San Eugenio, el obispo poeta (3)

Sala Capitular, Catedral de Toledo

Buscando una vida espiritual más intensa de oración y estudio, Eugenio decidió marchar a Zaragoza, donde era obispo su amigo Braulio, para serviren la basílica de Santa Engracia y de los Innumerables Mártires. Allí una comunidad de monjes dedicaba su vida a glorificar al Señor. Al abad Juan, de este monasterio, dedicó Eugenio algunos poemas.

Sin decir nada a nadie, para que el rey no se lo impidiera, se puso en camino a lo que pensaba que iba a ser una nueva vida de paz espiritual hasta el fin de sus días. Cuando quisieron darse cuenta en Toledo, el sabio sacerdote ya había puesto suficiente tierra por medio, y era imposible detenerle en su fuga del mundo. Pero los planes de Dios no eran los suyos, y al poco tiempo fue requerido por el obispo Braulio para poner sus talentos al servicio de la diócesis que le acogía: fue destinado a la basílica del mártir San Vicente con el cargo de arcediano, segundo puesto en el clero de la diócesis, y en muchas ocasiones sucesor del obispo a su fallecimiento. El propio Braulio escribió en el prólogo de su Vida de san Millán que en todas sus decisiones y pensamientos seguía el consejo de Eugenio.

En el otoño del año 646, con la convocatoria del Concilio VII de Toledo, llegó la noticia del fallecimiento del obispo Eugenio de Toledo, y la decisión del rey Chindasvinto de presentar a nuestro Eugenio, ya clérigo de Zaragoza, como nuevo pastor de la Diócesis. El obispo Braulio suplicó al rey que no le arrebatara a quien era la mitad de su alma y el consuelo de su vida, y que no era bueno despojar a una iglesia para enriquecer a otra. Pero el rey respondió severamente alabando al anciano obispo zaragozano pero exigiendo que aquel que era natural de Toledo fuera consagrado como pastor de la ciudad del Tajo. Las aguas de estos dos grandes ríos de la Península fueron testigos mudos de la acción de Dios guiando a uno de sus hijos por el camino del servicio a la Iglesia y al mundo.

En la primera quincena de octubre del año 646, en la catedral de Santa María de Toledo, ante la presencia del rey Chindasvinto, del príncipe Recesvinto, de toda la corte y del pueblo cristiano, Eugenio era consagrado como pastor y obispo del Pueblo de Dios.

Elegido obispo por la presión de un rey tan violento e implacable, los primeros siete años del pontificado de Eugenio transcurren bajo Chindasvinto, hasta su muerte el 30 de septiembre del año 653. A pesar de las tensiones, el nuevo obispo supo afrontar con sabiduría los problemas y situaciones que le tocaron en suerte, y realizó grandes obras.

Entre los escritores visigodos que aportaron sus composiciones poéticas a la liturgia de la Iglesia, destaca Eugenio como el más inspirado. Cuando se incorporaba la memoria de nuevos santos a la celebración eclesial era necesario componer nuevos textos, y así lo hizo Eugenio para los oficios de San Millán de la Cogolla y de San Hipólito, por encargo de los obispos Braulio de Zaragoza y Protasio de Tarragona, respectivamente. También compuso, al menos, media docena de himnos litúrgicos, incorporados de manera anónima a la liturgia por lo que es imposible establecer la autoría de los que fueron elaborados en esta época visigótica.

No solo se dedicó a la composición, sino que también, al asumir la responsabilidad episcopal a la que va unida la de velar por los buenos usos litúrgicos del pueblo encomendado, realizó una importante tarea de corrección de errores provocados por la rutina, de organización de los rituales y de suplencia de los elementos perdidos u omitidos. La reforma litúrgica que realizó Eugenio fue recogida por su sucesor Julián. Tras la dominación musulmana, los reinos cristianos del norte peninsular recibieron y adoptaron los textos litúrgicos que habían preparado estos santos obispos toledanos.

San Eugenio escribió algunas obras de tipo teológico, sobre la Santísima Trinidad y sobre otros temas, de las que solo se conservan pequeños fragmentos citados por su discípulo y sucesor san Julián. Sus cartas, dirigidas al rey o a otros obispos, son también una muestra de sus grandes dotes literarias. Pero donde destaca especialmente Eugenio es en la poesía. Durante la Edad Media se prestó gran atención a sus composiciones, considerándole como el mejor poeta español de la época visigoda. Él mismo se sentía, sobre todo, poeta; su sólida formación en autores paganos y en poetas latinos cristianos fue la base que le llevó, desde su juventud, a componer versos para casi todo tipo de ocasiones: redactó epitafios para las tumbas o los homenajes de personajes famosos, de amigos, de gente sencilla, e incluso para sí mismo. Dedicó poesías a los santos y a temas de vida espiritual, compuso otras con una intención didáctica sobre temas de vida cristiana y de moral, de ciencias naturales, e incluso algunos poemas son entretenimientos jocosos de un buen maestro para provocar la risa en sus alumnos.

Al morir el rey Chindasvinto —en septiembre del año 653— le sucedió su hijo Recesvinto, que reinaba con su padre desde hacía cinco años. El nuevo rey era un hombre astuto pero bueno y piadoso, de talante muy diferente a su padre; esto produjo abundantes cambios en la política del reino. Estos cuatro últimos años de la vida y pontificado de Eugenio transcurrieron en un clima de paz y libertad que los hicieron especialmente fecundos. A pesar de ser ya de edad avanzada tenía sabiduría y fuerzas suficientes para guiar al nuevo rey y a todo el pueblo que le había sido confiado por los caminos del bien y la verdad.

Especial importancia merece el hecho de que el Concilio X de Toledo (año 656), presidido por Eugenio y el último en el que participó, fijara la fecha del 18 de diciembre para la fiesta de la Encarnación, «Virgen de la O». En ese día se evitaba la coincidencia en Cuaresma o Semana Santa, y conectaba dicha celebración con la Navidad, igualando ambas fiestas en solemnidad.

En uno de los cuatro epitafios que compuso para sí mismo, le da a Dios el nombre de “mi suprema Esperanza”:consciente del propio pecado, que nos afecta a todos, tiene el consuelo de la seguridad de resurgir después de la muerte y pide misericordia para el “miserable Eugenio”.

Siendo de salud débil desde la juventud, y desgastado por el peso de los años y de los trabajos, se fue apagando poco a poco el buen obispo poeta Eugenio. Su muerte el día quince de noviembre del año 657, dejó en todo el pueblo cristiano una profunda sensación de orfandad, a la vez que la certeza de tener un nuevo intercesor en el cielo, que como padre y maestro seguiría siendo su guía. Enterrado en la basílica de Santa Leocadia, bajo la dominación musulmana varias familias mozárabes que marchaban al exilio se llevaron las reliquias de san Eugenio con ellos debido a la gran devoción que le profesaban. A lo largo de la Edad Media no dejó de crecer la veneración por este santo obispo, así como el estudio de sus poesías, algo que vemos reflejado en la literatura y en el arte. Como entonces, también hoy sigue siendo un modelo de maestro y de pastor, de amigo del Señor.

Su fiesta se celebra el 15 de noviembre.

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