21.07.19

19.07.19

Llamaron a la policía… (1er Crónica Laosiana)

Llamaron a la policía… (1er Crónica Laosiana)

Estamos misionando en Laos, buscando las tribus paganas que, según los reportes -principalmente, protestantes, aún no oyeron el Evangelio. Estamos llevando a cabo la “Cuenta Regresiva Misional” (CRM), que comenzamos en la fiesta de la Epifanía del Señor del 2018 y que, simplemente, consiste en hacer el primerísimo anuncio del Evangelio en las pocas etnias (no más de 500, estimamos) que parece que aún no oyeron la Buena Nueva de la Salvación (cfr. Mt 24, 14).

Vinimos a Laos porque, según nuestra investigación -que basamos principalmente sobre los estudios protestantes, Laos es el país que, después de China e India, cuenta con el mayor número de tribus o etnias que, aparentemente, jamas oyeron el Evangelio. 

Ayer llegamos a la tribu Tchaho. Hoy llegamos a la tribu Alu. También hoy tuvimos un primerísimo contacto con la tribu Akha, y más precisamente con los Akha Noukouy, cuyas mujeres usan muy bellos vestidos, pero cuando hace calor pueden pasearse, sin problema, con el torso al descubierto. 

Estamos agotados. No es momento de balances. Estamos en plena guerra. Hoy debemos volver a Phongsali, que es una ciudad con un aeropuerto que tiene cuatro vuelos internos por semana.

Hay mucho para contar, pero prácticamente no tenemos fuerzas para escribir. El tema es que si no escribimos ahora, muchas cosas las olvidaremos ya que la vida misionera implica un alud abundatísimo de experiencias, aventuras e historias, donde los lugares, personajes y acciones se pueden multiplicar sin cuenta.

Nuestra misión se localiza en el extremo noroeste de Laos, la ex-Indochina. 

Llegamos a Laos hace varios días pero aún no hallamos tiempo para sentarnos, menos aún para sentarnos a escribir, salvo el primer día en el cual tuvimos que escribir sobre otra cosa pendiente. Ahora, a bordo de la 4×4, mientras anochece en las montañas indochinas, resistiendo la tendencia de los ojos a cerrarse, principiamos a escribir estas notas a caballo. Como siempre, habría mucho para escribir, pero sólo tenemos tiempo para escribir unas pocas cosas.

Como unos amigos españoles, y unos amigos de amigos, adoptaron espiritualmente las tribus laosianas que aparentemente no oyeron el Evangelio, vinimos a Laos a predicarles sabiendo que el terreno ya está sembrado por las plegarias de quienes las adoptaron “in spiritu”.

Las tribus de la lista eran muchas y no habíamos tenido tiempo de estudiar sobre ellas. Por eso, cuando llegamos a Laos, junto con un amigo francés -que es quien, por tres semanas, acompaña a quien escribe estas líneas- hicimos un rápido estudio y dividimos las etnias en tres zonas: las de norte, las del centro y las del extremo sur. Nos pareció que debíamos comenzar por el norte o, mejor por el extremo noroeste -que es donde se encuentran muchas de las tribus de la lista-. Entre las tribus del norte, decidimos empezar por la tribu Tchaho, pues nos pareció la más necesitada y una de las más paganas y remotas. 

Desde el punto de vista eclesial, estamos en el medio de la nada, en las periferias más extremas, ya que la tribu Tchaho está a unas quince horas de viaje de la sede del Vicariato Apostólico de la zona. El sacerdote, estimamos, más cercano estará a unas diez horas de viaje, pero, de todos modos, en principio, ningún sacerdote, ni nativo (casi no hay) ni extranjero está autorizado por el gobierno para predicarle a estas tribus. Son tribus remotísimas, desconocidas y paupérrimas que viven en las montañas, en zonas donde hasta hace poco no había caminos y, por tanto, eran casi totalmente inaccesibles. Hoy, en principio, hay unos senderos de tierra, o barro, ya que el gobierno quiere controlarlas y, a su vez, limitar o prohibir la producción de opio, cultivo este que es muy antiguo en estas zonas. En las tribus, aun se halla un importante índice de opiómanos. 

Finalmente, después de ciertos preparativos y a pesar de grandes obstáculos, y habiendo obtenido el permiso de la jerarquía eclesiástica local, pudimos llegar a Phongsali, que es el centro (¿o periferia?) desde donde se puede partir a las tribus del noroeste laosiano. En Phongsali contratamos, por un día y medio, una ínfima agencia turística -que está casi sin trabajo por la ausencia total de turistas, al menos en esta época del año, donde hace un calor tropical infernal-, que nos permitió lograr algo muy difícil: localizar las tribus en un mapa y llegar a ellas. El dueño fue un nativo con un espíritu rabiosamente comerciante (o, mejor dicho, con un espíritu de ladrón), pero sabía donde encontrar las tribus, 

Así fue que llegamos a los dominios de la tribu Tchaho, que mora a tres horas de China (tres horas a pie). 

Los Tchaho hablan el idioma Tchaho, que no se parece en nada al laosiano (lengua oficial del país) y que, a falta de alfabeto, usa los caracteres chinos. De todos modos, muchos Tchaho, especialmente los hombres, entiende el laosiano, hablado por nuestro guía. Para nuestra sorpresa, algunos Tchaho, hablan chino básico, por lo que pudimos comunicarnos bastante bien, sin depender del guía, que fue nuestro principal enemigo, ya que hizo todo lo posible para que no prediquemos. 

Quisimos quedarnos dos semanas con los Tchaho, pero, al cabo de un día y medio, debimos volver a Phongsali ya que nuestro guía nos dijo que él pidió permiso al gobierno solamente por dos días. En un día y medio no se puede hacer mucho, pero de todos modos, fueron horas muy intensas.

Lo primero que hicimos fue saludar a la gente en el dialecto local (diciendo “mi gong”), pero prácticamente nadie nos respondía, Luego, tuvimos un encuentro con el jefe, pero no mostró nada de alegría con nuestra visita. Como nos dijo el guía, todos los jefes de las tribus hoy dependen del Partido Comunista, que, por medio de un sistema muy corrupto, aún, gobierna Laos. Ésto es terrible para la evangelización ya que cuando se visita una tribu, lo primero que hay que hacer es visitar al jefe y todo debe pasar por medio de él, pero, he aquí el drama, el jefe es, de algún modo, un lacayo de la tiranía comunista y el comunismo laosiano, fiel a los principios del satanista Karl Marx, prohíbe el proselitismo cristiano. De todos modos, a pesar de su inicial frialdad, el jefe nos autorizó a visitar al chamán (o “mopi”), que es el lider espiritual de la tribu. 

Mientras esperábamos que el mopi vuelva de sus faenas rurales, rezamos la Misa y algo más en la habitación que nos asignaron para dormir, la cual se encontraba en la casa de la hija del jefe. 

Bastó que empecemos la Misa para que empiece una batalla de raros ruidos y de odiosas molestias, lo cual nos pareció muy lógico ya que la nuestra fue la primer Misa jamás celebrada en los dominios de la nación Tchaho. Si tenemos en cuenta que los Tchaho son animistas, como todas, o casi todas, las tribus de montaña de la zona, nos podremos dar una idea de la guerra preternatural que implicó la Misa. En efecto, los niños con sus gritos, los chanchos con sus guarridos y las personas que, como locos, golpearon las puertas (que cerramos con traba) durante toda la Misa conformaron un circo que hizo muy difícil rezar. Una de las personas que, con más ahínco, golpeaba la puerta, cuando le abrimos, entró a buscar un balde y un serrucho, que no sabemos porqué habían puesto al lado de nuestro colchón. 

La hija del jefe y otra doña se indignaron con nuestra misa y llamaron a la policía. 

El guía turístico estaba furioso y nos vino a imprecar acusándonos de haber rezado “sin respetar la cultural local”. 

Nos dispusimos a pasar un día o una temporada en la cárcel. Los hombres y las mujeres se juntaron a discutir sobre nosotros. Habían diversas opiniones, todas ininteligibles para nosotros. Esperamos en nuestra habitación, rezando el santo Rosario, con paz y alegría. 

Cada vez que oíamos un motor, pensábamos que podía ser la policía comunista. Fue una experiencia interesante. Nos ofrecieron comida, pero la rechazamos. Estábamos a una hora de viaje (en auto) de la ruta. Estábamos realmente en el medio de la selva, rodeados por una tribu y nuestro indignado guía, esperando la llegada de policía, a quienes, según nos dijo el guía, íbamos a tener que pagarles los costos del viaje (la gasolina del patrullero, etc). Era de noche y el calor era insoportable. Esperamos tranquilos rezando el Rosario. 

Al fin de cuentas, terminados los debates de los nativos, se nos dijo que el problema policial iba a ser tratado al día siguiente. Respondimos que queríamos volver a la ciudad de Phongsali y dejar la tribu ya que Dios, en Mt 10.14, nos dice lo siguiente: “Cualquiera que no los reciba ni oiga sus palabras, al salir de esa casa o de esa ciudad, sacudan el polvo de sus pies”. Acto seguido, salimos de la casa, nos sacudimos el polvo de nuestro calzado, y pusimos los bolsos en la 4×4. Entonces, compungido, vino el jefe y nos pidió que nos quedásemos, nos sonrió y nos invitó a cenar. 

Accedimos a la invitación y compartimos una agradable cena donde empezamos a aprender el dialecto Tchaho, traduciendo desde el chino. 

(Continuará)

Padre Federico, S.E.

Misionero en tierras paganas,

18-VII-19, Laos

1.06.19

El Budismo en pocas líneas (I)

El budismo en pocas líneas

 

Para responder a pedidos de algunos lectores y amigos, en dos o tres entregas, haremos una presentación sintética sobre el Budismo, especialmente sobre el Budismo Tibetano, fundando nuestra exposición en nuestros estudios sobre el tema y en nuestra intensa experiencia de vida en el Himalaya. Rogamos a Dios que estas breves líneas sirvan al laicado a rechazar la pestífera tentación del budismo, que mientras se presenta disfrazado bajo los ropajes del pacifismo, la meditación y la gimnasia relajante, abre de par en par las puertas del alma y del hogar familiar a los demonios del infierno, lo cual no pocas veces acaba en posesiones diabólicas.

 

Teodicea Budista

Un día me encontré con un monje tibetano y tuvimos un diálogo, lo cual no es fácil ya que casi nunca quieren hablar. Suelen evitar el diálogo y a menudo a lo evitan de modos bruscos. Mas, esa vez, pude dialogar y dialogar amistosamente. Era un monje de alto nivel de un importante gompa (monasterio) tibetano ubicado en Nepal. De pronto, le pregunté quién creó el universo y su respuesta fue: “Ustedes creen en Dios, nosotros en el karma”. Le respondí que si bien eso es cierto, su respuesta no respondía la pregunta ya que el concepto (o mitología) del karma -que, en realidad, no existe- hace referencia a supuestos efectos, no a causas, de las faltas pasadas. Por ende, no puede decirse que el karma creó el mundo. Terminó aceptando que su respuesta fue inadecuada y que su iluminación no es tan alta como para saber quién creó el mundo. Dijo que respetaba mi creencia en el Creador y no intentó siquiera amagar refutarme. Lo invité a rezarle a Dios “por las dudas”, esto es, ya que, según él, no se puede afirmar, con certeza, que no exista. Pero, me dijo que no quería mezclar los caminos. Le dije que su camino jamás le dará la felicidad ni la iluminación y le dije lo siguiente: “yo te invito a rezar ahora, pero si no quieres rezarle a Dios ahora, al menos cuando después de muchos años experimentes la nulidad e infructuosidad total del budismo,  rézale a Dios y verás cómo Él te responderá”.

Ateísmo Budista

          Como ya anticipamos, el Budismo es ateo. El Budismo no cree en un Dios Creador. Mas tampoco es posible que crean en un Creador ya que para ellos no hay creación, es decir, para la corriente dominante del Budismo Tibetano, nada existe, nada es. El Budismo Tibetano es nadismo.

El Budismo Tibetano tiene un enorme panteón de dioses y demonios. Mas, ¿cómo se compatibiliza este panteón de dioses con su ateísmo? El tema es así: para los budistas, los dioses son dioses por una temporada, luego de lo cual devienen animales, hombres, demonios u otro tipo de ser. De fondo, está el absurdo mito de la reencarnación.

Hay budistas, especialmente en el pueblo llano, que no quieren ni oír hablar de Jesús ya que lo consideran incompatible con el set de mitologías y supersticiones budistas. Pero, hoy en día, en principio, el Budismo considera a Jesús como un Buda más, como un gurú más, como un iluminado más ya que el Budismo considera que hay diversas encarnaciones de Buda para mostrarnos el camino de la iluminación.

Antropología Budista

Como enseña Santo Tomás de Aquino, nuestra alma tiene dos potencias: la inteligencia y la voluntad. El objeto de la inteligencia es la verdad, esto es, la inteligencia fue hecha por Dios para que conozcamos la verdad y reflexionemos sobre ella y, sobre todo, para que contemplemos la Verdad Suma, que es Dios. El objeto de la voluntad es el bien, esto es, la voluntad fue hecha por Dios para que amemos el bien y alcancemos el Bien Sumo, que es Dios.

Para el Budismo Tibetano, por el contrario, la inteligencia no puede conocer la Verdad ya que nada existe. Así es. El Budismo Tibetano cree que nada existe, que nada es, que todo es una ilusión, que todo es nada. Ergo, no hay nada que conocer. El Budismo Tibetano distingue dos tipos de ciencia: la ciencia aparente y la ciencia última. La ciencia última es considerada como la ciencia verdadera y sólo se obtiene por medio de la iluminación, que se conquista luego de muchos años de horribles mortificaciones y penosas meditaciones y, a menudo, gimnasia yoguística. Ahora bien, ¿en qué consiste esa famosa “iluminación” o ciencia última? En darte cuenta que “nada existe”.

Mas, ¿cuál es la posición del Budismo Tibetano respecto de la voluntad? El Budismo considera que todo deseo es malo per se, que todo deseo es egoísta y que no debemos tratar querer ser felices. En lo que toca a la educación de la voluntad, el objetivo, entonces, del budista (y del yogui) no es sino el de erradicar todo deseo, incluso el deseo de felicidad. ¿Y si uno tiene deseo de ayudar al prójimo doliente? También hay que extirpar ese deseo.

En suma, si se considera la concepción budista-tibetana sobre las dos potencias del alma (inteligencia y voluntad), debemos concluir que el Budismo Tibetano equivale, sin más, a la máxima negación del hombre, a la aniquilación total de todo lo humano y, por tanto, a la muerte del hombre. En efecto, si no podemos conocer nada (porque nada es) y no debemos desear nada (porque todo deseo es egoísta), entonces lo mejor que podríamos hacer en nuestra vida (si fuese posible) sería extirparnos la inteligencia y la voluntad. Por eso, en línea de principio, un budista tibetano coherente debería considerar mucho más dichoso a los minerales que al hombre ya que las rocas no caen en ilusiones ni egoísmos. He aquí el culmen de la sabiduría orientalista, que tantos hombres modernos compran sin darse cuenta que se trata de un verso absurdo.

Como dijimos, para el budismo, no hay que desear nada de nada, pero habría una excepción y es la del gurú iluminado. En efecto, si uno llega a un elevado grado de iluminación, esto es, a la perfección, entonces, uno alcanza la “intención pura”. Cuando esto sucede, entonces uno puede querer cualquier cosa y no va a haber problema ni egoísmo alguno. Por eso, la mitología budista -presente en Bhutan, Tibet y Sikkim- no tiene problema alguno en afirmar que el Gurú Rimpoche (o 2do Buda) tuvo dos consortes y que una de ellas una vez se convirtió en tigre (o tigresa) y él la montó volando hasta una cueva (“Tiger Nest”), que hoy es considerada el lugar más sagrado (¡!) del Reino de Bhutan. De todos modos el cuento del Gurú Rimpoche y la tigresa es poesía agradable al lado de lo que nos decía un monje en la meseta tibetana: “si lo haces con intención pura, no hay problema moral alguno en matar a un niño inocente, adorar lo que se sabe que no es Dios o cualquier otra cosa por el estilo”.

La voluntad fue hecha para amar y por eso se plenifica por medio de la virtud teologal de la caridad (que los modernistas deformaron transformándola en ese engendro llamado “solidaridad”). Los budistas deforman la caridad y cultivan la “compasión”, que consiste en no hacerle mal a ningún ser sentiente, lo cual, en estricta coherencia, los obligaría a caminar con cuidado para no pisar ningún insecto, cosa que hacen los jainistas, que, podemos decir, son como “primos” de los budistas. Esta compasión es tan intensa que si hay algo que brilla por su ausencia en el Himalaya son las obras de caridad (colegios, orfanatos, hospitales, …) hechas por monjes (o laicos) budistas. Y ésto que decimos, lo decimos desde la experiencia. Baste como prueba el hecho de que desde que re-fundamos la escuelita en la misión, jamás encontramos ni un voluntario budista. Ni siquiera un solo. Jamás un monje se acercó a hacernos un donativo. Todos los voluntarios que nos ayudan son extranjeros que hacen un enorme sacrificio para cruzar el mundo con tal de ayudar a los niños. Hablando con un amigo budista de la zona, en medio del Himalaya, él me decía: “es imposible encontrar voluntarios budistas”, y se reía, casi a carcajadas, cuando yo le hablaba de reclutar voluntarios.

Contemos otra historia: un día un borracho cayó desmayado en la puerta de mi casita. En esa zona del Himalaya, nadie se va a acercar a ayudar al borracho. Y si se muere, es problema de él o, más bien, castigo de su karma. Fuimos nosotros quienes tuvimos que levantar al borracho para que no se muera de frío. Debimos soportarlo muchas horas gritando y orinándonos la casa. Al otro día, estaba todo el mundo admirado porque habíamos hecho lo elemental. En suma, la compasión budista es un palabrerío. No tiene ninguna relación con la caridad.

La caridad cristiana lleva a abrazar la cruz y llevar el dolor con paciencia e, incluso, con alegría, como se ve en la vida de los Santos. Pero, el budismo odia el dolor y para evitar el dolor, buscan evitar todo deseo, hasta el deseo de felicidad.

 

Religiosidad budista

Digamos dos palabras sobre la religiosidad budista. La religiosidad budista popular, esto es, la experiencia y práctica religiosa del laico budista medio, según lo que vemos con nuestros propios ojos al vivir con ellos en el Himalaya, se puede resumir en esto: ser pasivos participantes de ceremonias monásticas, sin tener ni el más mínimo conocimiento de su religión. Ni el más mínimo. En efecto, cuando le preguntamos a los budistas laicos tal o cual cosa elementalísima sobre el budismo, no nos saben decir. Lo único que atinan a decirnos es: “pregúntale al lama (monje)”. Y cuando le preguntas a los lamas, no pueden responder prácticamente nada, pero eso es otro tema.

Las ceremonias populares en las que participan los laicos son de dos tipos: en su casa o en el monasterio. Cuando la ceremonia es doméstica suele deberse a que algún familiar está enfermo. En tal caso, un grupo de 3 ó 4 monjes, decentemente pagos por los familiares, emplean horas haciendo larguísimos rituales, mientras comen y toman lo que se les casa cocine. Los familiares se la suelen pasar cocinando durante los rituales. Lo esencial de estos rituales consiste en que el monje descubra cuál es el demonio que está causando la enfermedad y, acto seguido, aplacar a ese demonio ofreciéndole sacrificios latreúticos. Es decir, se trata de satanismo, aunque más no sea por “compasión”. Mas, satanismo bien pago. Un vecino budista me contaba que la mayor parte del magro ingreso de los campesinos budistas se consume en rituales monásticos.

La religiosidad budista de los monjes promedio consiste en ofrecer servicios rituales pagos a domicilio y en el monasterio. Es preciso aclarar que no es fácil para los laicos renunciar a los rituales monacales, por más plata que cuesten, ya que la mitología tibetana, inculcada por los monjes, amenaza con terribles castigos demoníacos, en esta vida, a quienes no pidan los rituales o desobedezcan los reglamentos monásticos. El Budismo Tibetano inventó un número incontable de reglas, nacidas de la superstición y del demonismo, que complican al extremo la vida de las personas. Estas reglas llegan a detalles de la vida cotidiana, como ser “no podes tener tu casa debajo de este árbol”, “hoy no podes casarte ya que es día malo” y ese tipo de cosas. Cuando un bebé nace, el monje calculará el horóscopo y luego, a menudo, advertirá a los padres que si no hacen tales y tales rituales (llamando a los monjes y pagándoles) durante tantos años, el niño sufrirá tal o cual tragedia (enfermedades, accidentes, muerte súbita, …).

(continuará…)

Padre Federico Highton, S.E.

Misionero en el Himalaya

La Santísima Trinidad y la misión

ST

Las Misiones Católicas tienen “un carácter esencialmente trinitario” (cf. CM 1). En efecto, si bien todas las obras trinitarias “ad extra” son obras de las Tres Divinas Personas, hay obras que los téologos las atribuyen a alguna Persona determinada. Por tanto, como se enseña en el documento Cooperatio Misionalis, el Espíritu Santo congrega a la Iglesia en toda la tierra, la ilumina y le da fuerza para anunciar a Cristo y al Padre –revelado por Cristo (cf. CM 1)[1].

Dios Padre y la Misión

¿De dónde nace el designio misionero? El designio misionero, como enseña el Concilio Vaticano II° (cf. AG 2), dimana de Dios Padre, dimana de Su “amor fontal” o caridad paternal. En efecto, la Iglesia toma su origen de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo, la cual tiene lugar según el designio de Dios Padre (cf. AG 2)[2].

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