San Pablo, Apóstol Parresíaco

Por el Padre Lic. Federico Highton, S.E.

 

 

En estas breves líneas, ayudándonos del libro de Josef Holzner “San Pablo. Heraldo de Cristo” (Herder, Barcelona 1967), nos referiremos a un tema apasionante: la parresía en San Pablo, el Apóstol por excelencia.

I.- Contexto eclesial parresíaco

San Pablo fue un modelo insigne de parresía y, más específicamente, de parresía apostólica. La parresía, dicho llanamente, es el coraje heroico para decir la Verdad, proclamándola con la disposición a perderlo todo -incluso, la vida corporal- con tal de decir lo que Dios pide decir o, mejor dicho, lo que Dios inspira decir. Es una virtud esencial para aquel que sea llamado a la vida apostólica ya que, como bien dice Holzner, “La muerte de mártir o por lo menos la perspectiva de ella pertenece, según la Sagrada Escritura, al estatuto normal de la vida del apóstol[1].

Como decíamos, San Pablo fue un dechado de parresía excepcional, pero, hay que aclarar que, si bien él fue el más excelso entre los apóstoles, él vivió en lo que podemos llamar, un contexto de parresía.

No nos referimos al contexto civil, sino al contexto eclesial de entonces, que no estaba inclinado hacia los migrantes, el agujero de ozono o la indulgencia para con la sodomía, sino que, por el contrario, era un contexto inclinado a la gloria de Dios y la salud de las almas. Era un contexto heroico, es más, era un contexto épico ya que esa Iglesia no era sino la emblemática Iglesia Primitiva, desbordante en generosidad martirial. Es la Iglesia que, sin pestañear, donó millones de mártires a Cristo Rey, soportando las persecuciones de diez emperadores romanos pervertidos. Es la Iglesia que luchó a brazo partido contra la Sinagoga, predicándole y cargando sobre ella la más terrible de las responsabilidades: la responsabilidad del deicidio. Es la Iglesia que propagó el Evangelio a confines tan lejanos que los Santos Padres creyeron que la Buena Nueva había sido predicada a todo el orbe. En ese contexto eclesial de parresía, que fue un contexto tan excepcional como irrepetible, la parresía de San Pablo se destacó con un brillo singular, siendo tan singular que el San Marcos, “el más fiel discípulo de Pedro”[2], no pudo perseverar en la misión de Pablo ya que “el arrojado ímpetu de una naturaleza de adalid como la de Pablo era demasiado fuerte para él”[3].

En los tiempos apostólicos, había una multitud de católicos que, “movidos e inflamados interiormente del espíritu y del amor a Cristo, llevaban en sí un impulso de comunicar a los otros, a quienes todavía esto faltaba, lo que a ellos mismos los hacía ricos y felices”[4].

Era, como decíamos, un contexto eclesial de parresía, y por eso no sorprende que “la relación entusiasta de Bernabé a la iglesia madre de Jerusalén atrajo pronto a Antioquía numerosos maestros ambulantes cristianos, llamados ‘profetas’”[5] ni tampoco sorprenden, como dice Holzner, “los sencillos santos de Jerusalén que ‘no tenían un ápice de prudencia respecto de lo por venir” (94). Los tiempos apostólicos eran tiempos parresíacos y por eso la Sagrada Escritura “con pocas palabras pasa por encima de la muerte de Santiago, prueba de como la Iglesia, entonces, se había familiarizado ya con la idea martirio de Cristo”[6].

Como hermosamente dice Holzner, “Los Hechos de los Apóstoles son una epopeya heroica. Describen con preferencia los días de grandes luchas e indican sólo brevemente los idilios que hay en medio. Quieren mostrar como los primeros felices éxitos apostólicos hay que agradecerlos en todas partes a los padecimientos, como siempre el nuevo país ha de empaparse de sudor y sangre apostólicos. En aquellos tiempos había pedradas como saludos de bienvenida, barracas de madera en vez de hermosas y cómodas casas parroquiales”[7].

En la misma línea de lo dicho, “hay que admirar la osadía de la pequeña iglesia de Antioquía, la cual, apenas fundada, piensa ya ahora en planes de conquista universal y ofrenda para ello sus mejores fuerzas, las lumbreras del grupo de sus predicadores. Sin duda pudieron haberse divulgado estas voces: ¿Por qué enviar precisamente los mejores de nosotros a la misión? Mas el Espíritu Santo no es amador de tales prudentes cálculos de conveniencia”[8].

A su vez, es preciso señalar, puesto que nobleza obliga, que había algo en el mundo pagano de la época paulina que predisponía a la parresía cristiana. Nos referimos a la parresía griega, a la que Holzner hace una tácita referencia con estas palabras: “los estoicos y los cínicos veían una señal de parentesco divino, del genuino sacerdocio, en la voluntaria pobreza e indigencia, en la independencia y libertad con respecto de las cosas y los hombres, la cual con frecuencia degeneraba en grosería”[9]. La gracia sobrenatural, aclaremos, no destruye la parresía humana sino que la ordena y eleva ya que “nada valioso se pierde bajo la mano de Dios”[10].

II.- Predisposición natural parresíaca y formación en la parresía

El mismo temperamento y los caracteres naturales de la personalidad paulina lo predisponían a la parresía. San Pablo, como señala Holzner, era “un terrible varón”[11], un “alma heroica”[12], un espíritu cuya extraordinaria condición “le hacía predispuesto a lo que estremece”[13], un varón para quien “la palabra ‘difícil’ o ‘peligroso’ no existía”[14]. Y podemos pensar que, si bien los designios de Dios son eternos, fue precisamente por eso, que Dios lo llamó a una vocación tan excelsa ya que, como dice Holzner, “Dios es un gran cazador y quiere tener por presa precisamente a los más fuertes”[15].

Por otra parte, si bien el temperamento paulino predisponía al Apóstol a la parresía, también debía ordenar la tendencia humana de su personalidad, esto es, debía irse formándose en la virtud de la parresía, lo cual en su caso implicaba aprender “a domar su corazón impetuoso, su temperamento fogoso”[16] sujetándolo “bajo el yugo de la mansedumbre de Cristo” y “transformarlo en una fuerte y perseverante paciencia”[17].

Esta auto-formación en la virtud, si bien se realizaba en virtud de la gracia de Dios, no era gratis sino que se pagaban al precio de ásperas tribulaciones.

Ahora bien, como la parresía es una virtud, y las virtudes no son compartimientos estancos sino hábitos armoniosos entre sí, San Pablo cultivó en grado eximio otras disposiciones interiores cuya ausencia tornarían al alma parresíaca un alma hemipléjica o deforme. Nos referiremos a la santa alegría, a la magnanimidad y al entusiasmo de Pablo, cuyo corazón apostólico latía gozosamente mientras sus agradables pasos llevaban la Buena Nueva. Como fue escrito, “su santo entusiasmo carecía de límites”[18].

En efecto, un alma que siempre diga la Verdad pero que carezca de entusiasmo, raramente moverá a otros a amar la Verdad. Por otra parte, un alma que diga la Verdad pero que carezca de grandes proyectos apostólicos o caritativos, se puede volver fácilmente un charlatán o una persona sólo útil para criticar y demoler las iniciativas, siempre imperfectas, de sus prójimos. En la misma línea, un alma parresíaca que no sea alegre, deviene un agobiante señalador que con su dedo siempre acusador y su rostro amargo tornará la Verdad odiosa a los ojos de los prójimos. San Pablo, quien hizo “notar constantemente la independencia y originalidad de su predicación”[19], fue un campeón de la parresía, pero de una parresía entusiasta, magnánima y alegre, que lo llevó a engendrar multitudes de comunidades para Dios y Su Iglesia.

Sin perjuicio de lo dicho, esa alegría contagiosa, esa afabilidad amistosa y esa voluntad apostólica que busca ganar al mayor número de almas para Cristo, no necesariamente exonera al Apóstol de la cruz de la soledad, esto es, de una cierta soledad particular que a menudo padecen las almas eminentes. En efecto, como dice Holzner, “aún los mejores entre los apocados de espíritu no se libran de cierto malestar frente a la grandeza eminente de un hombre fogoso, como era Pablo”[20].

San Pablo, continúa el pensador alemán, “tuvo en Jerusalén una posición en extremo difícil, tanto respecto de los judíos como de los cristianos. Los últimos desconfiaban de él. Algunos tenían su conversión por una estratagema y se mantenían alejados de él. Sólo uno le comprendía (…) Éste era Bernabé”[21]. Holzner llega a decir que “los discípulos temblaban por él [San Pablo], pero también por sí”[22].

Hace otra observación muy interesante, si bien ya habían recibido al Espíritu Santo en Pentecostés, hasta la conversión de Pablo, los discípulos “habían evitado cuidadosamente todo choque con los fariseos […] Y, dice Holzner, ahora ¡vino este indiscreto intruso, este intransigente! Y tocó precisamente este punto vulnerable, que hacía crispar los nervios. Un nuevo Esteban había venido y amenazaba una nueva catástrofe, semejante a la que había venido sobre Esteban, con todas sus consecuencias. Era un tiempo de salvajismo. Toda contienda religiosa se decidía con el cuchillo y el puñal”[23]. Entonces, “Los discípulos de Jerusalén, algo atemorizados, pudieron sin duda respirar cuando el ‘hermano peligroso’ estuvo fuera del alcance de su vista”[24]. Es que, a menudo, las almas muy valientes molestan.

III.- Finalidad de la parresía paulina

Como decíamos, la parresía es la virtud de la proclamación valiente de la Verdad. Pero, esta virtud, como todas las virtudes, al fin de cuentas, es un medio, no en el sentido de que pueda ser dejada de lado, sino que, como enseña Santo Tomás, la virtud debe ser vista en clave teleológica, esto es, como un medio que lleva al fin, esto es, a la meta existencial última, que no es otra que la salvación, la santificación, ordenada, a su vez, a la glorificación de Dios. Y por eso, el despliegue de la virtud de la parresía en San Pablo no es un torneo para ver quién dice el discurso más polémico y chocante, sino un eco encarnado, incondicional, abnegado y permanente de la voz del Espíritu Santo, esto es, de esa Voz divina que en la intimidad de su alma apostólica, o en el tabernáculo de su conciencia, le susurraba las más sagradas verdades y el modo preciso en que debía transmitirlas para que se consiga el fin de los fines: la máxima glorificación extrínseca de la Santísima Trinidad y, por tanto, la salvación del mayor número de almas, que en el caso de San Pablo fueron tantas que bien fue llamado “maestro del mundo”[25]. De hecho, “San Pablo, como Jesús, no conoce ningún interés mayor que volver por la honra de Dios”[26].

San “Pablo era ‘el hombre de un solo pensamiento’: el de ganar el mundo para Cristo”[27]. Él “únicamente tenía un solo gran pensamiento en su vida: llevar a Cristo y su embajada a los términos de la tierra”[28].

San Pablo, por tanto, ordenó y sometió el ejercicio de la virtud de la parresía a los fines más nobles, esto es, a la conquista de los pueblos para Cristo. Hablando de este hambre y sed de conquista divina, Holzner prorrumpe en esta exclamación: “¡Cómo le atormentaba, en su deseo de trabajar, el pensamiento de que más allá del Tauro y del Amano, yacía todo un mundo que todavía no había sido abierto y conquistado para Cristo!”[29]. Esa sed misional fue la que lo llevó a transitar pasajes llenos de peligros, donde “saetas pasaban vibrando muy cerca de los viajeros”[30], donde había que atravesar ríos nadando[31], donde merodeaban “peligrosas manadas de búfalos”[32] y donde el duro suelo o la peña colgante servía de posada nocturna[33].

IIII.- Combates parresíacos

Toda la vida del Apóstol es una vida de combates, que son combates parresíacos, combates apostólicos, combates sagrados por la gloria de Dios y la salvación de las almas. El alma de Pablo era un alma de pelea por eso, aún cuando habría podido, “naturalmente, no pasó todo su tiempo en Jerusalén con Pedro”[34] y no lo hizo puesto que “Tenía naturaleza de luchador. Apremiábale dar testimonio”[35]. Esa misma naturaleza de luchador parresíaco, elevada por una gracia “derribante” -como la llama San Manuel González-, fue la que lo llevó a buscar denodadamente la conversión de los judíos, mientras éstos lo perseguían por apóstata, persecución esta que fue tan intensa que Holzner llega a decir que el odio de este pueblo deicida lo seguía a Pablo a dondequiera que él fuese.

He aquí que para concluir estas líneas, con el fin de contemplar la parresía del Apóstol, queríamos detenernos a meditar sobre algunos combates paulinos particularmente célebres, como el de Listra-Derbe (donde adquirió las cicatrices de su rostro), el de la corrección al Papa (cuando reprende a San Pedro su simulación haciéndole ver que ponía en peligro la fe[36]) y la hazaña del Areópago que es particularmente sublime ya que “en los anales de las misiones cristianas no hay ninguna acción tan atrevida como el sermón de Pablo en Atenas, la acrópolis del paganismo (…) [Podemos vislumbrar que] les diría que este hermoso mundo helénico estaba irremisiblemente condenado a muerte”[37]. Pero, dejaremos esta hermosa tarea en manos del lector, ciñiendonos a recomendarle fecundos horizontes para la reflexión orante.

En fin, más allá de sus combates particulares, toda la vida de Pablo fue una epopeya, y por eso H. Weinel llegó al referirse a la gran historia de los viajes paulinos, ideó un formula fascinante: “la expedición de Alejandro al revés”[38]. De hecho, como apunta Holzner, “las expediciones misionales de Pablo han sido llamadas la Odisea cristiana”[39]. En efecto, “Desde los tiempos de Homero, no salió ningún barco a tan atrevida travesía, propia de los vikingos. El barco chipriota merecía que su nombre fuese eternizado no menos que el barco de Colón pues en su importancia mundial esta travesía no queda por debajo de la del valiente genovés”[40]. El autor alemán que nos guía, llegó a escribir que “la gran expedición de Pablo y Bernabé por el Asia Menor, no [fue] superada por la expedición de los Diez Mil al mar Negro, en audacia, peligro, penalidades y fatigas”[41] y que “Lo que habría hecho resaltar Jenofonte, modestamente lo calla Lucas”[42].

Terminemos, señalando que la parresía de San Pablo tuvo frutos universales, planetarios, abisales… En efecto, su predicación parresíaca del Evangelio fue tan decisiva que, como observa Holzner, “casi todo el símbolo de los Apóstoles puede formarse de las cartas de San Pablo, más aún: se puede creer que se remonta a él como a su fuente”[43].

Finalicemos señalando que “Pablo en lo más íntimo de su ser es una naturaleza profética a la manera de Elías”. De hecho, en el episodio de Pablo y Simón el Mago, “vemos salir súbitamente del alma del Apóstol un rayo de aquel fuego semítico devorador que a nosotros los occidentales casi nos espanta en los profetas del Antiguo Testamento, como Elías”.

Pidamos a Dios que se digne darnos la gracia de proferir convencidos uno de los ayes más olvidados: “¡ay (…) si lo heroico desaparece en el cristianismo!”[44].

Pidamos a Dios que se digne concedernos el divino privilegio de vivir más que una vida normal o cotidiana, una vida de epopeya.

Que Dios nos colme de parresía y nos haga profetas en estos tiempos de apostasía.

¡Contra hipocresía, parresía!

 

Padre Lic. Federico Highton, S.E.

Septiembre 2019, Naga, Himalaya

 



[1] Josef Holzner, San Pablo. Heraldo de Cristo, Herder, Barcelona 1967, 95

[2] Ibíd., 110.

[3] Ibíd., 109.

[4] Ibíd., 45.

[5] Ibíd., 93.

[6] Ibíd., 95.

[7] Ibíd., 184.

[8] Ibíd., 100.

[9] Ibíd., 218.

[10] Ibíd., 54.

[11] Ibíd., 53.

[12] Ibíd., 95.

[13] Ibíd., 59.

[14] Ibíd., 107.

[15] Ibíd., 52.

[16] Ibíd., 137.

[17] Ibíd., 137.

[18] Ibíd., 121.

[19] Ibíd., 71.

[20] Ibíd., 66.

[21] Ibíd., 67-68.

[22] Ibíd., 71.

[23] Ibíd., 71-72.

[24] Ibíd., 72.

[25] Ibíd., 81.

[26]  Ibíd., 134

[27] Ibíd., 175.

[28] Ibíd., 178.

[29] Ibíd., 81.

[30] Ibíd., 111.

[31] Cfr., 111.

[32] Ibíd., 111.

[33] Cfr., 111.

[34] Ibíd., 71.

[35] Ibíd., 71.

[36] Cfr., 154.

[37] Ibíd., 227-228.

[38] Ibíd., 101.

[39] Ibíd., 102.

[40] Ibíd., 102.

[41] Ibíd., 114.

[42] Ibíd., 114-115.

[43] Ibíd., 70.

[44] Ibíd., 193.

7 comentarios

  
José
Para mí, el Santo que más se parece a San Pablo es San Francisco Javier.
20/02/20 8:05 AM
  
Mjbo
Siempre me he sospechado que lo de San Pablo era increíblemente grandioso, ahora lo he comprobado. Muchas gracias
20/02/20 11:12 AM
  
Beda1967
Escribe usted maravillosamente bien, Padre Federico. Muchas gracias por todo el bien que hace a la Iglesia.
20/02/20 12:27 PM
  
Fuenteovejuna
San Luis María Grignion de Monfort -el gran santo mariano- dice que los Apóstoles de los Ultimos Tiempos serán más grandes que los de los primeros siglos, porque mientras aquellos con su martirio lucharon y vencieron al Imperio Romano, los de los Ultimos Tiempos lucharán contra el Anticristo, y gracias a la parresía que también los llevará al martirio Cristo les dará la victoria. Sin duda, el paradigma de San Pablo estará presente en todos ellos. Mientras tanto, vivimos días extraños, el mundo celebra que por fin el hombre es el dueño de su destino y salen a las calles a festejar el triunfo del aborto y el orgullo gay, comen y beben y se casan y se dan en casamiento como en tiempos de Noé, sin saber que en cualquier momento un nuevo Diluvio -esta vez de fuego- nos hundirá a todos en el horror y la desesperación, porque como enseña San Pablo, de Dios no se burla nadie.
20/02/20 4:00 PM
  
Juan F
Bendito Dios por la gracia de Santos como San Pablo! Dios nos llene de fuerza, valentía, celo por la cosas de Dios y sobre todo de Parresia! Gracias padre Federico! VIVA CRISTO REY!!!
20/02/20 4:10 PM
  
Pablo Muggeri
Gracias Federico, acá un poco desvinculado de las redes por robo de mi celular. Espero pronto volver a estar conectados. Excelente nota

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Gracias caro Pablo!
20/02/20 9:46 PM
  
Victoria
Gracias, Padre Federico. Sus escritos nos animan a seguir en la lucha, ya que muchas de esas comunidades que San Pablo obtuvo para nuestro Dios, son musulmanas ahora.

En el Amor Santo y Divino,

Victoria
21/02/20 8:31 PM

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