La luminosa presencia de Dios
Es cierto: existen días en los cuales la mente está a oscuras, y el corazón frío… donde todo se traba, donde la intuición nos abandona, los sentidos fallan y las certezas se vuelven tan tenues que sólo con gran esfuerzo podés verlas…
Existen días así: todos los tenemos.
En esos días, no te olvides que esta tierra es real, pero sólo una sombra en comparación con la Vida para la cual fuiste creado… Que cada obstáculo, frustración o tristeza se haga “nostalgia del Cielo…“, y esperanza.
Pero también hay días -¡Bendito Dios!- en que todo, todo, TODO se hace claro, no ya como el agua, sino como el mismo Sol.
A veces tanta claridad encandila y enceguece por momentos… Tanto calor, tanta vida, tanta fuerza se manifiestan juntas, que existe el riesgo de ser avasallado por ellas…
Es Dios, ¡sí!, ¡DIOS!, que, saliendo de su discreta habitual manera de estar, se te “planta", indudable, casi tangible, en el centro del corazón… Y desde ahí, todo lo demás tiene su nombre y su huella… todo es vestigio de su paso y de su mano creadora, reflejo de la infinita belleza de su Rostro…
Existen días así: pletóricos de vida y de poesía, donde todo fluye y armoniza, donde las cosas se dan con la sincronización perfecta de una “onda verde” divina y exacta…
Existen días así, preludio del Día sin ocaso del Cielo, anticipo y pregustación de la alegría que Cristo nos ganó con su Pascua…
¡DIOS! ¡PADRE MÍO! ¡GRACIAS!
Que en los días parecidos a los primeros, no me olvide de tantos como los segundos.
P. Leandro Bonnin, Julio de 2015
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