6.07.13

El Señor sigue a sus predicadores

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Jesús envía a los suyos a la misión: “los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (Lc 10,1). Los discípulos no van a sustituir al Señor, sino que su tarea es prepararle el camino: “El Señor sigue a sus predicadores. La predicación prepara y entonces el Señor viene a vivir en nuestra alma, cuando preceden las palabras de la exhortación y la verdad se recibe así en la mente. Por esto dice Isaías a los predicadores: ‘Preparad los caminos del Señor, enderezad las sendas que a Él conducen’ ” (San Gregorio).

A todos nos incumbe tomar parte en esta misión: “Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (Juan Pablo II). Allá donde estemos, nuestra tarea es colaborar con la acción del Espíritu Santo para que Cristo pueda entrar en los corazones de las personas, en los hogares, en las familias, en las fábricas, en los Estados; en definitiva, en todos los lugares y ámbitos donde se desarrolla la vida humana.

Nosotros mismos hemos sido destinatarios de este anuncio. Hemos sido incorporados a la Iglesia por el Bautismo para poder, así, participar en el misterio de la comunión trinitaria mediante la fe, la esperanza y la caridad. Hemos de responder a este don de Dios con el pensamiento, con las palabras y con las obras, comunicando a otros lo que nosotros hemos recibido. La fe, decía el Papa Juan Pablo II, “se fortalece dándola”.

El anuncio del Evangelio es universal; está destinado a todos los hombres de todos los pueblos y culturas. Es un anuncio urgente, porque Cristo ha venido a traer a los hombres la vida nueva de la amistad y de la comunión con Dios. No podemos permanecer inactivos mientras este ofrecimiento de la novedad de Dios no llegue a cada hombre. El Señor pide a los suyos: “¡Poneos en camino!”.

Hablar de Cristo, darlo a conocer a quienes no lo conocen, exige disponibilidad y valentía. La disponibilidad de recorrer los mismos caminos de Cristo; los senderos de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismos (cf Catecismo 852). Necesitamos vivir en espíritu de conversión y de renovación para no contradecir con nuestra existencia el mensaje que anunciamos. Avanzando personalmente en la identificación con el Señor, los cristianos seremos, en el mundo, el fermento y el alma de la sociedad humana.

La valentía es otra de las exigencias de la misión: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. La fortaleza de los corderos frente a los lobos radica en el mandato del Pastor: “el buen Pastor no quiere que su rebaño tema a los lobos. Por tanto, estos discípulos no fueron enviados como presa, sino a extender la gracia; pues la solicitud del buen Pastor hace que los lobos nada puedan emprender contra los corderos”, comenta San Ambrosio.

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29.06.13

Radicalidad en el seguimiento

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

El Señor inicia el camino de Jerusalén, un itinerario que conduce a la cruz. El rechazo de los samaritanos, como, antes, el rechazo de los de Nazaret (cf Lc 4,16-30), muestra la dificultad de su tarea: “No lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén” (Lc 9,53). La repulsa de los samaritanos se convierte, de algún modo, en un preludio de la repulsa de la cruz.

La respuesta de Jesús ante el rechazo es la paciencia y la mansedumbre. Una actitud que debemos hacer nuestra, cuando, también hoy, la Buena Noticia del Evangelio, la novedad que proviene de Dios, es rechazada en la medida en que se contrapone a la lógica de este mundo. El Evangelio, como un visitante inoportuno, no es recibido, ya que la dirección a la que apunta – la entrega absoluta de la cruz – contrasta con el impulso dominante de la búsqueda de uno mismo, con la instalación cómoda en el egoísmo y la autosatisfacción.

En un discurso dirigido a los jóvenes en Malta, el Papa Benedicto XVI mostraba, en continuidad con la respuesta que Jesús dio a Santiago y a Juan, partidarios de mandar bajar “fuego del cielo”, la necesidad de no asustarse ante el rechazo y la urgencia de no dejarse arrastrar por un espíritu de venganza: “Encontraréis ciertamente oposición al mensaje del Evangelio. La cultura de hoy, como cualquier cultura, promueve ideas y valores que contrastan en ocasiones con las que vivía y predicaba nuestro Señor Jesucristo. A veces, estas ideas son presentadas con un gran poder de persuasión, reforzadas por los medios y por las presiones sociales de grupos hostiles a la fe cristiana”.

Pero este rechazo del mundo no encuentra un eco en el corazón de Dios, ni tampoco ha de encontrarlo en el corazón de la Iglesia, que no es otro que el amor: “Dios no rechaza a nadie, y la Iglesia tampoco rechaza a nadie. Más aún, en su gran amor, Dios nos reta a cada uno para que cambiemos y seamos mejores” (Malta, 18.IV.2010).

En realidad, el discípulo ha de preocuparse, sobre todo, por seguir a Jesús, con todas las consecuencias, dejando, o colocando en un segundo plano, aquello que pueda suponer un estorbo: La obsesión por la estabilidad de un hogar, la excesiva dependencia de los vínculos familiares, la tentación de seguir mirando hacia un pasado en el que todavía Cristo no contaba en nuestras vidas.

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27.06.13

"Lefebvrianos": Lo que empieza mal es difícil (aunque no imposible) que acabe bien

He leído la Declaración de los tres obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con ocasión del XXV aniversario de las consagraciones episcopales celebradas (ilegítimamente) por Mons. Lefebvre en 1988.

Al parecer, los tres obispos siguen en el mismo lugar que hace 25 años: en una situación paradójica en la que la voluntad de unión con la Sede de Pedro y con la Iglesia romana se conjuga con la descalificación de la interpretación auténtica (con autoridad) que, a lo largo de estos años, esa misma Sede de Pedro ha ido dando sobre las enseñanzas de un Concilio también auténtico (es decir, de un Concilio que ha enseñado con la autoridad recibida de Cristo por el Papa y los obispos).

No parecen convencidos estos tres obispos de la autoridad del Concilio. Según ellos, los errores que, a su parecer, están demoliendo la Iglesia no residen en una incorrecta hermenéutica de los textos conciliares, sino en los textos mismos. Se distancian así de la enseñanza de Benedicto XVI, que ha insistido en la importancia de volver a los textos y de interpretarlos en conformidad con una «“hermenéutica de la reforma”, de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, permaneciendo siempre, no obstante, el mismo y único sujeto del Pueblo de Dios en camino».

La identidad del sujeto-Iglesia es de primordial importancia. Porque es justamente la identidad de este sujeto lo que garantiza que la Tradición no sea un mero recuerdo privado, o una interpretación de un grupo aislado, sino verdaderamente la “Traditio Iesu”. En última instancia, si hay conflicto acerca de cómo interpretar la Escritura o de cómo interpretar la Tradición, corresponde a la Iglesia – y, en la Iglesia, a los obispos en comunión con el Papa, y al Papa mismo – decidir con la autoridad recibida de Cristo.

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24.06.13

Todo podría ir a peor: Del aborto al infanticidio

¿Es normal arrojar a un recién nacido por el desaguadero de un retrete? Muy ajustado a ciertas normas no lo parece. Tampoco, quizá, sea estadísticamente habitual. Aunque depende. En la Roma pagana, dicen, no era nada excepcional que las alcantarillas se atascasen debido a los cuerpos acumulados de los neonatos que allí iban a parar.

No solo en la Roma pagana. Hemos tenido dos casos muy recientes de bebés encontrados – afortunadamente vivos - en tuberías de desagüe. Uno en China (donde la política de control de la natalidad es férrea) y otro, hace nada, aquí, en España (donde, en la teoría y en la práctica, los medios anticonceptivos, contraceptivos y abortivos se ofrecen como prestaciones de la “Sanidad” – pública o privada – ; financiada, a estos efectos, por el dinero de todos).

Se aduce como causa – no sé si explicativa y hasta justificadora – que las madres que han desechado de este modo el fruto de sus vientres no habían tenido acceso fácil o gratuito al aborto. No hablo de China. Pero en España se aborta sin graves inconvenientes. Se aborta, sobre todo en los primeros meses de embarazo, con solo querer abortar. Pero ni así se evita, a los hechos me remito, que aparezcan recién nacidos al lado de un contenedor o en una tubería.

No voy a entrar en la discusión sobre los “límites” del aborto. Que si ley de plazos, que si ley de supuestos. Que si…. Mal, muy mal, en todos los casos. Si uno quiere justificar una acción siempre podrá hacerlo. Basta con rebajar las exigencias: Es que todavía no está formado; es que su sistema nervioso no está completo; es que su autoconciencia no existe; es que vale más un chimpancé adulto que un bebé humano. Es que… No tiene fin la lista inacabable de argumentos que, en esta línea descendente, cabe argüir.

Pero, ¡ojo! No caminamos hacia la restricción del aborto. No. Caminamos hacia la aceptación – o justificación – del infanticidio. “Todo podría ir a peor”. Y va a peor, a veces. De momento, en las legislaciones no se acepta el infanticidio, con todas las trampas leguleyas que existen en las legislaciones: aborto por nacimiento parcial, etc. “Aborto por nacimiento parcial” significa que si matas al bebé antes de que salga entero del vientre de su madre no es delito. Se evita, únicamente, que salga entero. Entonces sí podría ser delito, al menos en teoría.

Ni ayer ni hoy faltarán intelectuales, “científicos” y sabios que justifiquen cualquier cosa. Platón es un genio de la humanidad. Sin embargo, en “República” no duda a la hora de recomendar los principios de eugenesia. La descendencia deformada y los hijos de padres inferiores “serán llevados a un lugar misterioso, desconocido”. Fuera de ciertos parámetros, el aborto será obligatorio. Asimismo el infanticidio. Es Platón. No Hitler.

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22.06.13

La fuerza de la Cruz

Domingo XII del TO (Ciclo C)

“Me mirarán a mí, a quien traspasaron”, dice el profeta Zacarías. Jesús, en la Cruz, es la fuente de la gracia y de la clemencia (cf Za 12,10-11;13,1). Esta imagen del Mesías, traspasado por la lanza que abrió su costado, nos habla de la misericordia de Dios, de su clemencia con Israel, con todos los hombres y, particularmente, con los pecadores.

La misión y la identidad de Jesús no pueden ser comprendidas prescindiendo de su pasión y de su muerte. Él no es sólo un profeta, alguien que habla de parte de Dios: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Su misión pasa por la cruz. Quien quiera seguirle no puede esperar algo muy diferente a la cruz: “la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella” (Camino 277).

El Señor consuma en la cruz su sacrificio, el amor hasta el extremo (cf Jn 13, 1). Sólo Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, podía cargar sobre sí los pecados de todos y ofrecerse en sacrificio por todos. Pero nosotros no quedamos al margen de esta ofrenda. Él se ha unido, por su Encarnación, a cada uno de nosotros. Y, en consecuencia, también nosotros podemos, tomando nuestras propias cruces, “seguirle”, uniendo nuestros pequeños sacrificios al suyo, ofreciendo nuestras espaldas para cargar con el peso infinito del desamor y de la rebeldía y, de este modo, transformarlo, porque Él lo transforma, en entrega y obediencia.

“Jesús reemplaza nuestra desobediencia con su obediencia”, dice el Catecismo (n 615). El Siervo doliente se dio a sí mismo en expiación, satisfaciendo al Padre por nuestros pecados. No es el Padre quien se “complace” con nuestra sangre. Al Padre le basta – porque en eso consiste nuestro bien - la obediencia, el reconocimiento justo de su paternidad y de nuestra filiación. Somos nosotros, en la medida en que edificamos nuestra vida sobre la desobediencia a Dios, los responsables de que la obediencia cueste sangre.

La Liturgia proclama, en el prefacio I de la Pasión del Señor, que en la pasión salvadora de Cristo “el universo aprende a proclamar tu grandeza [la grandeza de Dios] y, por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso”.

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