“¿Quién me ha tocado el manto?”

Comentando el episodio evangélico de la curación de la hemorroísa, San Agustín distingue entre “tocar” y “oprimir”.

La muchedumbre “oprime” a Jesús, lo “apretuja”, pero solamente aquella mujer, que padecía una enfermedad que la relegaba a la condición de impureza legal, le “toca”. El Señor, para asombro de los discípulos, percibe esta diferencia, al preguntar: “¿Quién me ha tocado el manto?”. Los discípulos reaccionan extrañados: “Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ‘¿quién me ha tocado?’” (cf Mc 5,21-43).

San Agustín identifica este “tocar” con “creer”. No basta con estar materialmente cerca de Jesús. Es necesario dar un paso más: Es preciso “tocarle”, creer en Él, reconocerlo como Señor y Salvador.

Un proceso de fe similar tiene lugar con Jairo, el jefe de la sinagoga. Si la hemorroísa ha de vencer las barreras de su condición de impura, el jefe de la sinagoga debe pasar por encima de su posición social para aproximarse al Señor y suplicarle: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”.

En ambos casos es la fe de estas personas y el poder que emana de Jesús lo que obra el milagro: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”, dice a la mujer. Y a Jairo le dice: “Basta que tengas fe”.

La fe es adhesión a la persona de Jesucristo. Es creer en Él, confiar en Él, abandonarse a Él. Supone la humildad de no confiar exclusivamente en uno mismo y la audacia de superar los obstáculos – reales o ficticios – que pueden separarnos del Señor.

La fe es, siempre, principio de vida, germen de la vida nueva de los que, por ella, han sido sanados y resucitados.

Por la fe en Jesús, el hombre supera el “imperio del Abismo” y el “veneno de la muerte” (cf Sab 1,13-15; 2,23-25), para llevar a su esplendor máximo su condición de imagen de Dios, llamado a la inmortalidad.

Cristo, con todo su poder, pasa en medio de nosotros, a nuestro lado. Debemos ir más allá de la rutina anónima de las masas que lo siguen por inercia y atrevernos a encontrarnos con Él cara a cara, “tocando” al menos el borde de su mando, creyendo en Él, para encontrar así la salud, la vida y la salvación.

Guillermo Juan Morado.