7.01.20

Sobre la próxima venida del Señor

segunda venida de cristo

Como todavía estamos en Adviento (nos quedan aún unas horas), publicamos este ensayo esjatológico escrito por un sacerdote amigo, que es doctor en filosofía.

Por razones prudenciales, en este ensayo, él hace uso del legítimo recurso de la pseudonimia, que alguna vez fue usado hasta por Castellani.

Que publiquemos este texto no significa que lo aprobemos (o desaprobemos) parcial o totalmente, pero creemos que es un texto muy sugerente que enseña rudimentos de esjatología, aporta observaciones muy inteligentes y ante todo nos deja pensando… Y hasta meditando.

En lo personal, habría preferido que desarrolle la posibilidad de una restauración de la Cristiandad antes de la manifestación del Anticristo ya que nosotros, siguiendo al p. Meinvielle, pensamos que, por un milagro de Dios y el heroísmo de unos pocos, eso se dará. Creemos que será el “respiro” del que habla el Evangelio.

Sin más proemios, ofrecemos esta contribución a la sinodalidad recordando que “hay mirar los sínodos de los tiempos".

¡Feliz y Santa Navidad!

Padre Federico

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3.12.19

San Francisco Javier: ¿Por qué desde hace 4 siglos no hubo otro tan grande?

El fracaso aparente de Javier y su abandono final apenas tienen precedente en la Historia de la Iglesia[1] . Conquistas espirituales nunca vistas, planes, ambiciones, sueños divinos. Poco a poco Dios se lo fue quitando todo; le despojó como despojaron a Jesucristo al subir al Calvario; le dejó solo con un chino en una isla pequeña perdida en el mar infinito. Cuando le tiene acorralado y sin salida, le quita la salud. Cae enfermo, y como no tiene casa propia donde reclinar su cabeza, le dan de limosna una choza de paja batida por el viento frigidísimo de diciembre que se acercaba. No hay cama ni médico ni sacerdote. Nadie en el mundo sabe que el P. Francisco está enfermo. Lo que pasó entre Javier y Dios lo vieron las ángeles que le circundaban admirados.

Javier murió solo, sin Sacramentos, lejos de Navarra y del P. Ignacio a quien escribía de rodillas. Luego de expirar en aquella soledad, le metieron en una caja con cuatro sacos de cal viva. Cavaron una hoya muy honda y Antonio le enterró con la ayuda de un portugués, un chino y dos esclavos. Total cinco personas. Escribe Antonio que no asistieron más al entierro porque hacía mucho frío. No llegaron a media docena los que asistieron al entierro.

Pudo parecer que todo había terminado allí. Los que han sido testigos de las procesiones y fiestas solemnísimas que ha suscitado en el mundo el paso triunfal del brazo de San Francisco Javier, podrán entender mejor cómo aquel funeral de Sanchón medio a escondidas fue luego seguido por manifestaciones de primera magnitud en los tiempos modernos. Dios, si vale la frase, disfruta en guasearse del mundo mostrando con una ironía manifiesta lo que le agrada y lo que le desagrada. Le desagradan el egoísmo, la soberbia y el apegamiento a lo terreno en cualquier forma que sea. Le agradan la caridad, la humildad y el desasimiento de todo lo terreno por amor a Él. El P. Francisco mató y enterró el «yo» maldito que todos llevamos en las carnes y vigiló cauteloso para que no resucitara. Se entregó a Dios no negándole nada que le pidiese; y mientras más le pedía Dios, más le daba a Dios Javier. Entonces Dios, para no dejarse vencer en generosidad, le dio primero un trono de gloria en el cielo al lado de los Apóstoles, y en la tierra triunfos apoteósicos en que no soñaba ciertamente Javier cuando salió calenturiento de la nave para la choza de paja llevando de limosna debajo del brazo unas almendras y unos calzones de paño. Somos muchos los que venimos a misiones como Javier; pero en 400 años no hemos visto quien le iguale; o por lo menos Dios no nos ha querido manifestar a ninguno. Tal vez no hemos sabido matar y enterrar hasta que se pudra este «yo» traidor que se quiere apropiar la gloria que es debida a solo Dios.

Padre Segundo Llorente


[1] Por el Padre Llorente. El título es nuestro.

29.11.19

Darle o darte el gusto

El eje de la existencia del hombre moderno no es sino el darse el gusto a sí mismo. 

Toda la propaganda, en efecto, apunta a esto y sólo a esto: a que uno se dé el gusto, a que uno se dé todos los gustos, los cuales tienden a ser elevados al rango de derechos humanos inalienables, aunque esos gustos sean repugnantes, perversos o simplemente sádicos. Esta concepción de la existencia implicará, a su vez, el más furioso relativismo, que no será sólo moral, sino también metafísico, político, religioso y estético, todo lo cual significa que todo puede no ser lo que parece y que ninguna apariencia podrá anular o refutar a otra ni siquiera cuando más que una apariencia, sea una evidencia. Esta es la modernidad, la cual no es un descubrimiento de la inteligencia, sino una decisión de la voluntad, incondicionalmente encaprichada.

Refutar a la modernidad parece una gesta imposible ya que la modernidad no es un hallazgo del genio, sino una decisión, que, salvo en casos de gran cortedad mental, es tomada a plena luz del día. Salvando las distancias, bajo cierto respecto, pretender refutar a la modernidad es como pretender refutar al demonio cuando se eligió a sí mismo antes que a Dios. Satanás no tuvo ningún argumento, su decisión no fue fruto de ningún silogismo, su elección no provino de ningún principio teorético, sino que fue un acto de la voluntad sólo fundado en su propio querer, es decir, en su propio yo que decidió vomitar para siempre el tétrico, estúpido y vil clamor que compendia y cualifica su existencia: “non serviam”.

Ante el cataclismo de la modernidad, que corre para consumar la apostasía universal, delirando en el sesentayochesco elixir de la pueril interdicción de prohibir, Dios suscitó a una mística maravillosa que, con una genial sencillez evángelica, de algún modo, nos invita a olvidar los catálogos de deberes de estado y la innegable terribilidad de la esjatología, enterrando con una sola palada a la melancólica madrastra de la devotio moderna, y fijar nuestra alma en Dios, que tanto me ama que se arrojó desde el Cielo para, encárnandose, caer a este lacrimoso valle y gritar, con un clamor divinamente irretractable, que Su amor por mí no tiene ni quiere tener límite alguno, llegando al extremo de padecerlo todo y dar Su misma vida para que no me quede ni la menor cartesiana duda de que la medida de Su amor por mí es la de amarme sin medida. Fijada el alma en Dios-por-ella-crucificado, Santa Maravillas, con la más exquisita cortesía, nos invita a darle el gusto a Jesús, de modo tal que la lucha contra las tentaciones, la adquisición de las virtudes y aún el buscar evitar el infierno y entrar al Cielo se ordenen a, y se funden en, el deseo de darle el gusto a Jesús, que dejó el mismo Paraíso para reventar de amor por mí. 

Santa Maravillas

Este sublime ideal implica una maravillosísima paradoja: Dios nos creó para que seamos felices, pero el alma vive para hacer feliz a Dios. Parece una pulseada de amor (y lo es), una carrera por la playa entre dos amantes que corren para ver quien llega primero a prepararle un banquete al otro… Es una paradoja estupenda como aquella otra que asegura que el único modo de vivir es el de morir a uno mismo. 

Vivir para darle el gusto a Jesús parece muy fácil cuando el alma se da cuenta de la pequeñez del creado, lo cual es registrado por la Santa con una simpática y sencillísima exclamación: “¡Qué tontería es todo lo que no es Él!” (C 1892). La misma idea la expresó sub specie aeternitatis, de un modo análogo a la fórmula teresiana que describía esta vida como “una mala noche en una mala posada”, diciendo así: “¿Qué es todo, qué importa todo, estos cuatro días de vida, visto a la luz de la verdad?” (C 2513). En la misma línea, compadeciéndose de las almas mundanales, escribía: “Qué tormento es ver la nada de todo lo que no es Dios y, por otro, lado, tantas multitudes que ciegamente se van tras ello” (C 393).

Este vivir para darle el gusto a Jesús nace de ver Su amor por mí. Así lo escribía esta mística española: “viéndole con nosotros tan bueno, tan lleno de amor, tan pendiente del nuestro, ¿quién no vivirá sólo para Él y le amará con locura?” (C 2681).

Así, esta Santa que combatiendo los post-conciliares molinos de la renovación eclesiástica, logró quijotescamente restaurar la restauración teresiana, se dió el gusto de legarnos estas perlas inspiradas en los aspérrimos claustros del sacro Monte Carmelo:

“Nada nos puede quitar el vivir con Él, amándole y procurando agradarle y consolarle” (C 5124).

“Sí, ámenle mucho, así con obras, sin mirar para nada nuestro consuelo” (C 904).

“Contento Él, ¿qué más podemos desear? Verá cómo Él la ayuda; procure estar muy unida a Él, haciéndolo todo sólo para agradarle, y verá que bien le va” (C 842).

“(…) Procurando en todo darse cuenta de que hace lo que cree que le será más agradable [al Señor]” (C 2721).

“El propósito que para mí lo encierra todo, cumplido de veras, es vivir en la presencia de Dios “vivo, muy amante y muy amado”, y a éste va unido el de agradarle en todo momento” (B4).

“Me consuela saber que hay almas que de veras le aman, en las que Él puede tener sus complacencias, ¡y a éstas les tengo yo un amor y un agradecimiento” (C 391).

“¡Cómo deseo olvidarme de este miserable yo, olvidarme de veras y vivir para lo único que me interesa, la gloria, el consuelo del Señor!” (C 196).

“Que hagamos siempre cuanto sea del agrado de nuestro Cristo bendito, que sólo tenemos esta vida para ello” (C 1848).

“Lo único que hago es, multitud de veces al día, decir al Señor que sólo quiero vivir para amarle y agradarle, que quiero todo cuanto Él quiera y cómo Él quiera (…)” (C 80).

Alguien podría pensar que este afán maravilloso de vivir dándole el gusto a Jesús olvidándose del gusto propio, tornará al alma infeliz. Pero, este temor es del todo vano ya que la realidad es que quien vive para hacerlo gozar a Jesús, acaba por gozar del mismo gozo del que goza Jesús. La Santa lo dice así: “Olvidemos nuestras tristezas y alegrías para vivir únicamente en Jesús, para gozar con su gozo, ser felices porque lo es Él, y no puede menos de ser feliz quien con Él vive” (B 1383). Más aún, ese vivir para darle el gusto a Jesús, más que como la vara de Midas -que todo lo que tocaba lo convertía en oro- es una vara divina que todo lo que toca lo endulza. En efecto, como dice nuestra Santa, “queriéndolo Él y pensando que se le da gusto, todo lo amargo se vuelve dulce y lo desabrido sabroso” (C 3121). Santa Maravillas experimentó esta vara divina y por eso llegó a exclamar lo siguiente: “¡Qué felices somos, queriendo tan de verdad lo que Él quiere y no ocupándonos más que de amarle y de decirle a todo que sí!” (C 1648). Y esto otro: “¡Qué buenísimo es y cómo, en cuanto el alma pone un poquitín de su parte, lo hace Él todo” (C 1535). Es más, este ideal encarnado de darle en todo el gusto a Jesús, llevó a la Santa a describir la fórmula de la vida feliz y así escribió: “procure no querer ni desear más amor que el [S]uyo, y verá qué bien le va siempre. Todo lo que no es Dios es nada en absoluto, y déjele que Él la lleve por donde Él quiera, sin tristezas ni preocupaciones” (C 5034).

En suma, mientras el hombre moderno se empeña en darse el gusto y, al fin de cuentas se hunde en el vacío, se ahoga en el abismo de su egoísmo y nada lo hace feliz, Santa Maravillas nos propone el olvido de uno mismo para vivir dándole el gusto a Dios, lo cual, al final, eleva al alma al Cielo, la inunda en el abismo del amor de Dios y la hace feliz aquí y en la Eternidad.

Que la Virgen nos alcance la gracia de darle en todo el gusto a Dios.

 

Christus imperat!

22.11.19

Del banquero pródigo

del banquero pródigo

Viajando hacia el Himalaya tuve una escala obligada en Indochina, donde debía estar muchas horas. Para convertir la espera en misión, llamé a un hombre pagano que vivía cerca del aeropuerto. Era un banquero rico que maneja vehículos de lujo. Había hablado una vez con él (con ocasión de que «casualmente» me lo había cruzado dos veces en pocos minutos) y esta fue la segunda vez que lo ví en mi vida.

Pensé que no me iba a responder, pero aceptó con agrado mi propuesta y me pasó a buscar por el aeropuerto con su magnífico auto.

Me preguntó cuánto tiempo me quedaba y le dije que sólo iba a estar unas horas. Entonces, se lamentó ya que, me dijo, no íbamos a tener tiempo para «visitar a las prostitutas»…

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19.11.19

Ni la evangelización está hecha, ni todo es evangelización.

 

 Por Pablo López López

Filósofo cristiano y evangelizador itinerante

jesus buen pastor

En fechas recientes he participado en un congreso misionero y en un congreso de evangelización. Sin valorar el conjunto o lo peculiar de cada evento, sí conviene salir al paso de dos perniciosas confusiones difundidas en tales congresos y, desde hace tiempo, en otros muchos ámbitos de la actual vida eclesial. Atrapados en ellas, seguiremos en el marasmo evangelizador, en la crisis de identidad católica, y en la anemia de lectura y predicación bíblicas. Superándolas, lograremos lo más importante: clarificar qué es la evangelización para así, con plena conciencia, evangelizar más y mejor.

En el primer congreso un obispo emérito citó ampliamente como buen ejemplo a un supuesto misionero que se atrevía a declarar que él no se dedicaba a llevar el Evangelio, pues el Evangelio ya estaba doquier él fuera. Contradiciendo la esencia de la evangelización y buscándose coartada, el citado “misionero” abusaba de la bella afirmación de “Gaudium et spes” (22) de que “el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”. Por supuesto que la Encarnación une a Dios con la entera humanidad. Pero también es elemental que la mera Encarnación no consuma la redención. ¿O vamos a despreciar toda la predicación, la Pasión, la Cruz y la gloriosa Resurrección de Cristo, así como el necesario anuncio cristiano y la libre aceptación de la fe en tales misterios pascuales?. Es muy tergiversador difundir que la evangelización ya quedara cumplida por la simple Encarnación y que el Evangelio ya esté presente antes de su anuncio y aceptación. Ni Dios es anónimo, ni lo es Cristo, ni existe el “cristiano anónimo”.

evangelizar en la calle

Tampoco cabe retroceder al ingenuo primitivismo del “buen salvaje”, negando el pecado original. Es muy tergiversador y acomodado suponer que, de modo automático y sin libertad responsable, todo el mundo ya esté salvado, al margen o hasta en contra del Evangelio. Por ello, debemos implorar cada día la gracia de vivir de modo netamente evangelizador, con la gracia de testimoniar explícita y perseverantemente la salvación en el único y verdadero Dios encarnado y salvador: Jesucristo. Él se nos ha anunciado para que le anunciemos. Él es la Palabra única de Dios, y quien hace efectivo el Reino, iniciado en la Tierra y pleno en el Cielo. La redención no es un automatismo al margen de la libertad. La redención es la gran liberación, ya iniciada y que se extiende a la eternidad.

En el segundo congreso, que como el primero congregó a mucha gente piadosa y a pocos evangelizadores, ejercitamos la paciencia escuchando un sinfín de lugares comunes y pías generalidades consabidas. En las plenarias apenas se concretó sobre el tiempo presente y las vías nítidas de testimonio kerigmático y conversión profunda. No se tuvo en cuenta a los diversos destinatarios. Incluso tuvimos que soportar la mofa sobre la predicación, menospreciada como “rollo”. Y se mofaba de la predicación quien desde su experiencia monástica nos predicaba. Creo que, si se le preguntara directamente, esta persona manifestaría respeto por la predicación evangelizadora. Entonces, ¿por qué esta imprudentísima minusvaloración del anuncio explícito al no cristiano?. Como la inmensa mayoría, esta distinguida persona no se distingue por su experiencia de evangelización al no cristiano, dedicándose sobre todo a hablar a católicos más o menos convencidos. ¿A quiénes debería invitarse a hablar de evangelización, sino a quienes realmente y de modo continuo la practican?

En todo caso, la gran excusa de unos y otros es que “todo es evangelización”. Y suelen destacar como ejemplo un genérico buen comportamiento y la sonrisa adjunta, que sería suficiente o lo más importante. Pero también muchos ateos y miembros de otras religiones sonríen, se comportan bastante bien y hasta son ejemplares en varios aspectos. El testimonio de una vida noble es preliminar y atractivo. Pero no podemos diluir en una mera conducta moralizante el específico, valiente, explícito y claro testimonio evangelizador. Hay muchas honrosas labores apostólicas. Pero sólo es evangelización el anuncio claro y directo del Evangelio o Buena Nueva a quien no la conoce o rechaza. La gran mayoría de los cristianos habla de evangelización y reconoce su importancia, pero poco o nada evangeliza. Una misión evangelizadora no se reduce a una ayuda material o temporal, ni a una serie de reuniones de católicos con católicos. Hay varias formas de evangelizar, pero la originaria y necesaria es la clara, directa y personalizada de Jesucristo y los apóstoles. Evangelizar tuvo su sentido no sólo en época apostólica, sino siempre, porque pertenece a la identidad permanente y dinamizadora del ser cristiano. No todo es evangelización en la Iglesia, pero sin evangelización desaparece la Iglesia.evangelizacion directa

Se distinguen también el apostolado evangelizador y el apostolado pastoral. La pastoral es el cuidado que los pastores o clérigos tienen hacia la grey de fieles encomendada. Pero no pueden pastorear a quien no es su fiel y no quiere serlo. Primero, éste ha de ser libre y amorosamente evangelizado. Sin anuncio o predicación iniciática del Evangelio, no hay evangelización, y nadie se convierte a la Vida (cf. Rom 10,14).

Lo dice la propia palabra “evangelio”: buena noticia. Evangelizar es proponer la buena novedad de Cristo a aquellos para quienes puede ser noticia, buena noticia, dado que no la conozcan o no la hayan aceptado antes. No basta con orar para que se anuncie o apoyar indirectamente el anuncio. ¿Acaso basta con orar para que acabe el hambre, sin dar de comer al hambriento?. Hay que practicar constantemente el vital anuncio de salvación eterna. Todos los cristianos, en tanto somos cristianos, hemos de anunciar la buena e incomparable noticia de Cristo a todos los que lo necesitan, empezando por los más alejados.

La evangelización no se reduce a un primer anuncio. Requiere un cierto acompañamiento. Pero tal anuncio y el acompañamiento inicial de discipulado no pueden dilatarse indefinidamente, como si fueran siempre evangelización. En esta vida terrena nunca podremos dejar de purificar nuestra conversión a Cristo y de santificarnos. Pero el anuncio evangelizador recibido no es indefinido: llega un punto en que aceptamos o bien rechazamos el núcleo del Evangelio. Si lo aceptamos, ya estamos evangelizados. Desde entonces hay que madurar evangélicamente como hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Quienes acompañan, enseñan o pastorean a los ya evangelizados, no los evangelizan, aunque realicen tales labores apostólicas o similares.procesion

Por importantes y meritorios que sean, no confundamos los preparativos y apoyos materiales o espirituales de la evangelización con la evangelización en sí. Para hacer algo, no basta con orar por ello o prepararlo. Hay que hacerlo. La evangelización sin oración es imposible, y la oración sin evangelización es estéril. Triste es la escasa o nula oración de algunos, pero penoso es que algunos oren tanto sin dar frutos de evangelización. Nadie está obligado a dar frutos inmediatos evangelizando, pero nuestra oración se muestra auténtica dando el fruto de lanzarnos a evangelizar. Oramos para adorar a Dios y atraer a otros a tal oración de adoración. Ser cristiano es vivir el Evangelio y anunciarlo. Si no lo vivimos, ¿qué vamos a anunciar?. Si no lo anunciamos, ¿qué Evangelio vivimos?.

El protagonista de la evangelización es Dios en su Espíritu Santo, a quien ha de abrirse el evangelizando. Pero resulta imprescindible la modesta aportación anunciadora del evangelizador, no mediando un milagro teofánico. Dios nos salva personal, histórica y comunitariamente, a través del anuncio y de la acogida eclesiales. Iniciarse en vivir el Evangelio incoa su anuncio, lo prepara. Pero si, con la pasión que dona el Santo Espíritu, no se realiza el anuncio, la misma vivencia del Evangelio se desvirtúa. La comunidad de bautizados que se cierra a evangelizar, se cierra al Espíritu Santo. Termina descristianizada.pentecostes

Unos ya proclaman que no hay que evangelizar, huyendo de su turbia noción de “proselitismo” o pretextando que la gente no lo necesita. Simplemente, oficializan o dan coartada a la práctica de no evangelizar. Otros, igualmente no evangelizan, pero no se atreven a declararlo, maquillando sus conciencias con la ficción de que con cualquiera de sus apostolados ya evangelizan. ¡No nos engañemos entre unos y otros!. Conozcamos el diagnóstico de nuestra decadencia social y eclesial. Si la Iglesia se enfría, el resto de la sociedad se congela. La sociedad se descristianiza a marchas forzadas, principalmente porque en general la comunidad eclesial, salvo excepciones muy minoritarias, hace tiempo que dejó de evangelizar, de transmitir la vida teologal. Los mismos cristianos cada vez nos hacemos una imagen más sesgada y acomodada de lo que Cristo es y quiere de nosotros. Las sociedades se descristianizan, porque los cristianos no las cristianizamos. No les infundimos la humanidad y la divinidad de Cristo, conquistándolas con el amor y la verdad de Dios encarnado y resucitado. Y no las cristianizamos, porque muchos cristianos, clero incluido, nos descristianizamos. Si dejamos que el mundo nos descristianice, no cristianizaremos el mundo.evangelizacion

Es un auténtico suicidio eclesial o eclesicidio la amnesia o la minusvaloración del alma espiritual, de la eternidad a la que Dios nos invita por Jesucristo y su Iglesia, y de la necesaria colaboración militante de todos los cristianos con la divina gracia. Semejantes olvidos dañan más a la Iglesia que la peor de las persecuciones. La Iglesia necesita levantar los brazos pentecostalmente, nutrida de la contemplación diaria, personal y comunitaria de la Sagrada Escritura y del resto de la Tradición revelada. Los cristianos necesitamos una revitalización teológica que abra nuestros ojos a nuestra propia identidad, irreductible a la repetición de ciertos actos de piedad, ni diluible en la mundanidad de moda.

Si no clarificamos bien nuestra identidad trino-encarnacional y de máximo humanismo, nada tenemos que ofrecer o anunciar, quedando hueca en nuestros labios la palabra “evangelización”.

¿Qué hicieron Cristo, los apóstoles y los grandes santos?. ¿Se conformaron con orar o dar un buen ejemplo mudo, esperando sólo que alguien les preguntara?. Predicaron con la vida y con la palabra, “a tiempo y a destiempo” (2Tim 4,2), proclamando el Reino de Dios y la necesidad de conversión para la salvación eterna (cf. Mc 1,15). Quien no crea de verdad en Cristo, dé un paso al lado, y deje de engañarse y de engañar, aunque sea su medio de vida. El Evangelio no es un medio de vida, sino un modo de vida: el único que lleva libremente a la vida eterna y que todos los cristianos debemos ofrecer claramente desde la oración y dóciles al Espíritu Santo.jesus predicando

Sobre todo los obispos, como dignos sucesores de los apóstoles y saliendo de su confort intraconfesional, deben priorizar en sus actividades el anuncio explícito del Evangelio a quien no lo conoce o malconoce (cf. Hch 6, 2-4). Es una misión indelegable en la que deben dar máximo ejemplo.

El ministerio de la palabra no puede limitarse ni privilegiar a quienes ya han oído la misma predicación innumerables veces. Tiene prioridad la oveja perdida o quien ni siquiera ha sido oveja del santo redil (cf. Lc 15,4-7). ¿No han de ser primeros los últimos? (cf. Mt 19,30 y 20,16). La opción preferencial por los pobres no tiene un sesgo de mera pobreza material. Los pastores lo son por su ordenación ministerial y su dedicación a la guía espiritual y comunitaria de almas. Pero evangelizan, como los demás cristianos, porque son cristianos, porque están bautizados y aman a Cristo. Los laicos no somos meros agregados a la pastoral, “referentes pastorales” o “agentes de pastoral”. Nuestra vocación no es la de pastor. Somos apóstoles de una Iglesia apostólica y, sin las responsabilidades propias de los pastores, podemos dedicarnos más de lleno a la evangelización. Ahora bien, todos los cristianos, en cuanto amados y amadores de Cristo, no podemos tener mayor pasión que la de compartir clara y prioritariamente tal amor con los que aún no saben del divino amor de la vida eterna.

 biblia

Pablo López López

Filósofo cristiano y evangelizador itinerante.