19.05.12

Juan Pablo II, el papa universal

En su día la editorial CPL de Barcelona me propuso escribir una breve biografía del beato Juan Pablo II. Por razones personales tardé un poco en cumplir ese encargo. No por falta de ganas. Yo le debo mucho a Juan Pablo II. Para mí ha sido una ayuda esencial en el plano de la fe, en el de la vocación al sacerdocio, y hasta en la percepción de la belleza y de la actualidad de la propuesta cristiana para el mundo.

En muy pocas páginas – 27 – he intentado asumir el reto. En unos pocos capítulos: 1. Wadowice. 2. Estudiante, obrero y actor. 3. Sacerdote. 4. Obispo. 5. Sucesor de Pedro. 6. “¡No tengáis miedo!”. 7. La ciudad y el mundo. 8. El atentado. 9. La enseñanza del papa. 10. Los encuentros. 11. La muerte.

Reproduzco aquí la parte que habla de su vocación:

Sintió la llamada al sacerdocio y, en 1942, tomó la “decisión definitiva” – así lo escribirá él años más tarde – de entrar en el Seminario Mayor de Cracovia, que funcionaba de modo clandestino, y de comenzar los cursos de Teología en la Universidad Jaghellonica – también clandestina -, mientras seguía trabajando en la fábrica química Solvay. Tras el cese, en 1945, de la ocupación alemana pudo continuar sus estudios de manera ya oficial.

Al hablar de los orígenes de su vocación, Juan Pablo II ha destacado la “trayectoria mariana”. Sus recuerdos están llenos de referencias a la Virgen: a la Madre del Perpetuo Socorro, de la parroquia de Wadowice; a la devoción al escapulario de la Virgen del Carmen, difundida por los carmelitas de su localidad natal; y, ya en Cracovia, a María Auxiliadora, en la parroquia de los Salesianos. Igualmente, al santuario mariano de Kalwaria, el más importante de la archidiócesis de Cracovia.

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18.05.12

Una canción eucarística en lengua gallega

17.05.12

Un obispo molesto

Ha habido, a lo largo de la historia, obispos “molestos”. Uno de ellos fue San Juan Crisóstomo. Un obispo reformista que, al llegar, en contra de su voluntad, a la sede de Constantinopla emprendió la tarea de corregir al clero, suscitando desde el principio odios y envidias.

Pero la persona más incomodada por el patriarca de Constantinopla fue, quizá, la emperatriz Eudoxia. La emperatriz, amante del lujo de y de “las modas”, se sintió personalmente interpelada cuando Juan Crisóstomo, en uno de sus sermones, dijo: “Se enfurece de nuevo Herodías, desatina de rabia, de nuevo danza y quiere en un plato la cabeza de Juan”.

No parecía Juan Crisóstomo especialmente dotado para la diplomacia, para la habilidad, para la sagacidad, para el disimulo. Un “fallo” que pagó muy caro, siendo depuesto y desterrado en varias ocasiones. ¡Todo un Patriarca de Constantinopla!

Por tanto, no debemos sorprendernos en exceso si un obispo, a día de hoy, es repudiado por quienes tienen el mando. Que a un ciudadano, Obispo o no, se le condene al ostracismo social sin juicio previo y sin sentencia resulta cuanto menos preocupante. Que esta condena fuese protagonizada por un monarca cesaropapista tendría su pase. Que sea pronunciada en nombre del “pueblo”, de sus representantes en un Ayuntamiento, parece casi increíble. Pero la realidad, a veces, supera la ficción.

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14.05.12

La paga extra, a Cáritas

Algo me han dicho, algo he leído por ahí: Que los curas donen su paga extra a Cáritas. Me parece una buena iniciativa. Pero una iniciativa que, en cualquier caso, ha de partir del realismo. No son hoy los sacerdotes – creo que nunca lo han sido, salvo contadas excepciones individuales – un colectivo poderoso desde el punto de vista económico.

Los sacerdotes cobran – cobramos – un pequeño sueldo, más parecido a una pensioncita que a un salario al uso. Y no creo que dediquemos pocas horas a nuestra tarea… No obstante, la mentalidad que se nos ha infundido – y que hemos introyectado – es la de que el salario es solo una ayuda para poder vivir y, en consecuencia, desempeñar nuestro ministerio.

Si de golpe y porrazo desapareciese la famosa “X” de la Declaración de la Renta ese pequeño sueldo pasaría a ser literalmente nada y quedaríamos, los curas, al cabo de la calle. Lo que se ingresa en una parroquia – hablo en general – malamente da para intentar que la parroquia siga abierta y para procurar que no falte tampoco, en la medida de lo posible, la atención a los necesitados.

En mi parroquia al menos, y creo que en todas, esa partida, la de la atención a las personas más necesitadas, es siempre la partida mayor. Bien entendido que dentro de la modestia de las cifras que manejamos.

De todos modos, se entiende que se les pida a los curas que donen, si pueden, su paga extra. Se diga lo que se diga, la Iglesia es una comunidad de pobres. Pero ser pobre no es un obstáculo para ser generoso. Más aún, el pobre, quizá, puede sentirse más inclinado a ser generoso. Aunque haya, de corazón, ricos que son pobres y pobres que son ricos.

Estas invitaciones a excitar la generosidad de los sacerdotes – que apenas, con su salario, podrán atender a sus gastos básicos – se producen en un contexto extraño: Se le pide a la Iglesia Católica – que da más que nadie – que pague más impuestos (por ejemplo, el IBI), para que así pueda dar menos, para que así, a ser posible, desaparezca, ahogada por las deudas.

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12.05.12

Esto os mando

El Diccionario de la Real Academia Española define el amor, en una de sus acepciones, como el “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Así entendido, el amor es un sentimiento, un estado afectivo del ánimo.

Sin embargo, si nos atenemos a la enseñanza de la Escritura, el amor es más que un estado de ánimo. San Juan, en su primera carta, nos dice no solamente que “el amor es de Dios”, sino que “Dios es amor”. El amor no pertenece entonces únicamente a la esfera del sentir, sino a la esfera del ser, de la esencia, de aquello que constituye últimamente la naturaleza de las cosas. Los estados de ánimo son pasajeros; el ser es permanente.

Jesús, en el Evangelio, pide a los suyos un amor permanente: “permaneced en mi amor”; es decir, sed perseverantes en el amor (cf Jn 15,9-17). Y el modelo de este amor perseverante es el amor con que el Padre ama a Jesús, y el mismo amor con el que Jesús nos ama.

El verdadero amor es, pues, el amor divino, el amor que Dios mismo es. Permanecer en el amor equivale, por consiguiente, a participar en la comunicación de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Permanecer en el amor es ir más allá de los sentimientos mutables para entrar en el ser eterno de Dios. No podemos amar como Dios ama, sino somos como Dios es, si de algún modo no nos dejamos “endiosar”.

¿Cómo le es posible al hombre amar como Dios ama? ¿Cómo puede el hombre “ser como Dios”? ¿Acaso no era ésa – “ser como Dios” – la promesa seductora del Diablo en el Jardín del Edén? El hombre puede emprender el camino de ser como Dios “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (San Máximo Confesor). Pero este esfuerzo titánico de ser como Dios sin Dios está condenado al fracaso; lleva al temor y a la desconfianza: el hombre comienza a desconfiar de Dios, en quien ve a un rival, y a desconfiar del otro, en quien ve a un enemigo.

Cuando el hombre quiere ser como Dios sin Dios, el amor se ve continuamente amenazado y fácilmente se convierte solo en deseo y en dominio. El amor ya no es entonces lo que une, sino lo que separa. Un amor sin Dios, es un amor contra el hombre; es un amor que ya no es amor.

Es quizá esta dificultad del amor una de las vías que nos hacen experimentar la necesidad de la redención. Sin Dios, nuestro amor es tan frágil, tan quebradizo, tan inestable, tan poco amor, que nos hace anhelar que Dios mismo lo restaure, lo asuma en sí y lo transforme.

Este anhelo se convierte en la Escritura en anuncio. En Jesucristo, el amor de Dios se ha hecho amor humano, redimiendo el amor humano, haciéndolo divino, dándole permanencia, haciéndolo incluso más fuerte que la muerte: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (cf 1 Jn 4,7-10). Dios nos ha amado en Jesucristo, quien dando la vida en la Cruz nos ha convertido de enemigos en amigos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

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