La capilla de la Complutense

El artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Y, por su parte, la Constitución española establece: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” (art. 16,1).

Ambos textos tienen una enorme importancia, ya que reconocen, a cada individuo y a las comunidades, libertad no solo para profesar una religión, sino también para manifestar públicamente esa profesión religiosa.

Hay un error que se difunde fácilmente en ambientes “laicistas”: la religión, se suele decir, pertenece al ámbito de lo privado, pero no ha de tener presencia pública. Es algo perteneciente a la intimidad del yo, pero no es algo que pueda tener vigencia ante otros o ante todos. No es eso lo que se lee ni en la Declaración de los Derechos Humanos ni en la Constitución.

Una interpretación “estrecha” de estas normas tiende a conformarse con respetar, y a veces ni eso, la “libertad de culto”. Habría libertad de culto si se les permite a las religiones tener abierto un local en el que puedan oficiar sus actos de culto. Se dice que hay libertad de culto en un país en el que, por ejemplo, no se prohíbe celebrar, en las iglesias católicas, la Santa Misa.

Pero la libertad religiosa es mucho más amplia. La libertad religiosa tiene su base en el respeto a la persona. Y no pone más límites a los derechos de la persona – también al derecho a la libertad de creer – que los mínimos esenciales para que se mantenga el orden público.

¿Qué tiene que ver todo esto con lo de las capillas en la Universidad Complutense? Yo creo que tiene mucho que ver. Si la Universidad Complutense cede unos espacios para que se pueda celebrar la Santa Misa y llevar a cabo otras actividades religiosas (católicas) – y podría, en línea de principio, ceder otros espacios a otras religiones – manifiesta con ello, la Universidad, que no solo acepta la libertad de culto, sino que valora como un bien la libertad religiosa de la comunidad universitaria – profesores, alumnos y personal no docente -.

Las capillas de la Universidad Complutense no han sido tomadas al asalto. Existen porque, en su día, se llevó a cabo un convenio entre la Universidad y el Arzobispado de Madrid. Un convenio que me parece ejemplar. También existen capillas en los hospitales, en las cárceles, en los cuarteles o en los aeropuertos. Y no porque la autoridad pública se pliegue ante la Iglesia – o ante una religión -, sino porque la autoridad pública quiere – o debe querer – servir mejor a los ciudadanos.

¿Cuál es la mejor defensa de estos espacios por parte de los católicos? Es usarlos todo lo que se pueda. Las cosas nunca son gratis. Si yo quiero que haya libertad religiosa, he de reivindicar, de hecho, que esa libertad yo también la pido y exijo. Y si voy a un hospital, he de visitar la capilla; si voy a la cárcel – Dios no lo quiera – lo mismo; o al cuartel o a la Universidad.

A mí me parece muy bien que en la Complutense haya capillas. Espero que el Decano de la Facultad de Geografía e Historia y el Arzobispado de Madrid lleguen a un acuerdo, sabiendo, ambos, que lo mejor no es enemigo de lo bueno. Pero no por nada, sino porque si la “Universidad” es lo que ha de ser – universal, abierta – será la primera en valorar la importancia de respetar – y promover – la libertad religiosa de los que se acercan a ella.

¿Qué les pido a los católicos? Mucha coherencia. Seremos tenidos en cuenta, para bien o para mal, si somos muy coherentes. En el peor de los casos, nadie persigue a quien es irrelevante.

Me impactó, en su día, la actitud de una mujer. Yo estaba de viaje en Turquía, era domingo y celebramos, como habíamos hecho los demás días, la Santa Misa. Poco antes de empezar, apareció una mujer cristiana, casada con un musulmán, que pidió asistir a la Misa. Venía de lejos, había cerrado su tienda, y tenía avisados a los guías para que le informasen de cuándo “los turistas” celebraban la Misa, para poder asistir ella.

Me pareció heroico. En España tenemos la iglesia a la puerta de casa, como quien dice. Y valoramos, eso creo, muy poco lo que tenemos tan cerca y tan fácilmente.

Pedir presencia en los espacios del Estado, y tenemos derecho a pedirla, exige mucho. Exige coherencia.

Guillermo Juan Morado.

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