra la Iglesia.

Pronto, espero, la situación irá mejorando. Pronto, espero, podremos volver a celebrar la santa Misa con la asistencia de fieles y con garantías sanitarias y legales - ¡es penoso el espectáculo de la Misa interrumpida, como si estuviésemos en la antigua URSS, por las fuerzas del orden!-.

Celebrar la santa Misa comporta entrar personalmente en esa acción sagrada; supone unirse al servicio y al sacrificio de Cristo para la salvación del mundo. Y esta ofrenda existencial es posible realizarla, con la ayuda de la gracia, uniéndonos espiritualmente a la celebración aunque físicamente no podamos estar presentes.

La santa Misa es una acción sacramental, con una dimensión externa, de palabras y de gestos, y con un efecto interno, la unión con Cristo. Lo externo – eso que los teólogos medievales llamaban el “sacramentum tantum” – está orientado a lo interior, al efecto de gracia – la “res tantum”-. Entre lo puramente exterior y lo solamente interior se halla la “res et sacramentum”, el signo que es a la vez efecto. Esta realidad intermedia es, así lo interpretan muchos autores, la comunión con la Iglesia. Comulgando sacramentalmente el Cuerpo de Cristo, comulgamos con la Iglesia y, así, entramos en comunión con Dios.

Utilizar la santa Misa como arma arrojadiza contra los pastores de la Iglesia es pervertir su significado. El sacramento de la Comunión no puede ser un motivo para sembrar desconfianza, discordia y ruptura.

Yo no creo que los católicos de nuestras parroquias sean como los que salen en ese vídeo. No son así. No los reconozco. Los católicos de nuestras parroquias son personas humildes, sencillas, que sufren por no poder participar en la Santa Misa de modo presencial, pero que rezan y que aguardan con fe poder hacerlo pronto.

La verdadera campaña que debemos hacer todos, creo, es la de la oración; para que, cuanto antes, las cosas vuelvan a la normalidad. Que Dios nos ayude.

Guillermo Juan Morado.

P.S. De un sermón de san Agustín sobre los discípulos de Emaús: Conocemos a Cristo si creemos

“Por fin, amadísimos, hemos conocido el gran misterio. Escuchad. Caminaba con ellos, es acogido como huésped, fracciona el pan y le reconocen. No digamos nosotros que no conocemos a Cristo; lo conocemos si creemos. Ellos tenían a Cristo en la comida; nosotros lo tenemos dentro, en el alma. Mayor cosa es tener a Cristo en el corazón que tenerlo en casa. Nuestro corazón nos es más interior de lo que lo es nuestra casa” (Sermón 232, 7).

Ha habido alguna respuesta al vídeo. Por ejemplo:

Del obispo Sergio Osvaldo Buenanueva.

Del sacerdote Han Chui.

Muy bien la posición de los Obispos de Italia:

1. Los obispos advierten que «la Iglesia aceptó, con sufrimiento y un sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales asumidas para afrontar la emergencia de salud»,

2. pero ahora, «cuando se reducen las limitaciones asumidas para enfrentar la pandemia, la Iglesia exige poder reanudar su acción pastoral».

El punto 2 cobra toda su vigencia desde la coherencia, dolorosa para los católicos pero necesaria, de haber asumido el punto 1.

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