14.12.14

El primer sermón

Nerviosos, algunos no se atrevían a entrar en la sinagoga. Abriéndose paso entre el tumulto que casi bloqueaba la entrada, la figura respetada de Ananías avanzaba entre continuas preguntas y un murmullo que se hacía más fuerte con cada paso. Finalmente, alguno le preguntó lo que todos revolvían en sus cabezas:

- Oye, ¿qué es lo que has hecho? ¡Nos has dejado en bandeja para que nos devore ese tal Saulo! ¿Es verdad que viene hoy aquí?

Ananías levantó la mano para pedir un poco de silencio pero el murmullo se convirtió en gritería. Una voz se alzó con fuerza, como un rugido:

- ¿Qué hay contigo, Ananías? ¿Es que no te quedan entrañas de compasión? Bien sabes que los del Camino somos pocos aquí, y las cargas se han vuelto más duras con la llegada de los hermanos perseguidos que vienen de Jerusalén.

Nuevamente el buen hombre levantó su mano y trató de empezar a hablar pero era sencillamente imposible. Pasando de las palabras a los hechos, algunos ya le tiraban del manto o le empujaban sin que el aludido lograra explicarse ni ser escuchado. Esta vez se oyó la voz de una mujer que punzó los oídos de todos:

- ¡Que el Padre de Nuestro Señor Jesús sea tu juez, Ananías! Tendrás que dar cuennta de lo que has hecho. ¡Sobre ti y tu familia me advirtió muy bien mi madre, que tiene la voz de Débora! Ahora, responde: ¿Es verdad que le diste la Iluminación del Bautismo a Saulo de Tarso! ¡Responde, si es que de verdad eres hijo del Nuevo israel!

Ananías asintió con la cabeza, y por tercera vez iba a empezar a hablar, sin conseguirlo aún. Ya parecía que iban a lincharlo cuando de repente una ola de silencio golpeó al grupo que se había congregado a la puerta de la sinagoga de Damasco. El silencio lo rompió la voz de un muchacho:

- ¡Es él! ¡Ahí lo tenéis, en persona! ¡Ese es Saulo de Tarso, y viene desarmado! ¡Aprisa, atraparlo!

Unos tres o cuatro hombres, de entre los más robustos del grupo, reaccionaron a la voz y sujetaron firmemente al forastero, que no opuso resistencia. Su calma y porte humilde causaron desconcierto aunque no confianza.

- Hermanos–dijo Saulo con voz firme pero no altiva; y cuando usó esa palabra, una oleada de extrañeza se produjo en los rostros de todos los presentes. Alguno interrumpió:

- ¿Por qué nos llamas así? Si lo dices por Abraham, pase. Pero para nosotros, los del Camino, esa palabra es mucho más…

- Hermanos, Jesús es el Mesías–acotó con voz más clara y más firme Saulo–. Dios me ha mostrado que las promesas miran todas hacia Jesús, el que fue crucificado… y que ahora vive resucitado de entre los muertos.

Aquellos cristianos no podían creer lo que estaban viendo y oyendo. Por eso alguno gritó:

- ¿Y si esto es una trampa? ¡Ya se sabe que este Saulo trae autorización de los sumos sacerdotes para encarcelarnos! ¿Y quién creéis que nos va a salvar? ¿Pilatos? De estas historias yo me sé doce mil: este cuento se llama el perseguidor convertido. ¡Es un espía! Después de que sepa quiénes sois o somos del Camino, él mismo pasará la información a los de la espada!

Ananías lo interrumpió con un fuerte grito:

- ¿Es que no crees en el poder de la gracia de Dios? Todos aquí sabemos dos cosas: que somos unos pecadores y que nos ha rescatado el puro amor de Dios. ¿Por qué le vamos a impedir a Dios que siga obrando en otros como ya obró en nosotros?

- Ananías: los muchos años o los demasiados rezos te están ablandando. ¿No dijo el Señor que había que ser “astutos como serpientes"? ¿Qué pasa con tu astucia, hombre? ¿O es que has dado marcha atrás, y te has pasado al bando de Herodes?

Saulo interrumpió con voz muy clara:

- No hay necesidad de maltratar a este buen hermano, Ananías, que ya harto ha debido sufrir en su corazón antes de regalarme la luz del bautismo. Aquí me tenéis: estoy en vuestro poder. Pero primero estoy en manos del Cristo, que es Señor de todos. Yo sé que todos tendremos que comparecer ante el juicio de Jesús, el Cristo de Dios, el Mesías esperado. En asunto tan grave no cabe mentir.

- Y si es verdad lo que dices, Saulo, ¿quieres contarnos por qué venías aquí para encadenarnos y ahora resultas dándonos sermones sobre el Mesías?

- Ananías lo ha dicho primero, y lo ha dicho mejor que yo. Es solamente el regalo del amor de Dios. Cuando ya venía cerca de Damasco, vi una luz, que me encegueció, y caí al suelo. Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?” Y una voz de en medio de aquella luz me respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” Esa voz me envió a la humildad y el silencio durante tres días, en que no comí ni bebí nada. Ahí conocí la verdad de la muerte de Cristo, y comprendí que yo mismo estaba muerto, y que yo había sido uno de aquellos que el salmo nombra: “Son un rebaño para el abismo; la muerte es su pastor, y bajan derechos a la tumba.” Esa ha sido mi vida y ese es el desenlace que me aguardaba. Pero Jesús está vivo: ha salido a mi encuentro. ¡Me ha rescatado, hermanos, y yo ya no me pertenezco! Me ha comprado a muy alto precio, derramando su Sangre en la Cruz para perdón de todos mis pecados, y la misma promesa tiene para todos los que acepten con fe el valor de su sacrificio.

El que había hablado primero con gran desconfianza hizo una mueca y alzando los brazos en gesto de fingida paciencia gritó de nuevo:

- Oye, ¿qué os pasa a todos hoy? ¿No veis que este impostor se ha aprendido bien su relato sólo para engañarnos? Saulo: no lo haces mal como actor, y tu memoria puede competir con la de Gamaliel, pero a mí no me vas a convencer. Sugiero que se mantenga preso a este actor o recitador o como se llame, y que no aplacemos más la oración de la mañana. Buenos predicadores nos ha dado el Señor, y no necesitamos historietas de luces y voces.

Aunque algunos hicieron ademán de entrar a la sinagoga siguiendo el consejo, la mayoría estaba como electrizada escuchando el testimonio de Saulo. Otro dijo entonces:

- Yo también creo que hay que entrar a la sinagoga… pero para seguir escuchando a este hombre. ¿No dice nuestra fe que Jesús es el Mesías, y que está vivo? ¿No nos enseñaron los apóstoles que el Mesías, después de resucitar, ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra? ¿Por qué nos resistimos a creer que pueda hacer algo si en verdad está tan vivo como lo cantamos y celebramos cada Primer Día de la Semana? ¡Adentro, a la sinagoga, a escuchar a Saulo!

Ananías alzó su voz una vez más:

- Hermanos, yo quiero que se sepa algo antes de que entremos a la sinagoga. Yo no fui a encontrarme con Saulo por propio impulso. Yo tenía miedo y desconfianza, lo mismo que muchos sentís ahora mismo. Pero Dios me habló y me obligó a ir. Dios mismo me dijo que este Saulo es un instrumento que Él ha escogido para que lleve su nombre a los gentiles, a reyes y a los israelitas. Y anunció que tendría que sufrir mucho por el Nombre de Jesús.

- Ananías, ¿tú estás seguro de lo que estás diciendo?–le interrumpió aquella mujer que había gritado antes.

- Sí estoy seguro. Sabéis bien que durante años he sido reconocido como benefactor y amigo de nuestra amada sinagoga. Mi voz ha resonado incontables veces en estas paredes. Ahora sé que yo debo disminuir y Pablo, que así se conoce por otro nombre este querido Saulo, debe crecer. De mis discursos y palabras nada quedará para la posteridad pero en cambio de una cosa sí estoy convencido: este hombre, que hoy predica por primera vez en nuestra sinagoga, es un elegido de Dios, y debemos considerarnos privilegiados porque somos los que podemos recibir las primicias de su palabra, que un día alcanzará los confines de la tierra.

Los ojos se volvieron con asombro al recién convertido, cuyos ojos brillaban con lágrimas de gratitud, humildad y gozo. Su cabeza estaba inclinada y sus manos unidas y entrelazadas sobre el pecho. Entonces un niño, nieto de Ananías, abrió la boca y dijo:

- Pablo, háblanos. Abre tu boca y enséñanos.

En tropel entraron a la sinagoga. Nunca hubo tanto silencio en ese recinto santo. Pablo entonces levantó su mano y dijo:

- Si este, mis hermanos, ha de ser mi primer sermón, que sea breve. Sólo una cosa quiero decir: de hoy en adelante, no tengo más nombre ni apelativo; no tengo más procedencia ni destino; no tengo más esperanza ni quiero ser conocido de otra manera sino sólo así: “Pablo, esclavo de Cristo.” Y este es todo mi deseo: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros. Amén.

A esa hora caía de lleno la luz del amanecer en Damasco. Y en muchos corazones.

8.12.14

Cosas que #HeNotado

#HeNotado que cada vez que menciono que hay perros que son alimentados mejor que muchos niños… sale alguien a defender a los perros.

#HeNotado que cuanto más queremos acomodar el Evangelio al #mundo, más se desacomoda el mundo.

#HeNotado que hay una proporción ente sacar a Dios de las decisiones y echarle a Dios las culpas

#HeNotado que los que dicen haberse cansado de ser buenos sólo dicen la verdad en aquello de que están cansados.

#HeNotado que tanto en las letras como en la vida, “información” y “deformación” están demasiado cerca.

#HeNotado que las bebés abortadas tienen muy pocos derechos de mujer.

#HeNotado que los que quieren que la Iglesia cambie según su antojo quieren el cambio pero no a la Iglesia.

#HeNotado que uno siempre tiene tiempo para lo que ama; hay quienes consideran largo un minuto para Dios y corta una tarde con sus amigos.

#HeNotado tendencia en las editoriales católicas a preocuparse cada vez menos del contenido y cada vez más del volumen de ventas.

#HeNotado con sorpresa que pocas personas insultan con tanta fuerza como los predicadores de la nueva “tolerancia.”

Primero publicado en mi cuenta de Twitter.

6.12.14

2.12.14

Sobre la naturaleza de la jerarquía en la Iglesia

La iglesia somos todos y los entes no piensan. Eso nos han enseñado. ¿O será que cuando acá escriben iglesia se referirán a algunos laicos, curas, obispos, arzobispos y cardenales que quieren, que los que somos iglesia, pensemos como ellos quieren? Yo trato de vivir el catolicismo como Jesús nos lo ha dicho desde hace más de 2000 años… (Fragmento de una conversación/cuestionamiento en Facebook)

* * *

¿Puede hablarse del pensamiento “de la Iglesia”? Para algunos, la respuesta es que no, y su razón es que “la Iglesia somos todos,” de modo que la expresión “lo que la Iglesia piensa” quedaría así limitada a la jerarquía.

El problema con ese modo de pensar, a pesar de la popularidad de la que parece gozar, es que equipara a la Iglesia con una realidad creada a partir de decisiones o acuerdos humanos, al modo como se crea una empresa o como la gente se reúne en el club de su preferencia. Y eso NO es lo que enseña el Nuevo Testamento (NT).

Lo que a veces se llama, en tono de desconfianza, “jerarquía,” no es otra cosa que la lógica y única posible continuación del ministerio de los apóstoles. Los datos del NT son suficientemente claros:

1. La Iglesia nace de la predicación de los apóstoles (mira Hechos; y Romanos 10).

2. Los fieles son asiduos a sus enseñanzas (mira, de nuevo, Hechos).

3. Los apóstoles enseñan con autoridad, que incluye declarar qué es y qué no es conforme al Evangelio (mira Gálatas).

4. La autoridad apostólica incluye el derecho, extremo ciertamente pero real, de declarar a una persona por fuera de la comunión con la Iglesia (mira el caso del incestuoso en 1 Corintios).

5. Esta autoridad no declina ni puede disolverse porque los desafíos de los creyentes no son menores, sino incluso mayores, a lo largo del tiempo (mira 1 y 2 Timoteo, y Tito); por ello es preciso que la fe y la doctrina tengan su custodia natural en los sucesores de los apóstoles.

6. No hay ningún otro grupo en la Iglesia que pueda reclamar autoridad así venida de los apóstoles, si tomamos en serio el NT.

7. En ningún caso la enseñanza de fe y moral de la Iglesia es asunto de votaciones, consensos o mayorías. Tampoco fue así en el camino que siguió Jesucristo. Él no hizo un referendo para ver si era buena idea ir a la Cruz.

Luego la Iglesia “de todos” donde “todos” determinamos qué hacemos y qué queremos, no es la del NT. Es una herejía que parece amable a algunos pero que no corresponde a la fe cristiana. No puedo decirte otra cosa.

Esto no quita sino que muestra la gravedad de los pecados de los obispos y sacerdotes cuando abusan de su autoridad, o cuando caen en codicia, vanidad o arrogancia.

Y en contra de ese tipo de faltas–de codicia, vanidad o arrogancia–se ha ido el Papa Francisco, en buena hora. Lo que hay que arrancar es el pecado, no negar lo que Cristo dispuso y el Espíritu Santo atestigua con claridad.

29.11.14