Dos nuevos diáconos en Tui-Vigo

Dos nuevos diáconos en Tui-Vigo

Para cualquier diócesis es un motivo de alegría celebrar una ordenación diaconal o sacerdotal: «Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3, 15). “Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen: «Pondré al frente de ellas (o sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas» (Jer 23, 4)”, recordaba el beato Juan Pablo II.

Sí, es un motivo de gozo. Dios sigue enviando pastores a su pueblo, a la Iglesia. Sin embargo, junto a la alegría, se despierta también un interrogante: ¿Son suficientes estos pastores? Casi nos hemos acostumbrado a un régimen de milagro continuo. Porque cada vocación que hoy llega a su término es, literalmente, un milagro; un hecho extraordinario.

Y este hecho, recibir de Dios la llamada a pastorear a su pueblo y responder generosamente a esta vocación, no debería ser un milagro, sino algo, ciertamente con una base sobrenatural, mucho más frecuente. Algo que siempre ha de ser visto con agradecimiento pero, quizá, con menos sorpresa.

Ya hace tiempo que pienso que, en algunas iglesias locales, no faltan las vocaciones al sacerdocio. No. Lo que falta es algo más básico: falta la fe. Benedicto XVI ha tenido la lucidez – una característica de todo su pontificado- de señalarlo con total claridad: “En nuestro tiempo, cuando en vastas regiones de la tierra la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue, la prioridad más importante de todas es hacer presente a Dios en este mundo y facilitar a los hombres el acceso a Dios”.

Hacer presente a Dios, facilitar el acceso a Dios. Ahí está el desafío. Porque sí es verdad que, al menos entre nosotros, “la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue”. Yo lo veo cada día. Cada día me asombro, a pesar de los pesares, de que haya personas que vienen a Misa. Cada domingo es una sorpresa. Y no digamos cada ingreso en el Seminario o, más aun, cada ordenación.

Dirán algunos que hay pocos seminaristas, y es verdad. Pero, ¿de dónde salen los seminaristas? En teoría deberían salir de la vida parroquial y diocesana. Milagrosamente parecen salir, casi, de la nada. Por pocos que sean, son muchísimos en proporción con los jóvenes que vemos en nuestras parroquias. Por eso, entre otras cosas, cada vocación es un milagro.

Mañana tendremos en Tui-Vigo seis diáconos que se preparan para el sacerdocio (dos que se ordenan mañana y cuatro anteriormente ordenados) y dos diáconos permanentes. No son pocos. Pero son del todo milagrosos.

Yo no deseo recortar el poder de Dios. Él puede sorprendernos siempre y así lo hace. Pero también es sensato que nos preguntemos, nosotros, qué más podemos hacer. La presión del secularismo ambiental es terrible. Mi duda es si dentro de la Iglesia, en las concreciones próximas de la Iglesia, ya que la Iglesia no es una abstracción, se valora y se quiere – y se desea – el ministerio ordenado.

¿De verdad queremos tener pastores según el corazón de Dios? ¿Se valora, en la práctica, el ministerio ordenado? Yo no veo del todo claro que sea así.

Guillermo Juan Morado.

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