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31.12.18

Los males del budismo

Conozco a la señora N. desde hace casi veinte años. Una persona noble, dotada de una inteligencia notable, que heredó a sus hijos. Su sensibilidad para el arte y la poesía es parte fundamental de su vida. Poeta ella misma, médico de profesión e incluso conductora en algún tiempo de un programa de televisión sobre temas culturales, es una persona con buena voluntad para todos. Puede decir que gozo de su amistad y cercanía, misma que es correspondida. Oro por ella prácticamente todos los días, por su conversión y la de su familia. Oro por ella porque practica budismo tibetano desde hace más de veinte años y porque esta práctica la mantiene alejada de Dios y sumida en diversos males que la han venido afectando cada vez más. Como pasa en muchos casos, inició su acercamiento a esta religión debido a una crisis personal. La crisis fue tan fuerte que se metió de lleno a esas prácticas, refugiándose en el budismo de los embates del mundo y por supuesto, del sufrimiento. Pues el budismo es eso, te libera del sufrimiento. ¿O no?

Las tretas del adversario son crueles. En este caso, se aprovecha de la seguridad económica de N. para mantenerla bajo sus garras y evitando que se acerque a la Iglesia. ¿Pero qué tiene de malo el budismo?, dirán algunos. Por supuesto, hoy en día es la única religión impermeable a las exigencias de la sociedad posmoderna. Se presenta bajo ropajes que se adaptan bien a las exigencias de nuestra ajetreada vida diaria: proporciona estatus social, deja a salvo nuestra inteligencia –después de todo es la religión de Lisa Simpson-, nos hace más conscientes y espirituales, nos hace tolerantes y no daña a nadie. ¿Qué puede salir mal?

En todo este periodo, las calamidades en la vida de N. sencillamente no tienen fin. Cada vez que la veo –una o dos veces al año-, hay una nueva enfermedad física o mental, muchas veces graves, un nuevo obstáculo para su bienestar, un nuevo problema económico o legal. Cada vez hay más soledad y alejamiento de su familia, cada vez más rechazo consciente a las cosas de Dios. Lo más grave tal vez sea la soledad y una depresión persistente, que en lugar de curarse, se va extendiendo en todos a su alrededor. Lo peor es que cada vez más está convencida de que si no fuera por el budismo sencillamente su vida colapsaría.

Pasa muy a menudo que ante una dificultad extraordinaria, la persona acude a los lugares equivocados en busca de ayuda en lugar de acudir a la Iglesia Católica: brujos, yoga, tarot, reiki, constelaciones y peor aún, drogas, alcohol y más. En lo que respecta a los efectos espirituales no importa mucho el grado de alejamiento de la Iglesia para que el maligno pueda actuar de manera negativa. El estar a un paso de las puertas de la Iglesia, sin atreverse a entrar y postrarse de rodillas a adorar a Dios, en la práctica es lo mismo que estar a kilómetros de distancia. Al enemigo le basta con que no estés dentro de la Iglesia, y que digas palabras como: “soy creyente pero no practicante”, “voy a misa cuando me nace”,  “Mi trato es directamente con Dios, no necesito de nadie más”. Perdemos de vista las reglas del mundo espiritual, que análogamente al mundo jurídico en la tierra, ordinariamente no opera ni se pone en funciones, sino mediante las formalidades y solemnidades adecuadas.

Cuando le digo a N. que regrese a adorar a Dios y a la vida sacramental recibo miradas de condescendencia, que parecen decir: “¿cómo es que te fuiste a perder de nuevo en la superchería católica? Te conozco de hace años, ibas tan bien con tu práctica zen, ¿cómo te dejaste vencer de nuevo por los amigos imaginarios y los cuentos de hadas? ¿Qué te pasó? Eras inteligente, ahora resulta que rezas el rosario todos los días.”

Dentro de los distintos tipos de budismo que existen, N. practica uno que es en particular peligroso para la sanidad espiritual: el budismo tibetano, que entre sus rituales, de manera habitual rinde ofrendas y sacrificios a distintos tipos de demonios. Para el budista tibetano, el trato con los demonios es cosa de todos los días, así como con lo que ellos llaman bodhisattvas mahasattvas, esto es, espíritus buenos, por llamarlos de algún modo. Para la mentalidad occidental, esos espíritus buenos y malos son en realidad “distintos aspectos de nuestra propia mente”. Es decir, fieles a nuestro materialismo, ninguneamos las realidades del mundo espiritual y las despojamos –según nosotros- de su efectividad bajo el convencimiento de que son sólo símbolos. Esto es algo particularmente peligroso, pues personas como N., comienzan ofrendando rituales a “meros símbolos” y terminan convenciéndose, por comprobarlo en la vida real, que el demonio existe, siendo ya tarde para escapar de su influencia negativa.

N. me contó una vez una parte de un ritual que hizo: por la noche tiene que establecer un perímetro para que las “divinidades coléricas” –demonios- no perturben su práctica nocturna. Para ello, debe apaciguarlos con ofrendas de todo tipo que debe dejar al alcance del demonio, fuera del perímetro mencionado. Una noche en particular, olvidó dejar esa ofrenda. Recuerdo vívidamente su narración, entre asombrada, espantada y preocupada. “Casi me tiran la casa”, dijo. Me contó que durante toda la noche sintió y oyó todo tipo de fenómenos preternaturales: aullidos, golpes en los muros, arañazos en las puertas, presencias ominosas. En una palabra, terror. “Nunca volveré a olvidar dejarle su ofrenda”, concluyó.

Esto sucedió hace casi diez años, y a la fecha, las calamidades siguen, como sigue también su trato habitual con ellos. La situación es triste, pues en el caso de N., como en el de muchas otras personas, ese trato no tiene en su origen una intención maligna ni mucho menos. Insisto, se acercan al budismo, por un dolor, por una carencia, en el mejor de los casos, por una genuina sed de Verdad. Lamentablemente en  muchos casos nunca llegan a enterarse que las dolencias del alma humana y su sed de Verdad, únicamente las puede colmar el Creador de la vida, el único que es Camino, Verdad y Vida, y vida en abundancia.

Tanto relativismo ha terminado por relativizar al maligno. Para el budismo por ejemplo, los demonios -habitantes de uno de los seis reinos de existencia según su doctrina- no son seres malditos por perversos, sino seres que merecen nuestra compasión porque son seres en sufrimiento. Es un tema teológico interesante sin duda, pero hay que recordar que en realidad, para los demonios no hay perdón después de la caída, como para el hombre no lo hay después de la muerte, y que si bien es digna de tristeza su condenación, no conviene ni corresponde al alma humana ningún tipo de trato con ellos, empezando por supuesto, con la expulsión del pecado de nuestras vidas y la perpetua renovación de nuestro bautismo: “renuncio a Satanás y a todas sus obras”. Toda rendija que abramos al príncipe de la mentira será en nuestra propia ruina, en forma de pecado. De ahí a la muerte, hay un solo paso. El caso de N. es ya grave, pues hablamos no solo de pecado, y pecado mortal, sino de acciones extraordinarias del maligno en forma de vejación, infestación u obsesión diabólica. La última enfermedad grave en su entorno afectó a un miembro muy joven de su familia, que por razones absurdas y hasta inexplicables se vio enfermo de muerte, pasando casi una semana en la cama de un hospital.

 

Antonio Blanco Guzmán

Abogado y Humanista

Correo electrónico: [email protected]

31.10.18

29.09.18

"¡Ay de mí si no anunciara la Buena Nueva!"

En esta ocasión, nos gozamos en presentar una celebérrima carta que San Francisco Xavier envió a su Padre espiritual, San Ignacio de Loyola. Esta carta, escrita desde tierras de Misión, es tan estimada por la Santa Madre Iglesia que fue incorporada al mismo Oficio de Lectura correspondiente al 3 de diciembre, día en el cual se celebra la Fiesta de este Gigante de las Misiones.

En esta carta, con sobrenatural visión, el Santo muestra claramente lo urgente que es la actividad misionera ad gentes. Después de leer, y releer, semejante epístola a muchos, con la gracia de Dios, les podrá venir un grande deseo de alistarse en las filas de la Misión, para que más almas se salven y Dios sea así más glorificado.

P. Federico, S.E.

Misionero en el Himalaya

san francisco xavier

¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIARA LA BUENA NUEVA![1]

Visitamos las aldeas de los neófitos, que pocos años antes habían recibido la iniciación cristiana. Esta tierra no es habitada por los portugueses, ya que es sumamente estéril y pobre, y los cristianos nativos, privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie que celebre para ellos la misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro, el Avemaría o los mandamientos de la ley de Dios.

Por esto, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían distinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos.

Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.

Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India.»

 


[1] San Francisco Javier, «¡Ay de mí si no anunciara la Buena Nueva! (Carta a San Ignacio; cartas 4 [1542] y 5 [1544])», en Vida de Francisco Javier, Libro 4, Roma 1956. El subrayado nos pertenece.

28.09.18

Una olvidada prédica de San Alberto Hurtado sobre las misiones de infieles

Publicamos esta olvidada homilía “fundamentalista” e “intolerante” del infatigable sacerdote chileno San Alberto Hurtado (1901-1952) acerca de las Misiones Ad Gentes, es decir, las Misiones en países jamás acristianados.

Que la difusión de esta preciosa pieza, sacuda a la Iglesia chilena, y aún a la Iglesia Universal, y la inflame en un radical celo apostólico ad gentes.

Prosit!

P. Federico, S.E.

misionero himaláyico


Deber misional de los fieles

"Tenemos una responsabilidad: Misionar el mundo (...) Tenemos la responsabilidad del mundo entero. (...)Tenemos la responsabilidad del crecimiento de la Iglesia" (San Alberto Hurtado)“Tenemos una responsabilidad: Misionar el mundo (…) Tenemos la responsabilidad del mundo entero. (…)Tenemos la responsabilidad del crecimiento de la Iglesia” (San Alberto Hurtado)

Todas las niñas juegan con muñecas. He buscado un estudio psicológico sobre la muñeca. Nunca se le debe quitar violentamente la muñeca, pero llega un día en que para la niña deja de ser interesante. Nosotros tenemos apegos… He estudiado a mis sobrinas; desaparece en un día el apego. Y una vez dejada la muñeca, nunca vuelve a tomarla. Casi siempre desaparece el apego a la muñeca cuando es reemplazado por una responsabilidad real. Le di un libro, empezó a leer, ¡un nuevo mundo se le abrió!, y dejó las muñecas. Murió la mamá: usted va a hacer de mamá. Las muñecas ya no le interesan más… las distribuye. Ya está preparada para su papel.

Nosotros a veces nos quedamos un poco niños… ¿cómo sacar nuestros apegos? ¿Violentamente? No, arrojando sobre nuestros corazones una gran responsabilidad: una guerra, un terremoto… y se acaban los apegos.

Y tenemos una responsabilidad: Misionar el mundo desde la colina de la ascensión. Tenemos la responsabilidad del mundo entero. Nuestro Señor no va a hacer nada sino por nosotros, no va hablar sino por nosotros. Tenemos la responsabilidad del crecimiento de la Iglesia. Geográficamente es demasiado pequeña… es como un chico que tiene todos sus órganos, pero tiene que crecer… el problema de las misiones. La Iglesia debe crecer como el niño, por todo su cuerpo: pies, manos y cabeza; oye por los oídos, ve por los ojos… pero debe crecer por todo el cuerpo. La Iglesia todavía no ha alcanzado su tamaño normal. Luego todos, todos sus miembros deben contribuir al crecimiento: para que crezca por todos sus órganos. Si el crecimiento es por unos miembros y no por otros es anormal, una enfermedad y la muerte.

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21.09.18

Lento camino hacia la fundación del Monacato en el Himalaya

himalaya

I. 

En medio de mil faenas, Dios me mostró que debo escribir esta crónica y que si no la escribo, creo que podría estar pecando ya que Él quiere que manifieste estas cosas para que Su Nombre sea más glorificado y para animar a los católicos a renunciar al miedo y a lanzarse, en Espíritu Santo y fuego, a anunciar la Buena Nueva a los cuatro vientos. Parte humana de la Iglesia visible parece caerse a pedazos por la maldita infiltración de crápulas de inveterada sodomía sostenidos (plausiblemente adredañas) desde la silla petrina, pero, al mismo tiempo, la Virgen Santa está armando doquiera su milicia que brinda davídica batalla frente a los enemigos de la Redención. Valga el anterior e ínfimo proemio, como cifrada respuesta a la crisis “puto-progresista", que nos turba y ensordece con sus atronadores reportes de iscariotismos, desfalcos y degenerados jolgorios en el lugar santo. 

He aquí que a pesar de la multitud de nuestros pecados, Dios ejecuta Su obra salvífica en el orbe todo, incluso en el Himalaya, donde inmerecidamente misionamos. Digamos, entonces, dos palabras sobre lo que está pasando en nuestra base misional himaláyica. 

II. 

Hace mucho que el Espíritu Santo nos puso en el alma el anhelo de cooperar a la fundación del Monacato, eremítico o conventual, en el Himalaya ya que, hoy que tanto se habla de adaptarse a los famosos “signos de los tiempos", el mejor modo de convertir las tribus budistas no es la panfletería bíblica (y mucho menos la acción social) sino la implementación del Monacato en las alturas del Tíbet y aldeañas zonas, lo cual aún no existe, a pesar de que, según tenemos entendido, hace un tiempo, una benémerita Abadía alemana se ofreció a osar semejante gesta, la cual no pudo concretarse ya que el obispo nepalí de entonces les negó el permiso. 

Desde la absoluta pobreza de medios -de todo tipo-, después de recibir el placet de mi padre espiritual, me lancé a la segunda experiencia eremítica en el Himalaya. La primera, tan breve como experimental, fue en la “semana de Tinieblas", en carpa, bajo inclemente lluvia. Esta vez, por sólo dos días, fue en un refugio abandonado, en el que antaño paraban pastores transhumantes. 

¿Qué me llevó a esto? La actividad sísmica local, que en nuestra aldea se manifestó en la forma de temblor, pero en otros lares no fue sino un terremoto. El temblor fue breve y pronto entendí que Dios me llamaba a retirarme a una ermita a interceder ante Dios pidiendo perdón y clemencia al Señor de los Ejércitos para que no castigue al pueblo idólatra con un nuevo terremoto (hace no mucho hubo uno, el cual generó un importante éxodo humano). 

La noche anterior al temblor, providencialemente, le había preguntado a un terrateniente budista si conocía alguna cueva propicia para retirarme a orar. El hombre, movido por Dios y contento por la caridad que tratamos de hacer en la escuelita, me autorizó gustoso a usar la cabaña de transhumantes de marras, ubicada mucho más arriba de todas las demás casas, en un ignoto y deshabitado paraje llamado “Tetmu", donde antaño dos monjes budistas fallecidos vivían al modo eremítico. 

 

 himalaya

III. 

Los nativos se enteraron y varios trataron de disuadirme explicándome los peligros de retirarme a la casita abandonada. Los riesgos eran reales: fieras salvajes (osos, zorros,…), serpientes venenosas, arañas grandes y deslizamientos de lodo, que en estos días se llevaron el puente local y destrozaron ocho partes del camino. Sabíamos que el Señor nos iba a proteger porque él no permitirá que la fe divina caiga en descrédito ante los paganos que se busca convertir. Si bien tuve el teresiano privilegio de caerme unas quince veces patinando entre rocas y espinas y de gozar la lluvia que, para contribuir a la simbólica corredentora ofrenda, generosamente se dignó entrar por los numerosos agujeros del techo del derelicto refugio. 

IIII. 

Lo que más padecí no fue la carencia de luz sino la del binomio silla-mesa, tan elemental en la Cristiandad y tan ignorado en los lares del Buda. La realidad es que si hay algo que no me sale (ni quiero que me salga) es la pose yóguica. Necesito una silla y una mesa, de lo contrario no sólo la perseverancia en el uso de la inteligencia se vería afectada, sino que los calambres no tardarían en llegar. 

El retiro fue magnífico. Fue una lluvia de gracias, espirituales y apostólicas y me mueve a exhortar a los católicos que sueñen con vivir una experiencia mística en el Himalaya a que, con tal que tengan el placet de su confesor o padre espiritual, se retiren unos días a estas bellísimas alturas montañosas, lo cual atraerá a los paganos al gremio de nuestra santa Religión Católica, la única divinamente fundada. El día en que muchos católicos, sea por breves períodos, sea a perpetuidad, sea solos, sea en comunidad, se retiren monacalmente al Himalaya a adorar a Jesucristo (sin ningún coqueteo o concesión para con los extravíos orientalistas), muchos paganos se verán atraídos a venir al Cristianismo pues descubrirán que nuestra divina Religión no es ni biblismo puritano ni colonialismo foráneo ni asistencialismo materialista sino espiritualidad robusta y contemplativa, y no cualquier espiritualidad sino la única divinamente inspirada

V. 

¿Cuáles fueron las reacciones visibles de los paganos? Aún las estamos viendo, pero contamos lo que oímos… 

Un profesor budista dijo a su los de su casa: “el Padre fue a rezar… Ergo ya no podemos temer las catástrofes naturales”. Varios días después su hija, contenta y convencida del poder de la plegaria sacerdotal, me lo volvió a recordar. 

Un maestro budista, llamado Tektup Lepcha, soñó algo que él interpretó así: que yo era un ángel que venía a rescatar a los nativos de los demonios que venían desde la zona de enfrente. Tektup, alarmado, visitó a la profesora Repzong Lepcha (también budista), quien me lo contó feliz. Dios sabe que los Lepchas, como los islámicos, valoran grandemente los sueños y  suelen tomarlos como signos sobre o preternaturales. 

De todos modos, el argumento para implantar el Monacato en el Himalaya no es el sueño de un vecino -por más obstinadamente budista que sea- ni el comentario de otro tal, sino la urgencia de mostrarles a los tibetanos que lo más preciado que ellos tienen (el Monacato), también lo tiene el Catolicismo, mas, he aquí la esencial diferencia, no se centra en el propio yo (real o aparente) ni se apoya en las propias fuerzas (como sí lo hacen los lamas), sino que se centra en Dios y es sostenido por Su gracia. 

Nuestra módica experiencia, muchos menos exigente que un simple ejercicio ignaciano, no pasa del rango de episodio anecdótico y el sueño del vecino bien pudo haber sido un sub-producto de su sub-consciente, pero este intento, a pesar de su insignificancia, es un grano de mostaza que aspira a cooperar instrumentalmente -por vía de la súplica y la exhortación- al advenimiento del Monacato Católico en el Himalaya. 

¡Monjes y anacoretas de Dios… el Himalaya os espera! 

¡La mies está pronta! 

Padre Federico, S.E. 

Misionero en el Himalaya 

16-20/IX/18