Miércoles de Ceniza: "Ahora, convertíos a mí de todo corazón"

El adverbio “ahora” modifica, en el sentido de hacerla más urgente, la llamada a la conversión: “Ahora – oráculo del Señor - , convertíos a mí de todo corazón” (cf Jl 2,12-18), “ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (cf 2 Cor 5,20-6,2). El cambio profundo de la vida, tan hondo que atañe al corazón, no es un programa que se pueda posponer de modo indefinido, sino que ha de emprenderse en el momento actual, “ahora”.

El teólogo Romano Guardini definió la adoración – el reconocimiento de la soberanía de Dios, de su grandeza, de su gloria – como “la obediencia del ser”. En el hombre, esta obediencia de lo creado puede convertirse en un auténtico cumplimiento de la voluntad divina, siguiendo el modelo de Jesús, “hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,8). La adoración es obediencia y la obediencia no se detiene ante la muerte. La obediencia tiene la forma de Cristo, la forma de la cruz.

La Cuaresma nos exhorta a vivir el ahora. Nos impulsa a no buscar excusas que eviten reconocer a Dios como Señor. Nos empuja, suavemente, a morir para poder vivir de verdad. Nos invita, en suma, a adecuarnos a lo que Dios, desde el principio, ha querido que fuésemos: imagen y semejanza suya.

En cierto modo, la Cuaresma es, como la obediencia, un camino, un itinerario, que conduce a la realidad de nosotros mismos. Y esta efectividad se encuentra no en los mundos de la fantasía, sino en la concreta existencia de Jesús, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. La peregrinación hacia Dios, el sendero que conduce a Él - la fuente de la misericordia - , es una tierra conocida. Recorrer esa vía es seguir a Jesucristo. Caminar con Él y ser sostenidos por Él en el camino, en el Via Crucis.

Pero para emprender una ruta que compromete toda la vida hay que desearlo profundamente. Si conocemos nuevas ciudades, nuevos países, es, en última instancia, porque deseamos hacerlo. El deseo nos pone en movimiento. Para encontrar a Dios y, solo así, para encontrarnos a nosotros mismos en la realidad de lo que podemos llegar a ser, necesitamos desearlo. San Agustín decía que “toda la vida de un cristiano fervoroso es un santo deseo”. Y añadía: “Dios es todo lo que deseamos”. Solo Dios puede colmar el deseo, porque Él es Todo.

Este camino y este deseo es un camino y un deseo “justo”. Muchas veces lo que nosotros entendemos por “justicia” es una caricatura de la justicia. Como lo que entendemos por “amor” es, muchas veces, una caricatura del amor. San Pablo apunta al carácter paradójico de la justicia: “Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado a favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (cf 1 Cor 5,20-6,2).

La lógica vulgar se ve desafiada en esta afirmación: el Puro es convertido en pecado, para que nosotros – injustos – pudiésemos ser justificados. Dios no niega la lógica, sino que, asumiéndola, la supera. Su justicia es la justicia del amor. Y la fuerza del amor de Dios lo cambia todo; es, incluso, capaz de “justificarnos”, de hacernos a nosotros justos.

Esta es la lógica de la Pascua, del camino de Jesús hacia el Padre que pasa por la muerte, para vencerla, y que franquea para todos, ahora, si queremos, el acceso a Dios. Por medio de la fe, por medio del Bautismo. Por medio, también, de la Penitencia.

 

Guillermo Juan Morado.

S.I.Catedral de Tui, Miércoles de Ceniza.

14-II-2018.

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