12.05.17

De la sustitución de las Misiones de Infieles por la caridad inmanentizada

De la sustitución de las Misiones de Infieles por la caridad inmanentizada

Perdónanos nuestros pecados

(Lc XI, 3)

 

Los arquetipos, buenos o malos, cambian a la masa, la modelan y la ponen en acción.

Ahora bien, la trágica oenegeización de la Iglesia (y sus sucedáneos corolarios o epifenómenos de estomacalización de la Misión y sustitución del pecador por el desempleado y reemplazo del pagano por el refugiado) no se operó en un día, sino que es fruto perverso de un lento proceso, catalizado por el genio y figura de un haz de paradigmas que se tornaron signos y emblemas del nuevo modelo, aportando no sólo su faz -tenida por santa- sino un acerbo -no breve- de pseudopiadosa discursería más o menos pauperista u oenegeizante.

De entrada suponemos que las figuras del neo-modelo tuvieron o tienen las más celestiales intenciones (cfr. Mt VII, 1), pero no nos referiremos a las secretas motivaciones de sus almas, sino al modelo que, de facto y de palabra, generaron.

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11.05.17

Hacia el Lugar Maldito

En Lachunn matan gente. La matan con veneno. Son budistas tibetanos. Allí no hay ningún cristiano. Allí la policía no tiene poder. Tampoco hay internet. Recen por mí por favor. Estoy en un auto viajando a esa aldea endemoniada. A misionar.

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

Padre Federico.

4.05.17

24.04.17

Del cráneo carbonizado a la hipocresía del Lama

 

El diablo es “padre de la mentira

(Jn VIII, 44)

I.

La espera epistolar y el interdicto anti-proselitista que se traduce en veda de mi libertad locomotiva, me dan algo de tiempo y oxígeno psicológico para escribir un poco. Ahí vamos.

Hace un tiempo, Nima me pidió que, por cortesía, vaya al funeral de un vecino budista. Con el fin de rezar por él y conocer más la cultura local, me dispuse a ir, para lo cual ascendí el monte, caminando una media hora en medio de pedregales y bichos hasta llegar al sitio donde despedían al pobre finado, que tuvo la desdicha de morir fuera del seno de la Iglesia, al menos visible.

Lamentablemente, perdí las impresionantes fotos, pero, a los fines de esta crónica, que no es un estudio antropológico de campo, baste una somera descripción: al difunto lo quemaron insertándolo en un maderamen artesanal lleno de fuego, alrededor del cual los deudos recitaban sus mantras, movían sus matracas y tomaban jugo (sí, tomaban jugo, que nos lo repartieron por gentileza, quizás por el calor que hacía). El podio, por cierto, estuvo reservado al monacato, compuesto de cuatro lamas adultos y dos pequeños lamas que no superaban los diez u once años.

Los monjes, con monótono acompañamiento poli-instrumental, ejecutaron una serie interminable de ininteligibles invocaciones siguiendo las exactas rúbricas del Ritual tibetano escritas sobre unas pequeñas hojas rectangulares. Ajeno a cualquier “asisismo” y consciente de la absoluta inutilidad y peligrosidad objetivas de los rituales budistas, por mí cuenta y mientras padecía la rítmica adormilante de los guturales coros, rezaba el sacratísimo Rosario pidiendo a Dios por la salvación eterna del desdichado vecino cuyos huesos se consumían ante la fogata que acaparaba nuestro campo visual.

Todo transcurría con sopor budista, hasta que fuimos sacudidos por un espectáculo inesperado: de pronto, desde el centro de las quemantes maderas, por acción de no-sé-qué físico fenómeno, emergió el cráneo carbonizado del cádaver, que, ante la inmutación de los lamas, se impuso frente a nuestro ojos, con tétrica faz, invitándonos a reflexionar en el drama de las postrimerías.

Tal dantesco espectáculo más bien servía para intentar la ignaciana meditación del infierno que para escalar con la mente a las delicias celestiales. El fuego, los mantras, la idolatría, la superstición, la ausencia de toda referencia a Dios, la muerte fuera de la Iglesia, el cráneo carbonizado que nos “miraba”… conformaron a una de las experiencias sensibles más fuertes de mi vida. Salvo el jugo, todo allí parecía invocar el averno.

 

II.

 

Más no había que quedarse en el nivel sensible. Era preciso profundizar su cosmovisión para asomarnos a las tinieblas de esas almas, en las que jamás recuerdo haber visto expresiones de gozo prístino. A tal fin, emprendí un coloquio esjatológico con los monjes budistas, haciendo gala de mis dotes para el diálogo interreligioso.

He aquí que, terminada la ceremonia fúnebre, con sincero y esforzado respeto, me dirigí al jefe de los lamas, con quien, excelente traductor mediante, tuve el siguiente coloquio:

-                     “Hola, ¿cómo anda?

-                     “Bien, ¿y Ud?

-                     “Muy bien

-                     “Ah…

-                     “Lama, ¿le puedo hacer una pregunta?

-                     “

-                     “¿Dónde fue el muerto?

-                     “¿Qué?

-                     “Sí, ¿dónde fue el muerto?

-                     “Al Cielo”, me contestó con canchera sonrisa, luego de dudar y pensar un poco.

-                     “Ahh…pero, entonces, ¿a dónde fue a parar vuestra creencia en la reencarnación?

En ese momento, la mano se le complicó… Y me respondió:

-                     “Se va a reencarnar en otro mundo”.

Notando nosotros la incoherencia interna de sus últimas dos afirmaciones, le respondí esto:

-                     “Pero, ¿no era que se había ido al Cielo? ¿Cómo es que ahora se va a reencarnar en otro mundo? ¿En qué quedamos? ¿Se fue al Cielo o se va a reencarnar en otro mundo?”.

Tanta pretensión de coherencia discursiva fue demasiado para el jefe de los lamas. No tenía salida y por eso me dijo esto:

-                     “No entiendo inglés. Chau”. Y se fue. Tras él, se retiraron los demás monjes con su arsenal ritual.

Una vez más, la hipocresía. El primer acto de hipocresía fue darme dos respuestas opuestas. La primer respuesta que me dio era del todo inusual en la dialéctica budista, pero me la dio, creo, para quedar bien conmigo, porque era fácil estimar que yo era cristiano.

La segunda respuesta que me dio se contradecía con la primera. He aquí, una clara hipocresía. Cuando le puse de manifiesto la oposición lógica de ambas proposiciones, pretextó no entender inglés, para dar por finalizado el coloquio, que fue el primero, y el único, que tuve con el jefe de los lamas de la aldea donde aun está la base misional.

Y lo del inglés fue un pretexto puesto que contábamos con un perfecto intérprete, que es mi amigo llamado Surya, cuya lengua madre es el nepalí (que es el idioma local) y que, a la vez, habla muy buen inglés.

 

III.

 

Tanta hipocresía me sulfuró y me venía a la memoria los estudios que hice sobre la temática del fariseísmo a la luz de los escritos del padre Castellani. Es que el fariseísmo no es un problema exclusivo de los ministros de la religión vera, sino una peste que también invade a los de las creencias falsas. De hecho, estimo que si no fuera por el fariseísmo de los ministros de las religiones falsas, estas se habrían reducido enormemente, probablemente hasta desparecer por su conversión en masa a la Fe vera. Un tema para otra ocasión… Retomamos el hilo.

Indignado, camino unos pasos solo y me topo con un grupo de jóvenes deudos, que juntos venían del funeral. Los saludé y acto seguido les relaté el coloquio que tuve con el lama magno. Entonces, una del grupo tomó la palabra. Era una chica culta que estudiaba en la universidad. Ella me dijo: “a nosotros, un lama (o los lamas) nos dijo que el difunto se convertirá en una víbora”. ¿Habrá sido el mismo lama que a mí me respondió otras dos cosas distintas y opuestas? No sé, puede ser. Al menos, fue la respuesta oficial que los lamas les dieron a los familiares del muerto.

Pensando un poco, noto que el lama jamás le habría dicho a un extranjero que un budista se va a convertir en serpiente, máxime cuando los cristianos creemos en vocación universal al Paraíso eternal donde se goza de la visión del mismo Dios Omnipotente. Si dijera eso, en el marco de las llamadas “religiones comparadas” (que en realidad es una ilusión óptica, como decía Chesterton), el budismo quedaría muy mal parado. Pero, al mentirme y espetar contradicciones, queda peor parado aun ya que al absurdo doctrinal, le suma el absurdo discursivo y la mala voluntad del fariseísmo.

Mas, las contradicciones internas y la superstición del budismo tibetano no terminan acá, sino que se convierten en negocio destinado a engrosar las billeteras de los honorables lamas. Volvamos al hilo del relato.

Cuando terminé el coloquio con el grupo de jóvenes que me comunicó el delirio tibetano del pobre-que-deviene-víbora, espantado, le conté el verso a Nima. Y él, que es converso del budismo (y por converso, adverso al verso), a la vez que el único cristiano de su familia, me dijo que aún hay más tela para cortar: los monjes hacen no-sé-qué cálculo astrológico y según eso determinan en qué género de ser se reencarnará el difunto del caso: rata, serpiente, hombre y zoológico etcétera.

Pero, y acá preparemos las billeteras, si los familiares le pagan a los lamas la debida suma de dinero, entonces ellos compasivamente harán un ritual (llamado puya) gracias al cual el finado devendrá hombre y no bestia…

¡Qué bestias!

Domine, miserere nobis!

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

Viernes de la Octava de Pascua 21-4-17

23.04.17

Ante la persecución de los Lamas (IV): cantar las misericordias del Señor

I.

Escribo estas líneas muy rápido ya que literalmente me estoy durmiendo…

Nima, la autoridad local protestante, me dio un borrador de la carta y me pidió que la redacte y tipee. La redacté y le agregué muchas cosas más. Terminó pareciendo “una bula de canonización”, como me decía un amigo en broma.

Esa epístola dice que el suscripto está haciendo una obra benéfica en favor de la gente y que las autoridades desean que él se quede por un largo tiempo en la zona y que le aseguran protección para él y todos los voluntarios europeos que quieran ir ayudarlo. Me dí el lujo de ponerle un “felices Pascuas” al final de la carta y de comenzarla invocando los “decretos providenciales y misteriosos del Cielo”. Realmente, me divertí escribiendo la carta, a la que hicimos referencia en la primer crónica de esta serie. Mi decisión fue simple: escribir una carta de máxima, si me la rechazan, puedo reproponer una carta menos ambiciosa.

Nima aprobó la carta. Y luego empezó a negociar con los intendentes budistas, especialmente con Dorjee (alias D.T.), que era quien me mostró mayor animadversión.

El día del cumpleaños de D.T. (la coincidencia fue extremadamente providencial) lo fue a ver Nima y negoció una hora con él. Luego, Nima me dijo que lo visite yo a DT. Le llevé los regalos, y se quedó contento. Luego, me enteré que se quedó feliz conmigo porque fui la única persona que le hizo regalos en su cumpleaños. En el momento, no sabía que ese día era el aniversario de su natalicio. “Decretos providenciales y misteriosos del Cielo”…

Pasaron dos días de grande suspenso, y luego Dorjee firmó la carta. Tras él, todos los demás intendentes firmaron en serie. En total, nueve autoridades locales firmaron la epístola. El histórico hecho sucedió ayer, Sábado de la Octava de Pascua, culminando así los vaivenes que tuvieron lugar durante el tiempo de la novena de la Divina Misericordia.

El milagro se realizó. No viene al caso ni corresponde publicar la carta, pero baste saber que es asombrosa. Todos los amigos que la leyeron, quedaron asombrados. La carta dice que las autoridades quieren establecer un intercambio cultural, artístico, espiritual y turístico entre Europa, y en particular con un país europeo determinado, y la zona de la Misión. Es una carta histórica que no abre una puerta, sino que abre enormes portones a la Iglesia Católica en la zona de la Misión.

Gracias a esta carta, muchos voluntarios o huéspedes europeos podrán ir a la Misión a ayudar en la enseñanza, gozando de la protección de las autoridades locales (y los lamas lo mirarán por la TV). Al enseñar, podrán evangelizar, aunque esto no está en la carta, pero, con prudencia sobrenatural, los voluntarios lo podrán hacer. Nima, de hecho, me dijo que los voluntarios podrán enseñar la Biblia en la escuela a los alumnos.

En suma, desde esta carta, los Misioneros entramos por la puerta grande. Es un milagro. Veremos cómo sigue la cosa…

 

II.

Ahora el próximo paso, es la decisión del obispo. No va a entender nada. Se quedará boquiabierto. La carta rompe los esquemas de cualquier persona: los que ayer me expulsaban, hoy me dan la bienvenida. No tiene explicación humana, sino divina y por eso estoy obligado a cantar las misericordias del Señor, especialmente en este Domingo de la Divina Misericordia, y a agradecer las oraciones de muchísimas almas que muchas partes del mundo rezaron por esta carta.

Había venido a despedirme y me dan la bienvenida para siempre, y no sólo a mí sino a los que quieran venir a ayudarme. Es de locos.

Ahora veremos qué dice el obispo. Le pedí una audiencia. Estoy esperando que me conteste. Si me da su beneplácito, la misión seguirá en pie. Si no me deja seguir, la misión la seguirán los laicos ya que ahora las autoridades locales budistas están pidiendo, por medio de la carta con 10 sellos y 10 firmas, voluntarios europeos que vengan a la Meseta Tibetana enseñar inglés y otras cosas a la escuela de las monjas, por más que las monjas se vayan (me dijeron que hay un 99% de probabilidades de que se vayan). Nima me quiere dar la escuela a mí.

¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!

 

III.

Digamos dos palabras sobre hoy. Tuvimos la Misa en mi casa. Vinieron doce almas. Cantamos varias canciones en un raro dialecto. Aunque no yo, sino ellos o varios de ellos. Les predique muy largo. Todo duró casi tres horas. Nadie comulgó sacramentalmente, no porque vivan en pecado, sino porque no aún no están bautizados.

Hoy vino un joven nuevo. Se llama Markus. No está bautizado pero me dijo que el ideal de su vida es ser misionero. No me pidan una explicación humana. No la hay. Es otro milagro.

¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!

¡Viva la Misión!

¡Viva la Virgen!

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

Domingo de la Divina Misericordia, 23-4-17