14.09.11

A propósito de un “Preámbulo Doctrinal”

He leído el comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede sobre el encuentro mantenido en el día de hoy, 14-X-2011, entre la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Me parece un comunicado muy interesante. No solo por lo que dice, sino por lo que promete: “la Congregación para la Doctrina de la Fe considera como base fundamental para alcanzar la plena reconciliación con la Sede Apostólica la aceptación del texto del ‘Preámbulo Doctrinal’ que ha sido entregado durante el encuentro del 14 de septiembre de 2011”.

Se menciona explícitamente un “Preámbulo doctrinal”; es decir, un punto de partida, una especie de base común que ha servir de supuesto para abordar cuestiones posteriores. Y no olvidemos el adjetivo: “doctrinal”, concerniente a la doctrina. No se trata solo de disciplina o de ritos, sino de doctrina.

¿De qué trata tal “Preámbulo”? Según la Sala de Prensa, “enuncia algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad al Magisterio de la Iglesia y el ‘sentire cum Ecclesia’, dejando al mismo tiempo a la legítima discusión el estudio y la explicación teológica de determinadas expresiones o formulaciones presentes en los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio sucesivo”.

Cuando se conozca ese “Preámbulo”, su aportación a la gnoseología teológica será, cabe suponer, de gran valor. Ayudará a discernir cómo compaginar la fidelidad al Magisterio, también al Magisterio ordinario no infalible –fidelidad que se le pide a todo católico-, con la legitimidad, y podríamos decir incluso con la necesidad, de mejorar y aun discutir teológicamente determinadas formulaciones concretas.

En algún sitio he leído que “porque los dogmas son verdaderos, pueden ser interpretados”. Obviamente, no de cualquier manera, ya que tratándose de “dogmas” en sentido estricto se fija no solo un contenido sino también un lenguaje. Si esta apertura a la interpretación cabe en el magisterio extraordinario, mucho más puede caber en el magisterio ordinario y, sobe todo, en el magisterio ordinario no infalible.

Debe quedar claro que jamás se puede interpretar un “dogma” en contra de lo que dice expresamente y tampoco en contra del sentir de la Iglesia, de su tradición, de su catolicidad, de su universalidad. Clarificar las posibilidades de recta interpretación en lo que atañe al Magisterio ordinario no infalible será un gran servicio que este “Preámbulo”, si se hace público, puede prestar a todos.

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11.09.11

Confesarse y confesar

Leía hoy, en el “Oficio de lectura", el comienzo del sermón de San Agustín sobre los pastores: “No acabáis de aprender ahora precisamente que toda nuestra esperanza radica en Cristo y que él es toda nuestra verdadera y saludable gloria, pues pertenecéis a la grey de aquel que dirige y apacienta a Israel".

Nuestra esperanza, nuestra gloria y nuestro Pastor es Cristo. Es muy importante no dudar al respecto. Sin Cristo todo quedaría privado de fundamento, de soporte, de razón de ser. Cristo, el Señor, es la revelación del Padre y es, a la vez, la Cabeza y el Esposo de la Iglesia.

El ministerio pastoral, sin Él, no sería nada. Ha sido Él quien nos ha hecho pastores a los sacerdotes - y , por excelencia, a los obispos - “según su dignación y no según nuestros méritos". Si el Señor ha querido que hubiese pastores ha sido únicamente con vistas al bien de su pueblo. Y jamás quien desempeña este ministerio debe olvidar dos cosas: que es cristiano y que, para ayudar a otros cristianos, es también pastor.

Un sacerdote - y un obispo - es, ante todo, un fiel cristiano. Como tal tiene una sola meta en su vida: llegar a Dios. Además, por el hecho de ser pastor, carga con un peso añadido; colaborar para que los demás lleguen también a Dios: “Son muchos los cristianos que no son obispos y llegan a Dios por un camino más fácil y moviéndose con tanta mayor agilidad, cuanto que llevan a la espalda un peso menor. Nosotros, en cambio, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir a Dios cuentas de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio".

Si San Agustín tiene razón, y yo creo que sí la tiene, los obispos habrán de dar cuentas a Dios doblemente. Y, junto a ellos, también los sacerdotes. Sería muy triste que, al final de la jornada, nuestras manos estuviesen completamente vacías. Mucho más que estuviesen manchadas. Pero, habiendo dado cuenta de nuestra pobre vida, nos quedaría aún dar cuenta de nuestro ministerio; del bien que hemos dejado hacer a Dios a través de nosotros o del bien que hemos impedido. O hasta del mal propiciado.

Dios hace el bien a través de sus sacerdotes de un modo destacadísimo en el sacramento de la Penitencia. Dios se complace en perdonar y ha querido instituir un sacramento - un signo sensible y eficaz - de esa voluntad suya. Un ministro del perdón es, antes que nada, un beneficiario del mismo. Parafraseando a San Agustín se podría decir: “con vosotros, penitentes; para vosotros, confesores".

Sí, primero penitentes. Porque un sacerdote es un ser humano. Es como cualquier otro hombre capaz de lo mejor y de lo peor. De ser dócil a la gracia o de traicionarla. De confesar a Cristo o de negarlo. Él es el primero que necesita oír las palabras de la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Desde esa humildad, desde ese realismo, se sabe también ministro, instrumento, del que el Señor se sirve para perdonar a otros. El sacerdote es siempre un recuerdo de que hay cosas que no podemos darnos a nosotros mismos, sino que nos vienen dadas como un regalo, como un don inmerecido: por antonomasia, la Eucaristía y el perdón.

Desde el comienzo de la Iglesia, se ha ejercitado esa mediación. La historia del sacramento de la Penitencia es singular. Muchas veces se ha querido evitar el rigorismo, en la conciencia de que no es lícito acotar la infinita misericordia de Dios.

Pese a los cambios históricos, la estructura fundamental del sacramento ha sido siempre la misma: por una parte están los actos del hombre - la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción - y por otra la acción de Dios por ministerio de la Iglesia.

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10.09.11

El perdón indivisible

Homilía para el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Dios es “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102). La misericordia de Dios tiene por objeto nuestra miseria, nuestras debilidades y pecados. Él es rico en misericordia porque ofrece a los pecadores el perdón por la penitencia sin ninguna limitación. Como explica Benedicto XVI: “A pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar ‘obstinado’, y nos envuelve en su inagotable ternura”.

La vida de nuestro Señor Jesucristo, y de modo particular su Cruz, revelan la misericordia de Dios. Si el misericordioso es aquel que se deja conmover y que se inclina para atender a las necesidades de otro, no cabe pensar inclinación más profunda que la Cruz. Cristo, dice santo Tomás de Aquino, no solo es misericordioso por la aprehensión de nuestra miseria - porque en cuanto Dios conoce la pasta de que estamos hechos – sino que lo es también por la experiencia, “y así es como Cristo, de modo principalísimo en la Pasión, probó en carne propia la miseria nuestra”. Por eso la enseña, la manda y la ejercita.

En la oración del Padrenuestro el Señor nos enseñó a pedir: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Catecismo Joven de la Iglesia Católica (Youcat) explica el sentido de esta petición: “El perdón misericordioso, que nosotros concedemos a otros y que buscamos nosotros mismos, es indivisible. Si nosotros mismos no somos misericordiosos y no nos perdonamos mutuamente, la misericordia de Dios no puede penetrar en nuestro corazón” (n. 524). Un corazón cerrado a la acción de la gracia hace imposible el perdón y bloquea nuestra participación en la misericordia de Dios.

El libro del Eclesiástico pone de relieve la contradicción en la que incurre la persona rencorosa, vengativa e inclemente: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?” (Eclo 28,3-4).

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7.09.11

¿Pluralismo teológico o disolución de la fe?

El “pluralismo” es un modo de pensamiento y una actitud que reconoce la pluralidad de doctrinas o de posiciones. No solo reconoce ese hecho, la pluralidad, sino que lo acepta como algo valioso, digno de ser considerado y promovido. En el ámbito teológico, el “pluralismo” apuesta por la variedad de “las teologías” y por las diferencias de enfoque en cada rama de la teología: no una cristología, sino muchas; no una antropología teológica, sino muchas; no una eclesiología, sino muchas.

No siempre quienes reivindican el pluralismo lo practican. En ocasiones el término “pluralismo” equivale a poco más que a una etiqueta formal: “ser pluralista” vendría a significar, en la práctica, a “pensar más o menos como yo pienso”. Quienes se quedasen fuera de lo que yo pienso pasarían a engrosar, lo quieran o no, la lista negra de los “monolíticos” o, peor aun, de los “fundamentalistas”. Naturalmente se da por descontado que el sospechoso de “fundamentalismo” queda desterrado de la república de la razón y condenado al ostracismo de la tribu, de la reserva. Se le tolerará, en el mejor de los casos, como se sobrelleva la presencia de un elemento molesto.

Los más afanosos en presentarse como “pluralistas” son curiosamente, en la práctica, los más propensos a identificarse con el “pensamiento dominante”, con esa forma de entender la vida de la que uno en público no se atreve fácilmente a discrepar. Un “pluralista” de pro será partidario del “derecho” al aborto, de acatar la voluntad “suprema” del Parlamento en todo lo divino y lo humano, de servir a quienes en realidad mandan en el mundo.

Pero no deseo satanizar un término. No hay, más allá de su uso coyuntural en ciertos ambientes, razones para abominar de él. Ni siquiera me puedo oponer al “pluralismo teológico”, siempre y cuando pueda seguir siendo calificado como “teológico”. Para un católico la teología es la ciencia que tiene como principio objetivo de conocimiento la revelación y como principio subjetivo de conocimiento la fe. Y cuando digo fe me refiero a la “fides Ecclesiae”, a la fe eclesial que precede, conforma y normativiza la fe personal del teólogo católico.

No es una novedad afirmar que en todas las épocas de la historia ha habido pluralidad de escuelas, distintos modos de pensar y de decir, distintas maneras de expresar lo recibido, la tradición que se remonta a Cristo y a los apóstoles. Incluso en el Nuevo Testamento podemos ver que, diciendo sustancialmente lo mismo, no lo dicen del mismo modo, pongamos por caso, san Mateo, san Juan o san Pablo.

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6.09.11

La búsqueda de la verdad: De Newman a Benedicto XVI

El Instituto Teológico Compostelano está celebrando, desde el 5 al 7 de septiembre, las XII Jornadas de Teología con el título: “Que resuene en el corazón de Europa: Prioridad de la pregunta por Dios”, haciéndose así eco de la petición del papa en su visita a Santiago de Compostela.

Los tres días se han organizado en conformidad con el siguiente programa: el día 5: “A la búsqueda de sentido"; el día 6: “El diálogo entre la razón y la fe en la cultura hispana"; y el 7, “Propuestas de futuro".

Los organizadores han tenido la amabilidad de invitarme a pronunciar una conferencia el primer día sobre “La búsqueda de la verdad desde Newman hasta Benedicto XVI". El texto de todas las ponencias se publicará pronto en un volumen editado por el Instituto Teológico Compostelano.

Para los que siguen este blog les ofrezco la conclusión de mi intervención. Espero que sea de su interés:

La escucha de las aportaciones y propuestas del beato John Henry Newman y del papa Benedicto XVI se revelan como una bandera levantada en favor de la verdad y de la posibilidad del acceso personal a la misma. Esta apuesta por la verdad sigue siendo la gran aportación que el Cristianismo ha de hacer en nuestro tiempo.

Para Newman, en completa coherencia con su trayectoria vital, no cabe una separación entre religión y verdad. El conocimiento no se reduce al conocimiento científico ni la fe puede quedar relegada al ámbito del sentimiento o del entusiasmo. La fe es un modo de conocer perfectamente legítimo que se asemeja, desde el punto de vista epistemológico, a los procesos habituales con los que el hombre llega a la verdad.

En el conocimiento están implicadas todas las dimensiones del hombre. La toma de conciencia de este hecho ha de ampliar el uso de la razón, que no puede renunciar a ser racional pero tampoco a ser humana. La revelación cristiana se presenta como una verdad garantizada por Dios que incide de modo decisivo en la orientación de la propia existencia.

El Cristianismo, la religión de la Encarnación, no está llamado a caminar por los senderos de la mera opinión, sino por la vía de la certeza. En medio de los saberes del mundo, la revelación invita a los hombres a no mutilar lo real, a no renunciar a un saber tendencialmente universal.

En continuidad con el pensamiento de Newman, también el teólogo J. Ratzinger y el papa Benedicto XVI apuesta por situar la verdad en el centro del esfuerzo intelectual y de la tarea pastoral de la Iglesia. Frente al reto del relativismo, la Iglesia no puede intentar comprar su “derecho de ciudadanía” al precio de prescindir de la verdad. Y no puede hacerlo por un doble motivo: la fidelidad a Dios y la fidelidad a los hombres.

Mantener despierta la sensibilidad por la verdad se convierte en un compromiso inexcusable para todo cristiano, para todo hombre y, con mayor motivo, para los pastores de la Iglesia. Ha sido Cristo quien ha proclamado: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32). En realidad, conocer la verdad es conocerlo a Él y dejarse atraer por Él. Sin esta referencia, la Iglesia no tendría nada que decir al mundo y nada que aportar a la construcción de la sociedad.

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