Para quien tenga interés: Presentación de “FIERI. art & theology”
Seminario Mayor de Vigo, 2 de marzo de 2011.
Hay tres razones por las que me resulta grato presentar el catálogo de la exposición “FIERI. art & theology”, por otra parte tan bellamente editado: Una razón institucional, una razón teológica y una razón pastoral.
1. Una razón institucional
El 7 de marzo de 2000 la Congregación para la Educación Católica concedió, mediante el correspondiente decreto, la afiliación del Instituto Teológico “San José” de Vigo a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Comenzaba así nuestro Centro su andadura, con la finalidad de que los alumnos que aquí cursasen los Estudios Eclesiásticos pudiesen obtener, tras el examen de grado, la conveniente titulación universitaria, con reconocimiento canónico y civil. En un período relativamente corto de tiempo (desde el curso 1999-2000 al curso 2010-2011), contamos con más de veinte egresados, algunos de ellos ya sacerdotes y otros, al menos en el momento de acceder a la titulación, todavía candidatos al sacerdocio.
En los Estatutos del Instituto Teológico se señalan tres objetivos como fines del Centro:
1. Impartir las disciplinas correspondientes al ciclo institucional de Estudios Eclesiásticos.
2. Capacitar a los alumnos para su futuro ministerio pastoral, mediante una formación integral.
3. Fomentar la investigación y la difusión de las ciencias eclesiásticas.
En el “perfil del egresado” se concretan aun más estos objetivos, indicando que los alumnos, con la iluminación de la fe intelectualmente bien pensada deben haber adquirido, al término de su formación, “conocimiento de los grandes problemas del hombre, de la actual situación histórico-religiosa, de las aportaciones de los pensadores relevantes en la cultura humana y de las corrientes del saber teológico”.
No cabe duda de que el arte no es ajeno a los grandes problemas del hombre. Más bien los expresa y los formula con un lenguaje del todo propio.
Pero a un Instituto Teológico – como a cualquier otro centro de formación – no sólo se le exigen objetivos, sino también resultados, tanto en los egresados como en el personal académico.
No creo exagerar si afirmo que, entre los resultados recientes del programa formativo, el catálogo “FIERI. art & theology” ocupa, por méritos propios, un lugar destacado. En la preparación de la exposición – y en la elaboración del catálogo - han participado de modo activo los alumnos y gran parte de los profesores del Instituto Teológico. La formación de los alumnos ha de ser integral y, por ello, no puede limitarse exclusivamente a la asistencia a las clases. Asimismo, los profesores son, sobre todo, acompañantes y tutores de ese proceso de aprendizaje y de formación que ha de ser siempre un proceso vivo.
2. Una razón teológica
Entre arte y teología existe una relación de connaturalidad, de afinidad, de simpatía. Si se me permite emplear una terminología kantiana, diría que el arte es expresión “fenoménica” del reino “nouménico” del valor. En el arte, la realidad se manifiesta, se “revela”, se encarna.
La teología encuentra precisamente en la categoría de “revelación” su categoría fundamental. Toda la teología tiene como principio objetivo la “revelatio”; en su doble acepción de manifestación (“revelatio”) y de ocultamiento (“re-velatio”; volver a velar). Y si tuviésemos que destacar una característica de la revelación podríamos aludir, sin forzar la naturaleza de las cosas, a su carácter simbólico y sacramental.
La revelación es simbólica porque, desde las realidades de este mundo, se nos remite a otras realidades que trascienden este mundo. La revelación es sacramental porque las obras y las palabras están intrínsecamente conectadas, de modo semejante a como, salvadas las distancias, en el catálogo de una exposición se aúnan las imágenes y los textos.
En definitiva, la ley básica de la economía de la revelación es la encarnación. El “Todo” se da en el “fragmento”, el Misterio irrumpe en el acontecimiento histórico y el fulgor de la divinidad resplandece en la carne de Jesús de Nazaret, el Señor.
No puede extrañarnos que una pensadora tan sutil como Simone Weil escribiese: “En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Existe casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuyo signo es la belleza. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto todo arte es, por su esencia, religioso”.
Mucho antes de que naciese Simone Weil, San Juan Damasceno, frente a los iconoclastas, reivindicaba la legitimidad de las imágenes sagradas apelando al acontecimiento de la Encarnación: “En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios”.
Como la obra de arte puede expresar la belleza, sin aprisionarla, así en la revelación Dios se acerca y se da a conocer sin suprimir la distancia ontológica que diferencia al Creador de la criatura.
La saludable sacudida que produce la belleza despierta al hombre para abrirse a lo que está por encima de él: “La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”, escribía Dostoievski. En estas palabras resuena la enseñanza de Jesús: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt 4, 4).
En la Eucaristía, clave de bóveda del edificio del cristianismo, la materia es transustanciada por la acción del Espíritu Santo y por la eficacia creadora de la palabra de Cristo. Como un artista que convierte un bloque de mármol en una escultura, así Dios anticipa, en el Sacramento, un nuevo cielo y una tierra nueva.
Arte y teología, en definitiva, nos empujan a atravesar el umbral de la esperanza, y nos permiten así pregustar la salvación.