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25.07.18

Cáncer misionero

Me llamo Jesús María Sanz Sacristán, tengo 56 años y soy médico de familia (médico de cabecera) en Madrid (España).

Quiero dar mi testimonio en mi enfermedad actual. Lo primero de todo es que es muy difícil ser a la vez médico y enfermo. Es difícil ante enfermedades graves porque sabes muchas veces cómo van a evolucionar.

Hace 3 años y medio tuve un cáncer de cólon cogido a tiempo de un modo casual. Se detectó tras una analítica con pequeñas alteraciones. Siguiendo los protocolos médicos me hicieron cirugía y luego, por haber roto un poco la pared intestinal, recibí durante 6 meses 12 ciclos de quimioterapia.

Así seguí controles cada 3 meses hasta los 3 años de haber empezado la enfermedad.

Todo iba bien.

A los 3 años me quitaron un reservorio subcutáneo que me habían puesto en el lado derecho del tórax al ir todo bien. Las revisiones iban a ser cada 6 meses. Pero al ir saliendo pequeñas alteraciones en las pruebas de imagen, tuvieron que seguir haciendo revisiones cada 2-3 meses.

Desde mediados de junio he empezado con dolor abdominal en la zona derecha del hígado. Además, las pruebas de imagen muestran lo que llamamos lesiones ocupantes de espacio (LOES) que, al principio, no estaban y que podrían ser lesiones infecciosas-inflamatorias o cancerígenas, junto a otras alteraciones que no estaban claras: alteraciones en la vía biliar intrahepática, líquido libre, etc.

Hace 3.5 años, cuando surgió el cáncer, me agarré a Dios, y sufrí con Cristo todo el proceso, muchas veces duro. Recibí en aquel momento el Sacramento de la Unción de Enfermos, que me ayudó en el alma y en el cuerpo.

La situación actual es, desde hace semanas, de más incertidumbre pues, al no saberse si son lesiones infecciosas o cancerígenas y al seguir con dolor contínuo desde hace 3 semanas, probablemente me tengan que someter a una cirugía que me quite algún segmento del hígado y tratar de encontrar la causa. A pesar de una dosis alta de varios antibióticos, no se quita el dolor.

He estado a punto de ingresar en el hospital en algunas ocasiones y tras la última prueba (una resonancia magnética y colangiorresonancia) se acelerarán las decisiones.

Como médico y como cristiano he decidido volver a aceptar el dolor, como si fuese la cruz de Cristo, y aplicar ese dolor por las misiones, por mi familia, amigos y personas que lo necesitan. En concreto, hay pueblos a los que nunca llegó la Fe de la Iglesia y quiero ayudar a que llegue.

Lo que quiero es curarme y obedezco lo mejor que puedo a mis compañeros. He recibido los Sacramentos de la Unción de Enfermos y la Comunión. Quiero curarme, pero, sobre todo, quiero hacer la voluntad de Dios. Mi cuerpo nos pertenece a Él y a mí, y es el vehículo que me ha dado para llegar al cielo.

Todo lo anterior no me quita el dolor, tengo menos fuerzas y me siento frágil y débil. Pero, como decía San Pablo, cuando soy débil entonces soy fuerte (porque es Jesucristo el que me lleva).

No sé qué saldrá para mi salud de todo esto; solo sé que me está haciendo un gran bien a mi alma, a pesar del sufrimiento del cuerpo y la mente. El buen Padre Dios nos ama y desea para nosotros lo mejor.

Sufrir la incertidumbre durante algunas semanas a pesar de los mejores medios y hospitales, nos lleva a entender y comprender mejor a nuestros pacientes y a hacernos pacientes. En la Misa del último domingo (preciosa) se hablaba de que Dios no introdujo la muerte, sino que esta entró por el mal y también que tener Fe nos ayuda, si Dios quiere, a curarnos, como hace con personas muy enfermas a las que cura cuando están muy cerca de la muerte.

Si eres médico o paciente, solo puedo decirte que el dolor tiene sentido; (…) tenemos un Padre que aceptó el dolor de su Hijo en la Cruz y que nos pide que le ayudemos a completar su obra para bien de todos nuestros hermanos.

Atentamente, 

                            Jesús Mª Sanz

                            Médico de familia. Madrid. España.

19.07.18

Testimonio de una madre heroica que venció a los aborteros

Estaba embarazada de nuestro tercer hijo cuando empecé a sentir un fuerte dolor en el estómago. Como era nuestro tercer hijo, sabía bien que no era un problema relacionado con el embarazo. Mi esposo sabe cuánto odio las citas con el médico y organizó sin mi conocimiento una cita con un especialista. Este último solicitó una biopsia, luego me puso en las manos de un gran oncólogo en París. Después me auscultó y me dijo que tenía cáncer y que necesitaba operarme muy rápidamente debido a mi corta edad. Esto no podía esperar hasta el final del embarazo. Y dijo sin rodeos que yo debía eliminar al niño.

Gracias al Espíritu Santo, pronuncié un grito del corazón y expliqué a ese médico que no era una opción que yo abortara. Este último explicó que la operación no podía tener lugar sin aborto. Insistí mucho en que estaba fuera de todo planteamiento que yo abortara. Él no lo podía comprender, porque ya teníamos un niño y una niña, por lo que no veía donde estaba el problema.

Cansado por mi insistencia, me mandó a ver a un compañero ginecólogo, un gran ginecólogo en París. Este invirtió tiempo en explicarme que debido a la operación, el bebé se convertiría en un vegetal y que era mejor que abortara. Otra vez le expliqué que el aborto no era una opción.


Gracias a Dios, mi esposo me apoyó completamente en esta elección.


Teníamos 3 días para organizar la custodia de nuestros dos niñitos. Una cadena de oración entre nuestras familias y amigos se organizó sin que nosotros lo supiéramos. A las cinco de la mañana, justo antes de la operación, el primer médico al que me había enviado mi esposo le telefoneó para darle un consejo. Realmente fue el fruto del Espíritu Santo… ¡el pequeño doctor dio un consejo sobre un gran punto! ¡Realizar una revisión final mientras estaba dormida para tener seguro, a pesar de las biopsias, que tenía cáncer! ¡El consejo expresaba una duda sobre el veredicto del gran oncólogo!


Cuando me desperté, no había sido intervenida, no fue más una cuestión de cáncer y el bebé estaba perfectamente. ¡Gloria a Dios!


Nunca supimos si fue un error de diagnóstico de mi médico o si se obró un milagro. Pero siempre nos imaginamos que Dios vino a nuestro rescate.

Hortense Callens (Francia)

12.07.18