Redimensionarse: ¿Qué pasaría si...?

No dejo de pensar en que Cristo fundó la Iglesia contando con los Doce, con todo el sentido y el simbolismo de esos “Doce”.

La Iglesia no es una obra humana, sino que entra en el plan salvífico de Dios. Y Dios ha querido contar no solo con las misiones de Cristo y del Espíritu Santo, sino también con la misión de la Iglesia que, gracias a Cristo y al Espíritu, sigue haciendo posible hoy el encuentro de los hombres con Dios.

¿Qué es lo esencial en la vida de la Iglesia? Que, gracias a la predicación del Evangelio – de la revelación en su totalidad – , los hombres pueden encontrarse con Dios y recibir de Él, por medio de los sacramentos, la vida “nueva”, plena, que se inicia aquí, en la tierra, y que tiene su culminación en el cielo.

Esta misión no depende de los números, o no solo de ellos. La Iglesia de Cristo es la misma en el siglo I, con solo Doce columnas, u hoy en  día, que sigue teniendo esas mismas columnas. La responsabilidad, en el siglo I y en el XXI, es idéntica: servir de mediación para que el encuentro revelador y salvador de Dios con los hombres tenga lugar.

Lo importante es que la Iglesia siga siendo fiel a su misión y a su razón de ser: mediación, escogida por Dios, para llevar a cabo la revelación y la salvación. Sin eso, la Iglesia estaría de sobra. La Iglesia está en el mundo para hacer posible que los hombres, de modo seguro, entren en comunión con Dios.

Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, se pregunta en algún pasaje de su obra sobre Jesús de Nazaret: ¿Qué ha traído Jesús al mundo? La respuesta es muy sencilla: a Dios. “Ha traído a Dios”.

Jesús ha traído a Dios. Y no es poco lo que ha traído al mundo, sino que es lo decisivo, ya que  “el hombre sólo se puede comprender a partir de Dios, y sólo viviendo en relación con Dios su vida será verdadera”.

Y eso mismo, y forma parte del designio divino, le corresponde a la Iglesia: Hacer que Dios esté presente en el mundo, porque solamente así el hombre llegará a vivir en la verdad y en la libertad.

Esta convicción fundamental le regala a la Iglesia una enorme capacidad de iniciativa y de renovación. No pasaría nada si la Iglesia, en su configuración histórica, dejase de ser lo que, circunstancialmente, es para seguir siendo lo que, esencial y teológicamente, ha de ser.

¿Qué pasaría si… tuviésemos menos parroquias, solo las necesarias? ¿Qué pasaría si… nos juntásemos un poco más para celebrar la fe? ¿Qué pasaría si… nos desprendiésemos de tantos edificios que solo causan pérdidas y nos quedásemos solo con los imprescindibles?

La respuesta, creo, es: No pasaría nada. La Iglesia seguiría siendo lo que es: La mediación, querida por Cristo, para que Dios siga viniendo al mundo. Algo parecido a lo que, en los orígenes, pasó con los Doce.

La Iglesia no ha surgido para ser una ONG, ni una especie de ONU, ni un cajero automático para resolver las necesidades de dinero disponible de todo el mundo. La Iglesia no es eso, ni puede serlo.

La Iglesia solo tiene sentido si lleva a Dios. Y, para ese fin, no es sustancial ser, o tener, una gran estructura. Eso es puramente accidental. Redimensionarse no es abdicar de la propia responsabilidad, sino optimizarla.

 

Guillermo Juan Morado.

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