25.06.15

Total apoyo al Cabildo de Córdoba

Parece que, para algunos, todo vale. La operación de acoso a la Iglesia Católica con algunos pretextos, falsos, es digna de ser denunciada públicamente: que si el IBI, que si las inmatriculaciones, que si el dinero que financia a Cáritas…

Este último punto es de lo peor: solo mencionan, los que acusan, la cantidad que del presupuesto anual de la Conferencia Episcopal Española se destina a Cáritas, silenciando que las Cáritas parroquiales se financian al cien por cien con fondos eclesiales (parroquiales), y, asimismo, casi, las Cáritas diocesanas.

Es la ceremonia de la confusión, del engaño. Lo mismo con las famosas “inmatriculaciones” de bienes. Silencian que hasta hace nada, hasta 1998, la Iglesia Católica no podía registrar sus propiedades. Pero no poder ir al Registro no significa, en absoluto, que no pudiese acreditar su propiedad.

Y lo del IBI es otro mantra, cansino y falso. Hablan solo de la Iglesia, y se olvidan de la ley del mecenazgo, y de las exenciones de ese impuesto que afectan a muchas otras entidades: partidos, sindicatos, etc.

Ya lo de Córdoba, lo de su catedral, roza lo esperpéntico. Que la catedral de Córdoba es de la Iglesia no lo dudan ni ellos, los que acusan. Lo saben de sobra. Pero les da igual: Miente que algo queda. Miente y conseguirás, si tienes el poder, que tu mentira parezca verdad.

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22.06.15

La fe no se reduce a la ética

Hubo tiempos, muy kantianos, en los que quizá colaba la reducción de la fe y del compromiso a la ética, al “obrar de tal manera que la máxima de tu conducta pueda ser convertida en máxima universal”.

Pero esa reducción ética del cristianismo no es, realmente, cristiana. La fe no es solo ética, aunque la incorpore como un elemento propio. A Kant, tan ético, también le sobraba, por sobrar, el dogma de la Trinidad. Nada práctico se podía sacar de ese dogma, argumentaba.

Yo no negaré que esos esfuerzos kantianos han contribuido a mostrar la racionalidad de la moral cristiana, que es, a lo que se me alcanza, la moral más racional del mundo. Pero no llega con eso.

El Cristianismo es, ante todo, novedad. Es algo nuevo, algo que viene de “fuera”, en cierto modo, aunque eso que viene de “fuera”, de más allá de nosotros, responde perfectamente a lo que, en el fondo, viene también de “dentro”.

Es decir, los cristianos estaríamos, en cierto modo, dispuestos a ser kantianos. Pero no viceversa.

Y la ética sola, la ética sin fe, no me convence. Para que todo coincida hace falta algo más que ética y algo más que teología: “Religión, religión”, y lo digo sin secundar del todo a Unamuno en su “San Manuel Bueno, mártir”.

La fe es un todo, es holística, es sintética. Mira al todo y a la unidad. La fe es, teniendo en cuenta todas nuestras deficiencias, profesar la verdad revelada, tratar de vivirla, celebrarla y orar en conformidad con la misma.

Yo no creo que el hombre se redima a sí mismo. El Único que redime es Dios, si quiere hacerlo, y lo ha hecho.

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18.06.15

El cuidado de la casa común

Ha tenido una enorme resonancia mediática la publicación de la encíclica LAUDATO SI’ del Papa Francisco. Hoy todo el mundo está preocupado por los problemas de la ecología; por las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno, así como de la defensa y protección de la naturaleza y del medio ambiente.

El Papa no parte de cero, sino que se remite a una ya amplia tradición que, en los últimos años, ha conocido las contribuciones de San Juan XXIII, del beato Pablo VI, de San Juan Pablo II  -defensor de la ecología humana -  y de Benedicto XVI, quien recordó, con enorme coherencia, que el hombre es espíritu y libertad, pero también naturaleza.

Francisco se hace eco de lo que, sobre este tema, se piensa, mayoritariamente, en el ámbito científico y social, así como en otras comunidades cristianas y religiosas. Es una encíclica ecológica, sí, pero también ecuménica, universal, que se extiende a todo el orbe. Es muy significativo que cite, tan ampliamente, al Patriarca de Constantinopla Bartolomé I.

¿El gran inspirador del texto papal? Es, sin duda, San Francisco de Asís: “En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”. Un santo que no olvidaba el origen común de todas las criaturas.

La naturaleza es un libro en el que Dios nos habla y que nos recuerda que “el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”.

El Papa Francisco no es un conformista; se apunta al cambio a favor de un desarrollo sostenible e integral: “La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”.

Y en esta preocupación por el cambio todos estamos implicados, de modo significativo los jóvenes: “Necesitamos una solidaridad universal nueva”.

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16.06.15

Profanar

La profanación tiene que ver con el uso indebido de lo sagrado. Y lo sagrado, lo que está relacionado con el culto a Dios, merece, sobre todo, respeto. Quien profana un espacio sacro no solamente ofende a los creyentes – que, obviamente, lo hace -, sino, y eso es peor, ofende a Dios mismo.

El Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre el primer mandamiento de la ley de Dios, habla de la irreligión y señala los principales pecados que brotan de esa actitud de fondo – es decir, de la falta de religión, de la virtud que mueve a dar a Dios el culto debido - : la acción de tentar a Dios – intentando poner a prueba su bondad y su omnipotencia - , el sacrilegio – que consiste en tratar indignamente las realidades consagradas a Dios – y la simonía – la compra y venta de lo espiritual -.

Todo sacrilegio es malo. Pero hasta en el mal hay grados. Insultar a otro está mal; matarle es peor. Pero dentro de esa escala del mal, en el sacrilegio lo peor de lo peor es el trato indigno contra la Eucaristía. Y la razón de esta gravedad extrema radica en que en este Sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente sustancialmente.

Es evidente, creo, que la secularización lleva, de hecho, a la irreligión. Hay algo sano en la secularización, si se entiende por tal el intento de defender la autonomía de lo secular frente a lo eclesiástico. O, dicho de otro modo, es sano evitar la teocracia, como lo es huir del cesaropapismo. La doctrina católica es, en esto como en otras cosas, muy equilibrada. Se distingue entre fe y razón, entre Estado e Iglesia, entre lo terreno y lo celeste.

Pero la doctrina católica es, asimismo, enemiga de la separación, de la falta de síntesis - de la composición de un todo por la reunión de sus partes - . Y es que, entre otras razones, la realidad es sintética; es variada, sí, pero es una, también. En términos metafísicos podríamos decir que la esencia distingue y que el ser une.

El dogma cristológico – pensemos en el concilio de Calcedonia – marca una pauta de la que no podemos prescindir: Cristo es uno, pero esa unidad no elimina la diferencia de lo divino y de lo humano, “sin mezcla ni confusión”.

La justa insistencia, por parte de la enseñanza católica, en la distinción, en la relativa autonomía de las cosas creadas, no debería llevarnos a convertir esa relativa autonomía en absoluta y total independencia.

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13.06.15

La “normalidad” según Martiño Noriega

Martiño Noriega es el nuevo alcalde de Santiago de Compostela, el regidor de una ciudad que es conocida en el mundo por su vinculación con el apóstol Santiago. Si uno visita Compostela no podrá obviar ese lazo. La imponente catedral se lo recuerda a todos. Y no solo la catedral, sino también un fenómeno tan incontestable como el Camino de Santiago. Yo, que he vivido algunos años fuera de España, he tenido, a veces, que explicar dónde está Vigo. Jamás he tenido que explicar dónde está Santiago de Compostela. Como nadie tiene que explicar dónde está Jerusalén o Roma.

Pues bien, Martiño Noriega, con la boina puesta en su cabeza, al parecer así suele presentarse, firma en la sección “Tribuna libre” del Faro de Vigo un artículo titulado “A normalidade dos concellos laicos” (“La normalidad de los ayuntamientos laicos”). Todo depende, claro, de lo que se entienda por “laico”. El Diccionario de la Real Academia Española viene en nuestro auxilio y aclara: Laico es el que no tiene órdenes clericales y, también, el que es “independiente de cualquier organización o confesión religiosa”.

Supongo que a nadie se le habrá ocurrido nunca que un ayuntamiento, como tal, pueda recibir las órdenes clericales. No hay, en ninguna parte, un ayuntamiento que sea obispo, presbítero o diácono. En este sentido, todos los ayuntamientos son laicos, porque solo se puede ordenar a personas, no a instituciones.

La segunda acepción de “laico” habla no de ordenación, sino de independencia de cualquier organización o confesión religiosa. Y tampoco es tan difícil entender este sentido de lo “laico”. Es evidente que el alcalde es elegido por los ciudadanos y que no es nombrado ni por el obispo, ni por el imán, ni por el rabino. Hasta ahí, de acuerdo con la “normalidad” de los ayuntamientos laicos.

Pero el error, a mi modo de ver, de D. Martiño Noriega radica en ir más allá de esas acepciones que recoge el Diccionario y tratar de establecer una doctrina general: “el espacio de lo religioso no debe mezclarse con el espacio propio de las administraciones públicas”.

El problema es qué se entiende por “público”. La identificación unívoca entre lo “público” y la administración estatal no es una identificación que haga justicia a la realidad.  La realidad, la atención a lo que pasa en la calle, nos llevaría más bien al sendero de la analogía que al de la univocidad. “El ser se dice de muchas maneras”, enseñaba Aristóteles. Y es una lección que quizá no hemos acabado de comprender.

No solo la administración, o las administraciones del Estado, son públicas. Muchas otras cosas también lo son. Entre ellas la fe, que no se puede reducir al ámbito puramente privado. La fe, si es fe, tiende a iluminarlo todo: la vida privada y, asimismo, la responsabilidad por lo que atañe a todos.

Martiño Noriega, quizá, no lo sé, no ha leído la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II. En ese texto se dice: “La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres”.

Y, aunque lo cita, no sé tampoco si Martiño Noriega ha leído a fondo el artículo 16 de la Constitución española. Lo reproduzco en su totalidad:

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