¿Discursos en las exequias?

El “Ritual de Exequias” prevé que, en las exequias, alguna persona cercana al difunto tome la palabra para dirigirse a la asamblea. En teoría, no está mal esa posibilidad. En la práctica, depende.

Hace muy poco, un amigo sacerdote me explicó el mal rato que tuvo que pasar al decirle a los familiares de un difunto que el texto que tenía preparado ¿la nieta? – o alguien de la familia del finado – era completamente inadecuado. Por cursi, por ridículo. Por excesivamente sentimental y carente de contenido objetivo.

Claro que estos juicios, en una cultura del “porque yo lo valgo”, se ven en ocasiones como una imposición, como una muestra de fanatismo o como una falta de sensibilidad y de empatía.

Yo, hasta la fecha, no he tenido problemas con esas “palabras” del final. Sí tuve una experiencia un poco extraña en una ocasión. La difunta era una melómana, y sus familiares querían que, a lo largo de la Misa exequial, sonasen, gracias a un CD, piezas de ópera y de música culta que le gustaban mucho a la difunta.

No se podía no alabar el buen gusto musical de ella y de su familia, pero yo no veía de ningún modo cómo encajar ese repertorio en la celebración de la Misa.

Se me ocurrió una solución: Calculen, les dije, el tiempo que necesitan para que se oigan esas secuencias musicales, con los comentarios y moniciones que quieran hacer. Cuando esa parte musical acabe, yo comenzaré la Santa Misa, que tiene su “partitura” propia, indisponible.

Esas personas no pusieron ninguna objeción. Así se hizo. Se dedicó un tiempo a las audiciones con los comentarios. Y luego, se celebró la Santa Misa, también con música, pero ya no con los “CD”.

Si no es posible la “síntesis”, la fusión, habrá que optar por el “análisis”, por la distinción. Una solución similar plantea, si no lo he entendido mal, el conocido liturgista Jaume González Padrós, en la sección “flash litúrgico” de la revista “Liturgia y Espiritualidad” Octubre de 2018/10, 611-612 (del CPL de Barcelona).

Dice el Prof. González Padrós: “Se debería advertir a la familia, al preparar las exequias, que si alguien va a dirigirse a la asamblea, lo comente antes con el sacerdote que va a presidir, y será este quien decida si aquello es adecuado y viable o no. Y en este último caso, si no es posible disuadirlos, podrá decidir que esas palabras sean pronunciadas cuando ya se haya finalizado la acción litúrgica y el sacerdote haya despedido a la asamblea. De esta manera se marcan bien los tiempos y lo litúrgico no queda empañado por algo impropio”.

Pues… Tiene toda la razón. Si se puede mostrar la “evidencia” – que solo puede ser mostrada y jamás demostrada – se muestra. Y si no cabe mostrarla, el único recurso es buscar una solución pacífica que no empañe la verdad de las cosas ni la confunda.

Si siempre, los responsables de las celebraciones litúrgicas, supiésemos estar (si hubiesen sabido estar) a la altura estos dilemas, en la práctica, se habrían reducido al mínimo.

Guillermo Juan Morado.

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