La Iglesia se pegó un tiro en el pie. Y se le gangrenó.
Ella misma se pegó un tiro en el pie, o en lugar más comprometido para su supervivencia. El problema fue que se lo pegó “fusilando” a sus hijos más fieles: desde España, pasando por Polonia, para acabar matando a Europa y todo el mundo occidental, hasta el punto de que este ya no se reconoce en los tradicionales valores católicos; y, por tanto, tampoco en su Iglesia, porque ya no lo es.