El corazón, la verdadera realidad del hombre

El corazón designa el centro de la persona. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “el corazón es la sede de la personalidad moral”. No tener corazón equivale a ser insensible, a carecer de alma. Un “corazón de bronce” significa ser duro e inflexible, incapaz de apiadarse. En cambio, tener un “corazón de oro” indica benevolencia y generosidad. “Tocar el corazón” de alguien supone mover su ánimo para el bien.

 

El corazón, decía Romano Guardini, es “la verdadera realidad del hombre”. El hombre no es, por separado, espíritu y materia, sino que es “espíritu encarnado”; es alma y cuerpo a la vez: “Solo por el corazón vive el espíritu humanamente y vive humanamente el cuerpo del hombre. Solo por el corazón el espíritu se convierte en alma y la materia en cuerpo y solo por él existe, pues, la vida del hombre como tal con sus dichas y sus dolores, sus trabajos y sus luchas, miserable y grande al mismo tiempo”.

 

El corazón es el vínculo de unidad, no solo del espíritu y de la materia, sino también del propio yo y del “otro”. El corazón crea, hace posible, la comunión.

 

No se trata de reivindicar ningún tipo de sentimentalismo, ya que el hombre no se reduce a sentimiento, como tampoco se reduce a razón. El hombre es todo eso y más que eso: “El corazón – sigue diciendo Guardini – es la unión viviente de espíritu y sangre, la verdadera realidad del hombre, su más íntimo centro, el lugar de toda decisión, el origen del hacerse y del transformarse”.

 

En el corazón convergen, desde las raíces de la vida – desde Dios - , razón y conciencia, comprensión y culpa. No es extraño, pues, que la sexta bienaventuranza proclame: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

 

En el corazón se encuentran la caridad, la castidad y el amor de la verdad. En la pureza del corazón se unen la pureza del cuerpo y la pureza de la fe. Los limpios de corazón verán a Dios, verán según Dios, captarán en todo lo creado – también en la belleza corporal - la belleza divina.

Guillermo Juan Morado.

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