14.10.16

La Iglesia Católica y "el poliedro"

Así se explaya Victor Manuel “Tucho” Fernández, obispo titular argentino y actual rector de la UCA en Buenos Aires; gracias, eso sí, a los buenos y directos modos del papa Francisco, toda vez que en la Universidad habían rechazado tiempo ha su nombramiento, dada su deriva “liberal", por decir algo.

Pues este buen señor obispo, en una confe en su uni, se ha marcado lo siguiente: advierto que tales frases pueden herir su sensibilidad, no solo intelectual sino también moral. Ahí van: “Bergoglio siempre rechazó las dialécticas que enfrentan, y su ideal es el poliedro". Y no lo dice a la ligera, sino con conocimiento de causa, porque su trato con el Santo Padre es más que fluído. Ahora bien, ¿ustedes han entendido algo?

Para aclarar el pensamiento del Papa, añade: “No es sano huir de los conflictos, o ignorarlos. Hace falta aceptarlos y sufrirlos hasta el fondo, no esconderlos. Pero siempre con el ideal de resolverlos, de lograr armonizar las diferencias. De dos cosas diferentes se puede hacer nacer una síntesis que nos supere y nos mejore a los dos, aunque los dos tengamos que renunciar a algo. Siempre hay que apuntar a algo nuevo donde se superen las tensiones violentas y los intereses cerrados".

Para mayor precisión acude al mismo Papa: “Aun las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” (Evangelii gaudium, 236).

Y remata su intervención con la invitación “a construir el pliedro” del que habla el Papa, conscientes de que “la lógica que se va desarrollando sutilmente en el mundo actual es otra, reconozcamos que es otra. Depende de nosotros no dejarnos engañar por esa lógica mezquina".

Lógica “mezquina", entendámonos, no es la del mundo actual, por fa: ¡nada de demonizar al mundo, faltaría más! Eso estaba muy bien para San Juan -"mundo, demonio y carne", como los enemigos fijos del hombre y de su dignidad humana, y su destino eterno-; nada de eso: es la lógica de la Iglesia Católica -asentada en su Piedra Angular: Cristo-, cuando pretende seguir en la misma Doctrina, en la misma Ley, en los mismos Sacramentos, en la misma Fe, en la misma Verdad: “sin evolución y síntesis enriquecedoras". Incluso con las personas que están en el error, y que se “han hecho” en la heregía; tipo Lutero, por ejemplo. Digámoslo claro: sin “poliedro".

Sinceramente, lo de la “dialéctica” -con su tesis, antítesis y síntesis iluminadora y creadora, moderna y fecunda- es tan viejo como Hegel, por poner un poner, y huele a naftalina podrida ya. Y además está tan equivocado ahora como entonces, cuando se pretende que ese “modus intelligendi” sea la panacea para todo y en todos los horizontes de la persona y de la vida humana.

Porque, sinceramente, entre vivo y muerto, no hay síntesis posible, pues no hay posiciones “intermedias"; entre verdad y mentira, tampoco; entre bien y mal, menos; entre gracia y pecado, nasti de plasti; entre cielo e infierno, qué os voy a decir; entre Dios y dioses, entre puro e impuro, entre casado y arrejuntado o entre casado y soltero, entre hombre y mujer… no hay síntesis que valga: ni enriquecedoras, ni nuevas, ni constructivas, ni poliédricas.

Son términos que designan realidades absolutamente opuestas, que no se pueden “casar"; como no se pueden “casar” dos tíos o dos tías, o como no pueden tener hijos dos tíos entre ellos o dos tías entre ellas. Por eso y cuando quieren tener “hijos” -que nunca lo serán verdadera y cabalmente-, en el caso de los tíos buscan un vientre de alquiler, o en el caso de las tías un suministrador de esperma: porque esa es la realidad y la verdad de las cosas, y ningún “poliedro” se lo arregla o puede esquivarla.

¿Que luego, y poliédricamente, un jerarca les dice a esas parejitas que qué bonito, que qué amor más bello, y que eso lo arregla él en un periquete, y que vayan a comulgar con toda paz…?

Bueno, esto sí pasa ya. Y me remito a lo que escribí hace yan bastantes meses: que en la Iglesia Católica va a haber un antes y un después de la “Amoris laetitia". Y me remito, y me reafirmo, porque ya lo está habiendo. Y la fractura en su seno se está haciendo cada vez mayor como lo demuestra, sin ir más lejos, esta conferencia del “Tucho” Fernández, Víctor Manuel, obispo titular de Argentina, y actual Rector de la UCA de Buenos Aires.

11.10.16

Los jóvenes, la Fe y el discernimiento vocacional

Va a ser el tema del próximo Sínodo de los Obispos, para Octubre de 2018: los jóvenes, la fe de/en los jóvenes y el discernimiento de su vocación como hijos de Dios, en el mundo y en la Iglesia.

Vaya por delante que ningún tema me parece más urgente, a día de hoy, salvo el tema de la disciplina de los Sacramentos, donde hay tal “cacao” en marcha desde hace más de 50 años, que ha llevado a decir el Prefecto del Dicasterio al que le compete el tema absoluta y directamente, que la Iglesia se juega ahí su futuro: su ser o su dejar de ser la Iglesia que nació el Jueves Santo con/en la Institución de la Eucaristía y la creación del Sacerdocio, que fecundó el Costado abierto de Cristo en la Cruz, y que echó a andar el mismo día de Pentecostés de la mano del Espíritu Santo, prometido antes en la Última Cena y ya enviado y ejerciente.

Los jóvenes, sí. Su Fe. Su Vocación. El futuro de la Iglesia en todo el mundo. Un futuro muy negro en el primer mundo -el mundo occidental- donde la Iglesia está casi despoblada de jóvenes, con honrosas excepciones, que las hay. Pero el panorama, aquí, es desolador. De ahí la necesidad y la urgencia del próximo Sínodo. Por tanto y respecto a su convocación, nada más que aplausos; por mi parte y, supongo, por parte de toda persona que se siente mínimamente católica.

Dicho esto -y ya habrá tiempo para proponer ideas más concretas según se acerquen las fechas-, manifestar una inquietud no pequeña: las referidas a tratar el tema de los jóvenes en continuidad a lo surgido respecto a las familias en el anterior sínodo extraordinario y a la exhortación “Amoris laetitia”, con la polvareda que, con toda razón, han levantado dentro de la Iglesia, en el seno del mundo católico a todos los niveles.

Porque, ¿se van a repetir en el próximo sínodo los mismos errores que en el anterior? Y no errores pequeños, sino de bulto. Por ejemplo, ¿van a estar preparadas las resoluciones antes incluso que las deliberaciones de los participantes? ¿Se van a declarar como resoluciones lo que ni siquiera se había aprobado en las deliberaciones?

Tampoco tranquiliza, por cierto, lo de la continuidad con la “Amoris laetitia". A la hora de plantearles, por ejemplo. la vocación matrimonial de los jóvenes, ¿se les va a hablar de las “nulidades en conciencia", porque no se pueden probar ante un tribunal competente, o porque este ha declarado que, según las pruebas presentadas,   no se puede declarar "nulo” el matrimonio contraído? ¿Se les va a hablar de la “validez en conciencia” de las situaciones sobrevenidas por un posterior “matrimonio civil", hasta el punto de poder acercarse a comulgar “estando inmerso en una situación objetiva de pecado grave"? ¿A esto en la Iglesia se le llama ahora -y se pretende que sea- “acompañamiento espiritual"? ¿A esto se le va a llamar “proyecto de vida", “abrirse al encuentro con Dios y con los hombres” y “participar activamente en la edificación de la Iglesia y de la sociedad” como señala el anuncio oficial en la propuesta de los objetivos del Sínodo?

Y en referencia a la vocación sacerdotal o religiosa, ¿qué modelo o modelos se les van a proponer, de tal modo que les arrastren y les comprometan de por vida? ¿Las cosas que dicen y hacen tantos y tantos, de arriba y de abajo en el escalafón, que no son ni católicas? ¿A ir detrás de los postulados del mundo? ¿A no saber qué significan ya las palabras en el seno de la misma Iglesia? ¿A no saber ya ni lo que son ni lo que significan los Sacramentos?

¿Sïnodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional? ¡Faltaría más! Y ¡bienvenido!

Ahora bien: ¡que no vuelva a pasar lo que, desgraciadamente, ha pasado!

6.10.16

Realidad, sueños y pesadillas.

“Los valores familiares tradicionales son un mito". Así se ha despachado el arzobispo anglicano de Canterbury -cuyo nombre no voy a citar-, en un acto litúrgico, para conmemorar la acción de una mujer que, hace 140 años, salió en defensa de la familia, de la mujer y de los niños, fundando la que se llamó “Unión de Madres"; acción social que tuvo una gran trascendencia en el mundillo anglo; acción y recuerdo que se pretendía conmemorar solemnemente en una de las catedrales más simbólicas del anglicanismo, la catedral de Winchester, y que el señor arzobispo anglicano se encargó de apagar todo entusiasmo.

A la “Unión de Madres” les salió rana la conmemoración; porque lo más que llegó a decir el susodicho después de calificar los valores familiares como “mitología", es que “la iglesia [se entiende que hablará de la suya: de lo que queda de ella, que debe ser él mismo y tres o cuatro diáconas, seis o siete sacerdotas y un par de obispas] ya se encuentra viviendo en una cultura de familia que no acaba de entender".

Por cierto, y como dice el refrán, “cuando veas las barbas del vecino pelar…".

Palabras que no dejan de ser “curiosas", por no decir sorprendentes, en boca de un anglicano de pro -con pedigrí liberal, “of course"-, que son los que han traído todo ese batiburrillo de divorcio, mariconería, anticoncepción, sacerdotas, aborto, obispas, etc., con lo que han convertido a la iglesia anglicana en la nulidad y en el cero casi absoluto que es hoy; lógicamente, después de haber infectado a la misma sociedad con esa “cultura” que ahora dice “no reconocer". ¡Si son los frutos de su siembra!

Como dice otro refrán: “es mejor escarmentar en cabeza ajena"-

Para mayor oprobio a lo que se celebraba, y para mayor orgía de confusión creada por el liberalismo anglicano, añadía que “el divorcio y el matrimonio gay son realidades, nos gusten o no". Con la cantada conclusión “lógica": no se podía ir contra la realidad, sino más bien aceptarla tal como es.

Es lo que tienen los “sueños” cuando se pretende sustituir con ellos a la misma realidad -a la misma verdad- de las cosas. Al principio todo parece onírico, flipante, moderno y pregresista, liberal y liberador, motor de aires nuevos y más “ecológicos” -más “puros"-…, pero acaban convirtiéndose en una pesadilla que devora a sus mismos padres y convierte en un infierno la vida de sus hijos.

Sin ir más lejos, el mismo Santo Padre, en Georgia, acaba de denuciar el sufrimiento brutal de los niños ante las rupturas y los divorcios de sus padres. acaban rotos.

No se puede ir contra la realidad. En esto sí tiene razón el arzobispo anglicano. El problema es que reduce la realidad a las situaciones -reales, sí- que no solo no la respetan, sino que la inculcan porque la sustituyen. Llámese divorcio -"derecho a rehacer mi vida"-, llámese aborto -derecho a la salud reproductiva"; ahora ya lisa y llanamente “derecho a decidir"-, llámase “matrimonio homosex” o como se quiera denominar al imposible ayuntamiento antinatura.

Por supuesto: se obvia también, voluntariamente, la realidad del “pecado", la necesidad de “conversión", la Palabra de Dios y el ejemplo de Cristo. Es que estas cosas como mínimo, molestan; cuando no se las descarta catalogándolas de “mito” o de “mitología". Fantasías e idealismos.

Todo esto se ha inflitrado y echado raíces -se ha hecho (infra y contra)"cultura"- en todo el mundo accidental. Y ahí están todas las leyes que, país tras país, en una cadencia de fichas de dominó que se van derribando unas a otras en una cadena continua, han traído las leyes del divorcio, de la anticoncepción, del aborto, del matrimonio gay y de la eutanasia…, precisamente en los países donde, para mayor sarcasmo y para mayor corrupción de las conciencias, la “cultura del bienestar” hace absolutamente innecesarias cualquiera de esas medidas, inhumanas y crueles.

Una “cultura del bienestar” que se ha trocado, necesariamente, en “cultura de la muerte", “cultura del mal", y “cultura de la mentira"…, con las estructuras que todo eso ha ido creando, y que han terminado por instalar -como no podía ser de otra manera- la “cultura de la corrupción", atornillándola bien con tuerca y contratuerca.

Esto ya sería un grave problema. De hecho, lo es. Pero el mayor problema surje cuando en la misma Iglesia Católica, que tiene como vocación específica la de ser “alma de la sociedad", se está infliltrando -se ha inflitrado ya- el mismo virus “liberal", -cuajado en las más destructoras ideologías-, que siempre corroen y acaban derribando las coordenadas de verdad y de bien -las  coordenadas intelectuales y morales- de la persona y de la misma sociedad; y entonces esta, de la mano de los poderes públicos, deja de proteger a la persona y a la familia, y se convierte en su más encarnizado enemigo.

Todo esto se traslada a la sociedad eclesial cuando personas de la misma Jerarquía se suben a ese carro. Y ya se han subido. La descristianización de países enteros -son millones y millones de almas, de católicos que han dejado de serlo- no es más que la demostración práctica -el precipitado- de lo que estoy describiendo.  Descristianización, que no hubiese sido posible si cada miembro de la Jerarquía hubiese encarnado al Buen Pastor.

El mismo papa Francisco, denunciando en Georgia hace un par de días la ideología de género “que es una guerra mundial contra el matrimonio y la familia” -va, por tanto, contra los padres y las madres, contra los esposos, contra los hijos, y contra la misma sociedad, ya que la familia es la célula esencial e insustituible, básica, de la propia sociedad en la que está inmersa-, nos señala el camino: no tener miedo a proclamar la verdad.

Como leemos en la exhortación de san Pablo a Timoteo: “No nos dio el Señor un espíritu de temor, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, (…) del testimonio que has de dar de nuestro Señor (…); sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa (…). Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros” (2 Tm 1, 7-14).

Hemos de huir, en la Iglesia Católica, de cualqueir veleidad pseudopastoralista, que choca frontalmente con la Doctrina, con la Fe y las Costumbres; de toda mal llamada -y peor asumida- “apertura";  de toda “novedad” -como denuncia también san Pablo- que se aparte de lo dicho y hecho por Cristo y entregado a su Iglesia, huyendo como de la peste de atribuirle a Él lo que nunca ha dicho y, menos aún, lo que nunca ha hecho; y  sobre todo, hemos de tener -en la Iglesia Católica- la honradez, la lealtad y la fortaleza de rectificar el rumbo cuando vemos que los frutos de lo que se ha pretendido “edificar” son un montón informe de ruinas, sin pretender presentarlas -rizando el rizo-como “arquitectura moderna", de factura “libre y espontánea: natural".

¿Aprenderemos? Estamos a tiempo: Jesús lo quiere, y la Iglesia, el mundo y las almas lo necesitan… Pero, la verdad y tal como van las cosas, a corto plazo al menos, lo dudo. Aunque siempre hay esperanza.

23.09.16

El buenismo irreal, o la irreal pastoral.

Acabo de leer lo que recoge -y resume- Sandro Magister del comentario y de la aplicación práctica que propone Agostino Vallini, cardenal vicario de Roma, para los fieles de su diócesis, que es la del Papa, respecto al cap. VIII de la AL; capítulo que es, por méritos propios, el capítulo de la discordia, de la perplegidad, del escándalo, de la ruptura, de la contradicción y de lo intraducible a la vida práctica de la Iglesia porque, directamente, la rompe en pedazos: en tantos como finas y finísimas “interpretaciones” se hagan de él.

Me refiero a lo que toca a los obispos, y en quienes estos deleguen, para ese complejo, buenista, largo -larguísimo´- en el tiempo y casi irreal “acompañamiento personal", vis a vis; todo en vistas a "un responsable discernimiento personal y pastoral", que ilumine y discierna “el grado de responsabilidad personal", el “peso de los condicionamientos y de las circunstancias atenuantes"; y para que sea posible, “dentro de una situación objetiva de pecado grave", pero que no lo sea subjetivamente, o que no lo sea de modo pleno, que se pueda discernir el camino de la ayuda de la Iglesia, hasta llegar, si es preciso y en su caso, a la recepción de los Sacramentos".

Todo ello, dejando siempre a salvo la distinción “caso por caso” -no hay dos casos iguales, sostiene con razón el cardenal-, manteniendo la doctrina de siempre sobre el matrimonio, “que el Papa no ha cambiado” (???), que no se dé un acceso indiscriminado a los Sacramentos -"como está sucediendo tantas veces", puntualiza-, y que no haya lugar a escándalos. Para todo ello pone el acento, como la AL, en el “fuero interno” de la persona, que está antes y muy por delante de la ley, de la disciplina  y de la doctrina. Amén.

Pues por más vueltas que le doy -y perdonen ustedes mi cortedad- el cuadro que plantea el cardenal Vallini, no me cuadra en absoluto. Y me explico; o, al menos, lo intento.

En primer lugar, da la impresión de que lo del “acompañamiento personal” se lo acaban de inventar ahora; y resulta que “es más viejo que la tana": dicho popular español, equivalente a “más viejo que Matusalén", proverbial personaje bíblico, abulete como pocos, para señalar algo muy viejo, algo que viene de muy atrás. Pues este “novedoso descubrimiento" -estamos inventando la pólvora- se ha llamado siempre “dirección espiritual” y, en España, era una práctica muy común entre los fieles que buscaban algo más que ser “del montón".

Pero claro, venir ahora con el “acompañamiento personal", después de que se han vaciado los confesonarios, o se han tirado simplemente por el campanario; después de años y años con las consabidas “absoluciones colectivas"; después de décadas en las que se ha admitido a comulgar a todo el mundo sin ponerse nadie a confesar -¡qué atraso, y qué tontería a estas alturas!-; después de instalar esto en las conciencias de la gente…, ¿van a pretender que los que han cortado desde años con su vida cristiana, que se mantienen en una situación estable y objetiva de pecado grave “unidos” en coyunda pseudomarital, hagan lo que no han hecho nunca o así? ¿Que hagan lo que no se hace en tantísimos sitios?

Y en segundo lugar: ¿quién lo va a hacer? ¿Los obispos, que es a los que compromete Francisco en primer lugar para lo del “acompañamiento personal"? ¿Pero alguno ha hecho algo de esto alguna vez? ¿Se acordarán? ¿Y en quién van a delegar los obispos? ¿En los mismos sacerdotes que, con la venia o con la eugenia de sus Ordinarios propios, han instalado concienzudamente todo lo anterior en las vidas de sus ovejas? ¡Pero si son los mismos que las han destrozado, y por eso viven como viven!

En tercer lugar: ya pueden ir pensando los señores obispos en plantearse un nuevo “modelo” de quehacer obispal, y un nuevo “modelo” de sacerdotes. Van a tener que ir desempolvando aquellos arrumbados “guía para el confesor", o así, que periódicamente sacaban los buenos obispos para sus sacerdotes y para sus religiosos; y las “guía para pecadores", también muy útiles, y que han hecho tanto bien a los mismos sacerdotes, a las almas y a la Iglesia.

Y, por encima de todo, van a tener que rescatar un par de términos que ha sido proscritos, en general, en la Iglesia: “pecado", “pecador". Situaciones que solo se resuelven con la “gracia” y la “confesión". Eso decían tales libritos; y explicaban cómo manejarse, tanto desde el punto de vista y de misión del “confesor” como del “penitente": otros dos términos desaparecidos y no precisamente en combate; han desaparecido sin dar batalla alguna, haciendo mutis por el foro.

En cuarto lugar: todo este tinglado, ¿para qué? En diocesis como la de Teruel, por ejemplo, ¿cuántos divorciados y vueltos a arrejuntarse van a estar dispuestos a empezar un “proyecto” que, al menos en teoría y para abrir boca, debería llevar a la conversión plena, y desandar lo andado? ¿Uno o dos? Y en una diócesis como Madrid, ¿cien o doscientos?

¿Y todo a costa de sacudir las costuras de la misma Iglesia, exponer a comuniones sacrílegas,  arrumbar el Código de Derecho Canónico, inventar la “nulidad exprés", proponer una praxis que no viven casi ninguno de los católicos autotitulados “practicantes"?

Por último: si el peso está en el “fuero interno", en la consideración subjetiva de su situación y de sus circunstancias, incluida la de “creerse” que lo suyo ha sido un matrimonio nulo, pero que no puede probarse ante tribunal eclesiástico competente, ¿a qué viene lo del “acompañamiento personal” para ayudar a discernir? ¿A discernir, qué? ¿En qué nivel? ¿Con qué resultados? Nadie aclara estas menudencias, que deben ser, seguramente, disquisiciones escolásticas.

Sandro Magister lo ve irrealizable. Yo lo veo irreal. Y cada uno es muy libre de verlo -en conciencia: fuero interno- como crea oportuno.

Amén.

20.09.16

"Jesús no condena a nadie"

“Jesús no condena a nadie". Esta afirmación tan rotunda, ¿es cierta? Y, en caso de serlo, ¿en qué sentido? ¿Tiene un valor absoluto, viniendo a significar para tanta gente que “nadie se condena, que nadie está condenado, que el infierno está vacío porque nadie va"?

Que Dios -que Jesús- no condena a nadie es verdad. ¿En qué sentido? En el de que la Voluntad de Dios, expresada visible y eficazmente en la entrega de su Hijo en favor nuestro, “por nuestra salvación", es una verdad de Fe, contenida y proclamada -rezada- en el Credo por todos los católicos. De hecho, no hay ni una sola escena del Evangelio en el que se vea y se oiga a Jesucristo condenar a nadie. Y eso que a veces es muy explícito con su calificativos, como cuando le dice a Pedro: “¡Apártate de Mí, Satanás, que me escandalizas!". Pero no le condena.

Por otro lado, esto no significa que todo es jauja -¡viva la pepa!-, porque no lo es. Son numerosísimas las veces en las que Cristo se refiere al Cielo: tantas, al menos, como en las que hace referncia al Infierno. Luego si podemos y debemos afirmar que el Cielo existe -lo ha dicho Él-, por la misma razón hemos de afirmar y admitir que el Infierno existe: lo ha dicho Él.

De hecho, no es un tema que haya dejado en un rincón oscuro, o que haya barrido bajo la alfombra: lo manifiesta por activa y por pasiva, a lo directo -en un lenguaje que no admite otra interpretación que la literal-, y en parábolas cuya conclusión es exactamente esa: que hay Cielo y que hay Infierno; porque hay bendición para unos y maldición para otros. “El que crea se salvará; el que no crea se condenará", por poner un ejemplo entre muchísimos. Lo mismo que cuando habla del Juicio Final, donde separa -Él, por cierto- a unos de otros, “como el pastor separa a las ovejas de los cabritos". Y para nada los coloca en el mismo lugar, porque para nada han obrado de la misma manera, sino de modo opuesto unos y otros.

Entonces, si la Voluntad de Dios es salvífica, si la Redención obrada por Cristo es “universal y sobreabundante", ¿no es esto contradictorio con que haya Infierno y con que haya gente que se condene? Seria en una visión muy superficial, por no decir otra cosa. Y vamos a ello.

C.S. Lewis, que no es católico, se lo plantea; y se lo plantea en profundidad. Escribe: En el mundo hay dos clases de personas: aquellas que gastan su vida diciéndole a Dios “hágase Tu voluntad", y aquellas que gasta su vida diciéndole a Dios “hágase ‘mi’ voluntad". Éstas son las que se han metido en el Infierno, y han echado el cerrojo por dentro. Deja bien claro una serie de cosas, todas tan relacionadas entre sí que no pueden separarse, pues no se entendería nunguna de ellas por sí misma.

En primer lugar, Dios no “echa", “no tira” a nadie al Infierno: el Infierno no es la “venganza” de Dios Padre. Ni lo es ni lo puede ser, porque es un Padre amorosísimo: “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo".

En segundo lugar, la Salvación es fruto de la Redención obrada por Jesús, y nunca es solo obra nuestra: la “sola fides” no salva a nadie, de ahí lo desprestigiada que se ha quedado. Y siendo en sí y por sí “universal y sobreabundante", sin embargo “no obra nunca su eficacia sin nosotros". Como dice Jesús mismo: “Venid, benditos de mi Padre: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis…". Por contra, también dice: “Apartaos de Mí, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis…” Y remata: “E irán estos al fuego eterno, y los justos a la vida eterna".

Jesús vuelve a dejar claro que hay Cielo, que hay Infierno, y que hay gente que va al Cielo, y gente que va al Infierno. ¿El motivo de un destino u otro? La libertad personal: si hemos escogido vivir para lo que Dios mismo ha dispuesto para nosotros -la imitación de Cristo, la santidad personal, nuestra vocación de hijos de Dios queridísimos en su Iglesia, pisar donde Cristo ha pisado- o, por contra, vivir según nuestros propios baremos, que solo por casualidad podrían coincidir alguna vez con los suyos; porque, como Él mismo nos ha revelado: “Mis caminos no son vuestros caminos; mis sendas no son vuestras sendas". Y solo Cristo salva.

Esto, que nos lo ha dejado meridianamente claro Él mismo con su Pasión, Muerte y Resurrección, con integrarnos en su Iglesia, con dejarnos todos los caudales de Gracia que nos ha obtenido, con quedarsenos Él mismo “hasta el fin del mundo", y con enviarnos a su Espíritu Santo…, esto es lo que hay que aceptar para alcanzar el Cielo: ese Cielo que ya tenemos concedido por parte de Dios -como nuestros primeros padres tenían ya concedido el Paraíso -estaban metidos bien dentro-, y que solo se pierde por el pecado; como lo perdieron ellos, Adán y Eva, con su pecado.

Esto es lo que nos tenemos que creer: que “Dios que te creó sin tí, no te salvará sin tí", como nos dice san Agustín. Y como nos ha dicho Jesús: “el que crea se salvará; el que no crea se condenará".

Como dice el refrán castellano: “el que quiera peces…".