San Justo de Urgel

Gran parte de lo que sabemos de san Justo se lo debemos al obispo y erudito san Isidoro de Sevilla (506-636). Era hermano de Justiniano (obispo de Valencia), de Nebridio de Egara (sacerdote) y de Elpidio (quizá obispo de Huesca).
San Justo firmó en las actas del Concilio II de Toledo (año 527) y en las del Concilio Provincial de Lérida (año 546). Además de sus tareas episcopales, desarrolló una intensa labor como escritor, conservándose un comentario al Cantar de los Cantares, una oración en honor de san Vicente mártir y algunas cartas.
En el crucero de la Seo de Urgel había una capilla del siglo XIII dedicado a este santo, considerado como el primer obispo que tuvo Urgel. En el siglo XI eran veneradas sus reliquias, y aunque después desapareció su culto, éste revivió con el estudio de la época visigoda, celebrándose su fiesta el 28 de mayo.
Comentario al Cantar de los Cantares:
Mi amado me habla: a menudo se habla del amado en este libro, pues ¿quién tan amado de la Iglesia como Aquel por quien los mártires dieron su vida?
Levántate, apresúrate y ven: Levántate, cree; apresúrate, terminado el camino, recibe el premio del piadoso esfuerzo.
Amiga mía: reconciliada conmigo por la muerte; hermosa: limpiada por el bautismo.
Pasó ya el invierno, porque la tribulación temporal llegó a su fin. Se disiparon y cesaron las lluvias: la prueba repetida y múltiple, o la persecución de los paganos, se ha aquietado.
Las flores han aparecido en la tierra: los santos proliferan en el mundo, nacidos en el mes de los renuevos, cuando se celebra la Pascua; de los cuales dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, no las de la tierra.
Ha llegado el tiempo de la poda: aquellos que han sido plantados en la Casa del Señor, usando la hoz de la lucha ascética, podados de toda superstición, se preparan para los frutos que han de venir.
Se ha oído en la tierra el arrullo de la tórtola: en el evangelio, Ana, viuda castísima de ochenta y cuatro años, que no salía del templo, donde se dedicaba al ayuno y la oración, reconoce a Cristo y habla de Él a todos los que esperaban la redención de Israel; mandó ofrecer en sacrificio una pareja de estas mismas aves, porque nada es aceptable sino cuando los fieles, santificados en el cuerpo y en el espíritu, se ofrecen al Señor.
La higuera ha mostrado sus frutos: al final, hasta la Sinagoga produjo israelitas que creyeron en Cristo, como también dice al Apóstol: No quiero que ignoréis este misterio, que una parte de Israel ha caído en la obcecación, hasta que la plenitud de las gentes haya entrado, y así se salve la totalidad de Israel.
Las viñas en flor esparcen su aroma: las congregaciones de clérigos y también de monjes y de vírgenes, crecen en la Iglesia, y han sido conocidas por su buena fama y vida.
Levántate, amiga mía, hermosa mía: con llamadas cariñosas se exhorta siempre a la Iglesia a que, abandonadas las cosas temporales, suspire por las eternas.
Paloma mía, en los agujeros de las peñas: no se llama por otra cosa paloma a la Iglesia sino porque no hay en ella engaño y porque está llena del Espíritu Santo; habita en los agujeros de las peñas, porque siempre encuentra refugio en aquellas heridas de Cristo, por las que ha sido sanada; encuentra también refugio en las concavidades de las paredes cuando es acariciada por el consuelo santo de las Escrituras, o cuando es plenamente protegida por los méritos y las oraciones de los santos que han pasado; en estos agujeros de la roca, como una paloma encontró protección el apóstol Tomás cuando después de la resurrección, tocando las heridas de Cristo, apartada toda duda, exclamó fielmente: Señor mío y Dios mío.
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