En defensa del Papa: la denuncia de las sangrientas masacres

El pasado domingo, II de Pascua, el papa Francisco celebró la Santa Misa para los fieles de rito armenio. En el saludo al comienzo de esa celebración pronunció unas palabras que han desatado la ira del Gobierno turco.

 

Conviene situar exactamente en su contexto lo que ha dicho el papa: “En varias ocasiones he definido este tiempo como un tiempo de guerra, como una tercera guerra mundial ‘por partes’, en la que asistimos cotidianamente a crímenes atroces, a sangrientas masacres y a la locura de la destrucción. Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos – , o bien obligados a abandonar su tierra”.

 

Este contexto es, sin más, la actualidad, el momento presente. No cabe parapetarse tras una discusión semántica a la hora de reflejar lo que nos toca vivir – aunque no a todos con el mismo nivel de dolor - : crímenes atroces, sangrientas masacres y la locura de la destrucción.

 

¿Alguien sensato puede negar estos hechos? ¿Alguien veraz puede negar que, ahora, muchos cristianos – no sólo, pero también los cristianos – “son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos – , o bien obligados a abandonar su tierra”?

 

Yo creo que el Papa dice en voz alta lo que todos vemos, aunque no siempre se diga, quizá por razones “diplomáticas” o de corrección política. Y este estado de la cuestión lleva a pensar, muy justificadamente, que no acabamos de aprender de los excesos y errores del pasado. Incluso de los excesos y errores de un pasado muy reciente: la persecución de los armenios y de otros cristianos orientales; las masacres causadas por el nazismo; y las causadas por el estalinismo.

 

Pero estas tres no han sido las únicas que han teñido de sangre el ayer, casi el hoy: “ha habido otros exterminios masivos, como los de Camboya, Ruanda, Burundi, Bosnia”.

 

¿Es un consuelo sustituir la palabra “genocidio” por la expresión “exterminio masivo”? Quizá en la semántica abstracta sí. En la realidad, no. Y una semántica alejada de la realidad es una especie de ídolo engañoso.

 

El Papa se dirige a los armenios, pero se dirige a la humanidad en su conjunto: “Da la impresión de que la familia humana no quiere aprender de sus errores, causados por la ley del terror; y así aún hoy hay quien intenta acabar con sus semejantes, con la colaboración de algunos y con el silencio cómplice de otros que se convierten en espectadores”.

 

¿Es que no es verdad? ¿Es que alguien puede negarlo? Parece evidente que no.

 

A mí me extraña que el Gobierno de Turquía se consuele diciendo que el daño que el Imperio Otomano, por acción u omisión, causó a los armenios podría ser considerado una sangrienta masacre, pero jamás puede ser considerado un genocidio. Bueno, por las palabras, sólo por las palabras, no se discute – ya que no somos, al menos yo no lo soy – nominalistas.

 

Pero el Papa, en esas palabras de saludo, no ha pretendido ejercer como historiador. Sí como Papa, como pastor de la Iglesia universal, como un vigilante que, ante los sinsentidos de hoy, advierte al mundo, diciendo: ¡Basta ya! ¡Aprendamos del pasado!

 

Y sí, ha usado la palabra genocidio. Pero lo ha hecho citando a San Juan Pablo II, quien, en una declaración común con Karekin II, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, dijo, en Echmiadzin el 27 de setiembre de 2001: “El exterminio de un millón y medio de cristianos armenios, en lo que se considera generalmente como el primer genocidio del siglo XX, y la siguiente aniquilación de miles bajo el antiguo régimen totalitario, son tragedias que todavía perduran en la memoria de la generación actual”.

 

¿Genocidio o no? Me imagino que para ese millón y medio de cristianos, más los que siguieron, y para sus familiares y amigos, la palabra que se use será casi lo de menos.

 

No es solo el ayer lo que nos estremece, es también el hoy. El ayer pasó y sólo podemos reivindicar la memoria de las víctimas. Pero el hoy nos concierne en primera persona y hemos de hacer todo lo posible para cambiarlo. Y ha sido hoy, también, cuando hemos sabido, por ejemplo, que tras un año 276 niñas nigerianas siguen secuestradas por un grupo terrorista islamista.

 

No sé si el Gobierno turco, por estas noticias de hoy, manifiesta la misma indignación que la que le ha causado las palabras que el papa Francisco ha citado. Las palabras pueden estar mal escogidas, pero en sí mismas no matan. El falso escándalo que, pretendiendo maquillar el ayer, se inhibe ante el hoy sí puede matar o ser cómplice no solo de las sangrientas masacres sino también de los genocidios.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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