8.04.19

La Semana Santa y los poetas. A propósito del libro de Yolanda Obregón

Decía John Henry Newman que el cristianismo es “una historia sobrenatural casi escenificada: nos dice lo que es su autor diciéndonos qué es lo que ha hecho”. Esta historia, por divina, resulta profundamente humana. Su espacio y su relato conciernen al mundo, al ámbito de nuestras más profundas vivencias.

Se dice que, en la posmodernidad, hemos dejado la morada reconocible de la que nos sentíamos tranquilos habitantes y olvidado las palabras de familia. La visión instrumental de las cosas nos envolvió en un laberinto en el que el yo, sumido en el naufragio, se vio huérfano de puntos de referencia, como un superviviente en medio del océano o un caminante desorientado en el desierto.

La Semana Santa saca a las calles un espacio y un tiempo, evoca un relato, sitúa en primer plano la carne de Cristo, nuestra pura humanidad, aquella que se resiste, pese a todo, a la total asimilación con las bestias o a la total claudicación ante la superioridad insensible de las máquinas.

Esta aceptación de lo que somos no es altiva, sino humilde. Como humilde es la proximidad de Cristo, el Nazareno. Lope de Vega, al recrear el momento en el que Jesús es crucificado, se dirige a María: “Mirad, Reina de los cielos,/ si el mismo Señor es este,/ cuyas carnes parecían/ de azucenas y claveles”. Y añade: “pero bien cabrá en la cruz/ el que cupo en el pesebre”. La cruz y el pesebre, el nacimiento y la muerte, vinculados por la memoria del amor que no cede al chantaje del olvido.

El drama de la Semana Santa – cifra de la pulsión de la vida, de los amores concretos, de los rostros queridos, de los dolores que duelen también a uno mismo – es denuncia y esperanza, es noche y día. La tierra de los hombres, la nuestra, se ve retratada en su dureza: “Triste de la tierra dura./ Triste del amargo pueblo./ Tierra triste, tierra amarga,/ oh mundo lleno de muertos” (Carlos Bousoño).

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28.03.19

Aborto en Nueva York

Se me podrá acusar de lo que sea. De abortista, no. De enemigo de los EEUU, tampoco. Me ha encantado – en un pasado que para mí es reciente – haber visitado Nueva York. He visto allí una presencia de los católicos en la Misa de la catedral que me ha llamado la atención.

Nada comparable con otros templos cristianos en esa enorme ciudad. La catedral católica - por su ubicación, por la enorme asistencia de fieles, por su cuidada liturgia – impresiona verdaderamente.

En la página web de la Archidiócesis de Nueva York leo: “Nueva York tiene ahora las leyes de aborto más liberales de la nación”.

Esta afirmación general se desglosa en los siguientes puntos:

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22.03.19

Los canónigos, el culto y la cultura

El próximo domingo 31 de marzo, a las  17.30, en la Santa Iglesia Catedral de Tui tomarán posesión de sus cargos cuatro nuevos canónigos: D. José Vidal, D. Fernando Cerezo, D. Manuel González y  D. Daniel Goberna.

Cuando era un joven seminarista en Tui  - y alumno del Instituto de Enseñanza Secundaria “San Paio” de esa misma ciudad – no sabría definir, en abstracto, qué significaba ser canónigo. Pero teníamos, los seminaristas y los demás alumnos del Instituto, una referencia muy próxima y concreta de la canonjía: D. Basilio.

Este sacerdote inolvidable era profesor del Instituto y también canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Era el “Muy Ilustre Señor Don Basilio González Domínguez”, canónigo magistral de la Catedral. “Canónigo magistral”, como D. Fermín de Pas, el famoso magistral de “La Regenta”.

Pero D. Basilio no era como D. Fermín. Ambos, el personaje real y el de ficción, se ocupaban de predicar en las solemnes funciones del Cabildo. Ambos predicaban muy bien. Uno creía lo que decía – D. Basilio - ; el otro quizá lo creía, en la práctica, un poco menos.

D. Basilio era muy devoto del bienaventurado Pedro González Telmo, san Telmo, patrono de la ciudad de Tui y de su Obispado. Sobre san Telmo escribió un delicioso libro: “Biografía ascética de San Pedro González Telmo”; un texto piadoso y culto, devoto y literario. Un texto que siempre merece la pena leer.

De San Telmo, eso creo, me llegó a mí la canonjía en 2008. De San Telmo y del entonces obispo de Tui-Vigo, D. José Diéguez Reboredo, quien convocó un “Sínodo Diocesano” que – todavía hoy – constituye un punto obligado de referencia para los católicos de esta diócesis.

Tuve ocasión, un poco antes de mi nombramiento, de investigar someramente sobre San Telmo y de tomar conciencia renovada – enlazando con mi lectura juvenil del libro de D. Basilio – de la importancia de nuestro patrono, de la enorme difusión de su culto y del privilegio que tiene nuestra catedral de albergar sus reliquias. Modestamente, escribí una pequeña biografía sobre “San Telmo, el beato Pedro González” y hasta una “Novena a San Telmo”.

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6.03.19

Miércoles de Ceniza, peregrinación y combate

(Homilía en la SIC de Tui, 6-III-2019)

Al comienzo de la Cuaresma, en esta Santa Iglesia Catedral donde se venera a San Telmo, es oportuno recordar el núcleo de su método evangelizador y misionero: La predicación, el anuncio de la palabra de Dios que juzga y salva, y la atención a cada uno en el sacramento de la Penitencia, expresión de la máxima personalización de lo cristiano. Queremos escuchar la Palabra de Dios, dejarnos conmover por ella y encaminarnos a la Penitencia.

Comenzamos un tiempo de “peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia” (Benedicto XVI). La Cuaresma es un camino, un itinerario, una peregrinación, cuya meta es Dios, de quien brota la misericordia. El profeta Joel llama a esta peregrinación; a la conversión: “Ahora…. Convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso”.

Caminar hacia Dios supone reconocer nuestro pecado. Como decía Pascal: “nosotros no podemos conocer bien a Dios más que conociendo nuestras iniquidades”. Y añadía: “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”. Algo similar encontramos en el maravilloso Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”, “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

En esta peregrinación, Dios nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino con la intensa alegría de la Pascua. En la desolación de nuestra miseria, de nuestra soledad. En el desierto de la oscuridad, donde ya no parece haber lugar para la esperanza, Dios se hace presente. No permite, por su bondad, que triunfe sobre nuestra alma la tentación de la falta de esperanza, la angustia de pensar que la Iglesia de Cristo parezca abocada a su final en la tierra, a un viernes santo sin mañana de gloria. La misericordia de Dios, que pone un límite al mal, pone freno también a nuestra desesperanza.

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2.03.19

El corazón y la boca

“La palabra revela el corazón de la persona”, dice el Eclesiástico (27,6). La palabra es, probablemente, el signo – el símbolo - más espiritual que existe. Pero no deja de ser signo; es, por consiguiente, una realidad sacramental, simbólica, que apunta, desde su materialidad casi mínima –aunque inseparable del cuerpo - , más allá de sí misma.

Como escribe un teólogo: “el cuerpo posee un lenguaje que la palabra ayuda a formular” y “la palabra necesita un espacio donde pronunciarse, espacio que el cuerpo le ofrece” (José Granados). El cuerpo se expresa con ayuda de la palabra, que espiritualiza el cuerpo; aunque no haya, para nosotros, una pura palabra que prescinda de la necesaria mediación “corporal”, material, sacramental.

La palabra revela – expresa – lo que somos. Y el corazón es la cifra y el resumen de ese nuestro ser. Si hay coherencia, lo exterior expresa lo interior. Si hay disonancia, no estaríamos en el reino de la autenticidad, sino en el dominio de la hipocresía. Un reino, el de la doblez, que nada tiene que ver con el reinado de Cristo, que es el de la verdad y la vida.

En Jesucristo palabra y ser se identifican. Él es, en Persona, la Palabra. Él es, en Persona, la Verdad. Él es la Vida. En nosotros, la coherencia es menor. A veces somos peores de lo que aparentamos ser. Otras, somos mejores. En cualquier caso, la Sagrada Escritura, testimonio de la Palabra de Dios, nos anima a que nuestra palabra sea adecuada a nuestro ser. Y que nuestro ser, en su núcleo íntimo, en el corazón, se asimile al Corazón de Cristo.

A veces, con el corazón y hasta con la boca – con la palabra – tendremos que corregir a los hermanos (cf Lc 6,39-45). Sin juzgar, en el sentido de que debemos evitar siempre ponernos en el lugar de Dios y, sobre todo, gozarnos del mal del otro. La justicia no es amiga del linchamiento, ni de la histeria, ni del querer quedar bien con todos, a costa de lo que sea.

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